La
oración acontece en el corazón de la vida. Como es cuestión de amor, no solo se
da en los rincones, sino allí donde el amor se hace concreto, real. Las
historias de amor que se tejen en la vida cotidiana y que tienen tanto que ver
con el cuidado de la vida debilitada, los gestos de ternura y cariño hacia los
enfermos, la solidaridad con los más pobres de la tierra, son los nuevos pozos
donde beber el agua viva de la experiencia de Dios. Jesús, en la bellísima
parábola del hijo pródigo, nos muestra una imagen del Padre entrañable. Cuando
vuelve el hijo perdido, roto por dentro y por fuera, lo espera un abrazo que lo
sana, lo recrea, le devuelve la dignidad perdida. Eso es oración de abrazo. Así
nos ora y nos crea nuestro Padre Dios. En otro relato impresionante, en otra
parábola, Jesús pinta una escena de abrazo. Un samaritano se desvía de su
camino, vuelve los ojos hacia la orilla del camino y allí ve un hombre
apaleado, al que unos salteadores han dejado medio muerto. Llega donde está el
herido, lo ve de cerca, se conmueve, se acerca todavía más, le venda las
heridas echándoles aceite y vino, lo monta en su propia cabalgadura, lo lleva a
la posa, lo cuida, da dinero al posadero para que lo atienda. Esto es oración
de abrazo. Así nos ora y nos abraza Jesús. En otro pasaje de los evangelios,
sorprendente, Jesús sube al monte y proclama las bienaventuranzas, la carta
magna del proyecto nuevo del Reino. Así queda inaugurado un nuevo orden de
cosas, el viejo mundo deja paso a un mundo nuevo donde los valores son
radicalmente distintos. Las bienaventuranzas son la más hermosa oración de
abrazo. Así
nos ora y nos abraza con sus dones el Espíritu. La oración de
abrazo sigue abierta, para que la continuemos cada uno de nosotros. Las nuevas
pobrezas llaman a la puerta del corazón. No es fácil hacerla. ¿Cómo descubrir
en los cuerpos desnudos de belleza y oscuros de esperanza una claridad que nos
alumbra? ¿Cómo vislumbrar un corazón donde todos ven lodo? ¿Cómo despertar la
gracia en los desgraciados? ¿Cómo levantar del polvo a los desvalidos y alzar de
la basura al pobre? Necesitamos nacer de nuevo, nacer del Espíritu. “Para que
haya fuentes en el desierto tiene que haber pozos escondidos en la montaña”
(Abbé Pierre). En la oración del abrazo se da un intercambio de dones. El
abrazado recibe dignidad, recupera la belleza perdida. El que abraza descubre
la ternura y la compasión que llevaba escondidas en el corazón como semillas.
Unos y otros pueden decir: “Me ha hecho el abrazo. Esto ha sido un milagro
patente”. El Espíritu nos enseña a orar. Para ello nos señala a Jesús. Nos
invita a estar cerca de Él y a seguir sus pisadas. Nos mete en su corazón para
orar como Él y como Él. Cuatro pasos para practicar en el día a día la oración
del abrazo.
1.-
"Al ver Jesús el gentío”. Jesús va por la vida con los ojos bien
abiertos. Ve todo lo que tiene delante. Ve a la gente, con su dolor y su gozo,
con su búsqueda y su cansancio. Y se encuentra con muchas miradas: cercanas y
distantes, autosuficientes o de súplica, desconfiadas o amigables. Jesús es un
contemplativo de los mil rostros que habitan nuestro mundo. Pero es más, Jesús
es la mirada del `Padre y el "mirar de Dios es amar" (Juan de la
Cruz), por eso no puede mirar sin amar, sin comprometerse con los que tiene
ante sí. La oración del abrazo comienza cuando detenemos nuestra mirada en las
personas que se cruzan con nosotros cada día, de la mañana a la noche.
2.-
"Subió a la montaña”. Jesús,
volcado sobre las gentes, tiene también los ojos del corazón abiertos para
mirar al Padre. Siempre encuentra tiempo para irse a estar con Él. Sube al
monte, para orar, para entrar en intimidad con su Abbá. Y en ese diálogo de
amor, el Padre le muestra su rostro de misericordia entrañable y de cariño para
todos; de modo especial, para esa retahíla de oprimidos, hambrientos, cautivos,
ciegos, los que se doblan, justos, peregrinos, huérfanos, viudas. Éstos no
merecen ni una línea en los medios de comunicación, pero sorprendentemente sus
nombres están tatuados en el corazón del Padre. A Jesús se le graba todo esto
dentro y necesitará gritar desde los tejados lo escuchado en la intimidad. La
oración del abrazo se amasa cuando contemplamos con calma la ternura y la
misericordia del Padre hacia los últimos.
3.-
"¡Dichosos!". Jesús
quiere gritar a todos lo que el Padre le ha comunicado. Se sienta, para indicar
que lo que va a decir es muy importante. Lo va a hacer con calma, para que su
palabra penetre como la lluvia en la tierra. Se le acercan los discípulos y se
pone a hablar enseñándoles. Jesús está feliz porque sobre los que no cuentan se
ha derrochado la gracia. Estando Jesús cerca no hay tristeza ni hundimiento
definitivos. Toda la pequeñez de la tierra se reviste de fiesta ante su
presencia. Jesús pone frente a sí todo lo bajo y despreciable de este mundo y
se atreve a decir algo escandaloso para el concepto de felicidad que tiene el
mundo. ¡Dichosa tu pobreza y tus llantos, tu hambre y tus gestos de
misericordia, tu corazón limpio y ese trabajo tuyo sencillo pero difícil por la
paz, tu estilo de vida aunque te acarree burlas y persecución... porque todo
esto, que a uno le dan ganas de esconder para que nadie lo vea, lo ha buscado
Dios para besarlo, y poner en ello su Reino y su consuelo, lo ha escogido para
nacer él mismo y ser la riqueza y el don más grande del hombre, de todo hombre!
La oración del abrazo se vive cuando miramos y abrazamos con ternura todas esas
situaciones que a uno le dan ganas de no mirar.
4.-
"Dejaré un pueblo pobre y humilde que confiará en el nombre del
Señor". Este es
el regalo que quiere hacer Dios al mundo: un pueblo nuevo formado por todos los
tocados por su dicha. Al frente de este pueblo va Jesús, verdadera
autobiografía de las bienaventuranzas. Siguiéndole muy de cerca, los santos,
innumerables hombres y mujeres de ayer y de hoy, que han abrazado esta palabra
y la han explicado con su vida Y con ellos, nosotros, con un don inmenso dentro
que se convierte en tarea: ser un humilde reflejo del gozo y la belleza del
Padre en medio del mundo. Nuestra oración de abrazo termina siendo un gesto de
ternura, de acogida, de escucha, de mirada bondadosa, de amor comprometido con
todos los pequeños de la tierra. Y nadie mejor que María, que supo lo que es
saberse mirada por Dios en su humillación, para prestarnos su cántico, el de
todos los humildes enaltecidos y el de todos los hambrientos colmados.
(Fuente:cipecar.org)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
DEJANOS TU COMENTARIO