Virgen expectante, al principio.
Madre expectante, al final.
Y en el arco dibujado por estas
vibraciones, una tan humana y otra tan
divina, cien expectativas turbadoras más.
Esperándole a él, a lo largo de
nueve larguísimos meses. Esperando que se cumplieran los requisitos legales,
festejados con raciones de pobreza y gozos de parentelas. Esperando aquel día,
el único que hubiera querido retrasar, el día en que su hijo saldría de la casa
para no volver nunca. La expectativa de la “Hora”, la única para la que no
sabría frenar su impaciencia y con la que antes de tiempo, haría rebosar de
gracia la mesa de los hombres. Esperando el tercer día, viviendo en vigilancia
solitaria, delante de la piedra sepulcral.
Estar expectante: infinitivo del
verbo amar. Más aún: en el vocabulario de María, amar infinitamente.
Santa María, virgen expectante,
danos de tu aceite porque se apagan nuestras lámparas. Ya ves que se nos agotan
las reservas. No digas que vayamos a los vendedores. Enciende de nuevo, en
nuestras almas, los fervores que, en el pasado, nos quemaban por dentro, cuando
cosas humildes bastaban para hacernos saltar de alegría: la llegada de un amigo
lejano, el ocaso sonrosado después de un temporal, el crepitar de una cepa que
en el invierno vigilaba la vuelta a casa, las campanas a voleo en días de
fiesta, la llegada de las golondrinas en primavera, el olor acre que desprendía
de una almazara, las cantilenas otoñales que llegaban de los lagares, el
redondeo tierno y misterioso del seno materno, el perfume de espliego que
irrumpía cuando se preparaba una cuna.
Si hoy ya no sabemos estar
expectantes, es porque somos cortos de esperanza. Se nos han secado sus
fuentes. Sufrimos una crisis profunda de deseo. Y satisfechos con los mil sucedáneos
que nos rodean, corremos el riesgo de nos esperar ya nada de las promesas
ultraterrenas, que fueron firmadas con sangre por el Dios de la Alianza.
Santa María, virgen
expectante…haz que sintamos en nuestra piel, ante los cambios que se producen
en la historia, el estremecimiento de los comienzos. Que entendamos que no
basta con acoger, que es preciso estar expectantes. Acoger puede ser señal de
resignación. Estar expectantes es signo de esperanza. Haznos, por tanto,
ministros de la expectativa.
(Fuente: “María, Señora
de nuestros días” Antonio Bello)
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