Teresa tenía sólo 14 años cuando, durante un peregrinaje a
Roma, comprendió su vocación de madre espiritual para los sacerdotes. En su
autobiografía escribe como, después de haber conocido en Italia a muchos santos
sacerdotes, había también comprendido que, a pesar de su sublime dignidad,
ellos permanecían hombres débiles y frágiles. “Si santos sacerdotes... muestran
con su comportamiento que tienen necesidad extrema de oraciones, qué tendríamos
que decir de aquellos que son tibios” (A 157). En una de sus cartas animaba a
la hermana Celina: “Vivamos por las almas, seamos apóstoles, salvemos sobre
todo las almas de los sacerdotes... recemos, suframos por ellos y, en el último
día, Jesús será agradecido” (LT 94).
En la vida de Teresa, doctora de la Iglesia, hay un episodio
conmovedor que demuestra su celo por las almas y especialmente por los
misioneros. Estaba ya muy enferma y caminaba sólo con mucho esfuerzo, por ello
el médico le había ordenado que hiciera todos los días, durante media hora, un
paseo en el jardín. Si bien no creyendo en la utilidad de este ejercicio, ella
lo realizaba fielmente cada día. Una vez, una hermana
que la acompañaba, viendo
los grandes sufrimientos que le proporcionaba el caminar, le dijo: “¿Pero sor
Teresa, por qué hace todo este esfuerzo si le procura más sufrimientos que
alivio?”. Y contestó la santa: “Sabe hermana, estoy pensando que quizás
justamente en este momento un misionero en un país lejano se siente muy cansado
y desmoralizado, por ello ofrezco mis fatigas por él”.
Recemos por Ellos!
(Fuente: lluviaderosas.com)
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