miércoles, 18 de diciembre de 2013

“Entrando el Ángel” (Reflexiones del padre Ignacio Larrañaga para este Adviento)

Aquí, lo difícil y lo necesario, tanto para el que escribe como para el que lee, es colocarse en estado contemplativo: es preciso detener el aliento, producir un suspenso interior y asomarse, con infinita reverencia, al interior de María.

La escena de la anunciación está palpitando de una concentrada intimidad. Para saber cómo fue aquello y qué aconteció allí, es necesario sumergirse en esa atmósfera interior, captar, más por intuición contemplativa que por intelección, el contexto vital y la palpitación invisible y secreta de María. ¿Qué sentía? ¿Cómo se sentía, en ese momento, la Señora? ¿Cómo fue aquello? ¿Sucedió en su casa? ¿Quizá en el campo? ¿En el cerro? ¿En la fuente? ¿Estaba sola María? ¿Fue en forma de visión? ¿El ángel estaba en forma humana? ¿Fue una alocución interior, inequívoca? El evangelista dice: «Entrando el ángel donde estaba ella» (Le 1,28). Ese «entrando», ¿se ha de entender en su sentido literal y espacial? Por ejemplo, ¿como el caso de alguien que llama a la puerta, con unos golpes, y entra después en la habitación? ¿Se podría entender en un sentido menos literal y más
espiritual? Por ejemplo, vamos a suponer: María estaba en alta intimidad, abismada en la presencia envolvente del Padre, habían desaparecido las palabras, y la comunicación entre la Sierva y el Señor se efectuaba en un profundo silencio. De repente, este silencio fue interrumpido. Y, en esa intimidad a dos —intimidad que humanamente es siempre un recinto cerrado— «entró» alguien. ¿Se podría explicar así? Lo que sabemos, con absoluta certeza, es que la vida normal de esta muchacha de campo fue interrumpida, de forma sorprendente, por una visitación extraordinaria de su Señor Dios.

La interpretación que hizo María de aquel doble prodigio que se le anunciaba, según el desahogo que ella tuvo con Isabel, fue la siguiente: ella, María, se consideraba como la más «poca cosa» entre las mujeres de la tierra (Le 1,48). Si algo grande tenía ella no era mérito suyo, sino gratuidad y predilección de parte del Señor.

Ahora bien, la sabiduría de Dios escogió precisamente, entre las mujeres de la tierra, la criatura más insignificante, para evidenciar y patentizar que sólo Dios es el Magnífico. La escogió a ella, carente de dones personales y carismas, para que quedase evidente a los ojos de todo el mundo que las «maravillas» (Le 49) de salvación no son resultado de cualidades personales sino gracia de Dios.


Esa fue su interpretación. Estamos, pues, ante una joven inteligente y humilde, inspirada por el espíritu de Sabiduría.

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