Queridos
hermanos:
La parábola del
sembrador es muy conocida y por lo tanto poco novedosa. No sabemos bien si nos
encontramos con un sembrador que no sabía sembrar, (el grano cae en el camino,
entre zarzas, en las piedras y algo en tierra buena), o era la semilla, la
tierra; la canción dice: “ni es culpa del sembrador ni es culpa de la semilla,
la culpa estaba en el hombre y como la recibía”. Más allá de las culpas,
encontramos aquí tres actitudes ante la evangelización y en diversas etapas de
nuestra vida actual. Si no os convence quedaros con la explicación que el mismo
Jesús hace en el mismo texto.
Los del camino,
el mensaje llega, no se asusten los sembradores, pero no se asimila. No parece
algo válido para el hombre, sino más bien algo rutinario, o imposición de la
familia, la escuela, algo social, no se identifica con la semilla. En nuestra
sociedad y en muchas personas el Evangelio parece estar al borde de nuestra
cultura, en el camino, como algo que no pertenece a los problemas que
interesan, lo mismo puede pasar con la predicación. Además muchos de estos
hombres del camino pertenecen a los que se amoldan. Son seres que se resignan a
los carriles marcados, que carecen de ambiciones intelectuales o morales, leen,
si es que leen, lo que está marcado, tragan lo que la televisión les sirve, se
desgastan en un trabajo que no aman y, aunque realmente no viven, encuentran
pequeñas cosas que les dan la impresión de vivir, se llenan de diversiones
también comunes, el fútbol, la lotería… Es difícil que engendren un solo
pensamiento que
puedan decir que es suyo, gracias a ellos el mundo rueda. Son
la mayoría de nuestras gentes, el proceso de siembra será largo, para ello es
necesario valorarlo como único sujeto responsable, darle su tiempo para que
pueda tener una reflexión personal, no presionarlo y hacerle descubrir los
motivos internos, se necesita el testimonio, volver al primer anuncio.
Los de las zarzas
y las piedras son los que se achicaron a la primera dificultad. Soñaron con
cambiar el mundo o sus vidas desde el Evangelio. Pero pronto se dieron cuenta
de que la vida les iba llenando de heridas. No querían renunciar a sus ideales,
pero tampoco tenían coraje para realizarlos. Se crearon un mundo personal, con
dificultad para que entre el otro, lo Otro, se dejaron seducir por una fe en la
que sentirse a gusto y calientes, sin compromisos o solamente teóricos,
faltaban las raíces. Van y vienen, no abandonaron, pero no llegan más allá de
encontrar en el mensaje, en la semilla, un refugio emocional, que les da
tranquilidad interior y seguridad. Es preciso enseñarles a vivir en comunidad,
como decíamos el domingo pasado a tener una experiencia de Dios, a encontrarse
con Jesús que invita al compromiso con la realidad.
Los de la tierra
buena son los buscadores, que tienen flaquezas pero nunca desalientos, saben
que lo importante no es llegar a ninguna parte, sino llegar a ser. Creer en la
justicia, aunque saben que siempre estará en el horizonte, por mucho que
caminen hacia ella. Hacen del Evangelio algo cotidiano que muestran en sus
grupos o participando en las labores sencillas de sus parroquias, proclaman
siempre los valores del Maestro aunque vayan a contracorriente. Están vivos,
unos los llamaran locos y otros santos. Ellos sólo sentirán la maravillosa
tristeza de no haber llegado a ser ni lo uno ni lo otro.
Releamos
nuevamente la parábola y preguntémonos por qué la semilla del Reino no se ha
desarrollado lo suficiente en nosotros. Todos tenemos algo de camino, de
piedras, de zarzas, de buena tierra, debemos estar en permanente alerta, sigue
la siembra.
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