La historia de la humanidad es la historia de una superación
incesante, de continuos hallazgos, de generosidades, anónimas y conocidas,
pequeñas e inmensas. La historia es un río que no se detiene, fecunda y arrolla
pero también permite ser parte para aumentar el caudal e incluso, redefinir el
curso del agua.
El valor de muchos hombres y mujeres para dar pasos y
desafiar principios obsoletos, y su humildad para hacer ensayos y enfrentar
errores ha creado historia y sigue haciéndolo. Y cada vez que un ser humano
vive su libertad –como decía Camus– como una oportunidad para ser mejor, hace
una brecha, abre un nuevo cauce para las aguas.
Teresa de Jesús hizo algo de esto, aunque no a solas. Es
cierto que tenía «duende», ese genio encantador y misterioso de su personalidad
que la hacía amable y querida, aguda y sencilla a la vez. Ella y su profunda
experiencia espiritual habrían sido un regalo para la historia pero, en
realidad, han sido mucho más que eso.
Un 24 de agosto, tomaba cuerpo una idea madurada a lo largo
del tiempo. Un sinfín de conversaciones, de
experiencias compartidas, de
búsquedas y discernimientos, a veces difíciles, habían dado a luz algo
precioso: una nueva forma de vida.
Nacía en medio de grandes zozobras. Lo cuenta Teresa: «Las
grandes contradicciones y persecuciones que hubo» y «los grandes trabajos y
tentaciones» que pasó. Ella misma se tambaleaba: «Por una parte, me parecía
imposible, por otra, no lo podía dudar». Pero tenía tanta fuerza la experiencia
de haber encontrado los tesoros del amor y era tan grande el «deseo de
repartirlos con otros», que se lanzó.
Ahí está el germen de algo mayor. Teresa podía haber sido un
precioso arroyo de agua fresca, pero se convirtió en un benéfico aluvión porque
no se aisló ni desconectó, no se guardó lo que tenía.
Explicaba J. A. Marina que cuando una inteligencia –en
cualquier campo que se dé– no se aísla, es capaz de generar valores
comunitarios y de crear nuevas formas de vida. Así sucede con Teresa. Hace
historia compartiendo porque, de ese modo, crea una nueva «manera de vivir y
tratar».
Desafió los diques de su tiempo, consciente de que su
condición de mujer, monja y sin abolengo la tenía «sujeta, sin solo un
maravedí, ni quien con nada me favoreciese». Pero encontró el modo de hacer
pasar el agua. Después, cuando pensaba en lo que había hecho, decía: «Hallé lo
bueno haberlo el Señor hecho todo de su parte».
No le bastaba haber descubierto la fuente de agua viva de la
que mana todo; «querría bebiesen los otros», decía. Tenía conciencia de que por
su medio «quería el Señor hacer bien a muchas personas», así que quería
aumentar el caudal de la historia y abrir un nuevo cauce.
Úrsula de los Santos, María de S. José, Antonia del Espíritu
Santo y María de la Cruz son cuatro mujeres prácticamente desconocidas, pero
que hicieron posible el paso que Teresa de Jesús daba en la historia. Son las
primeras descalzas. Atrevidas y enamoradas, como ella, canalizaron unas fuerzas
vivas que significaban un cambio real en el panorama humano y religioso de su
tiempo.
Unas mujeres capaces de decidir lo que querían hacer con sus
vidas, que eligieron la libertad del servicio. Iniciaron una vida de soledad,
máximamente sencilla y silenciosa, centrada en la persona de Jesús. Y donde la
amistad, la búsqueda del bien común, informaba todo. De ellas, impresionaba a
Teresa su «gran valor… y el ánimo que Dios las daba para padecer y servirle».
De necesidad había de alterarse el curso del agua, en un
tiempo que acumulaba ruidos vacíos de linajes e intereses, y que mantenía retirada
de todo a la mujer.
En 1562, Teresa y sus compañeras cambiaban el rumbo de la
historia. Iniciaban un «modo y manera de vivir» que no iba a quedar encerrado
en los muros de su casita. Su forma de vida tenía las compuertas abiertas.
Los linajes, los intereses y la discriminación siguen
levantando diques. Por eso, sigue siendo necesario el valor y la humildad para
dar pasos y, como decía Teresa, para «ser parte para que algún alma se llegase
más a Dios» que, para ella significaba decir ser parte en mejorar la vida de
los demás.
Decía algo que parece contradictorio, pero no lo es: que
«querría huir de las gentes y… se querría meter en mitad del mundo, por ver si
pudiese ser parte para que un alma alabase más a Dios». En el fondo, esos
deseos dicen que la «manera de vivir» que propone no tiene un único molde,
porque el agua no puede tenerlo.
Y Teresa no pretendió otra cosa que aumentar el caudal,
sabiendo que Dios está en la historia del mundo y que esa historia no es
previsible, pero está llena de nombres grandes y pequeños que eligen «hacer
historia». Hombres y mujeres que al poner en común lo que tienen en sí –como
aquellas cuatro descalzas– hacen posible dar un paso adelante.
(Fuente: Gema Juan ocd-juntos-andemos.php)
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