Queridos hermanos:
Jeremías nos dice en la primera lectura: “Haré con la casa
de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la que hice con vuestros
padres. Ellos, aunque yo era su Señor, quebrantaron mi alianza. Sino que así
será la alianza que haré con ellos…” y marca al menos tres características de
esa nueva alianza. “Meteré mi ley en su
pecho, la escribiré en sus corazones”, la primera alianza estaba escrita en
tablas de piedra, mientras que la segunda está grabada en los corazones. “Yo
seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”, la nueva alianza nos transforma en
pueblo, la base es la gente, la comunidad. “Y no tendrá que enseñar uno a su
prójimo, el otro a su hermano, diciendo: Reconoce al Señor. Porque todos me
conocerán, desde el pequeño al grande, cuando perdone sus crímenes, y no
recuerde sus pecados”, conocer al Señor es reconocerle como el Dios de la
misericordia, del amor, del perdón y de la vida. La nueva alianza que nos
propone Dios a través de Jeremías, es la muerte del Hijo, entregado a la tierra
como un grano de trigo, de su muerte nacerá la vida. La nueva alianza es
Jesucristo.
El texto del Evangelio de hoy nos sitúa en las puertas de la
Semana Santa y nos presenta primeramente una
actitud que tenemos que tener
antes las fiestas que se nos avecinan; esa actitud es la búsqueda. “Quisiéramos
ver a Jesús”, el ser humano es un ser que busca: belleza, felicidad, amor,
sentido, esperanza, respuestas, plenitud, verdad. Y en esa búsqueda queremos una
referencia que nos sirva de orientación, que aclare nuestra oscuridad, que
motive nuestro esfuerzo, que nos haga crecer. Hay muchas ofertas de respuesta.
La de Jesús es la cruz: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del
hombre”, lo suyo es ser grano de trigo, no amarse a sí mismo, ser servidor. No
se asemeja mucho a lo que quieren oír las gentes, por eso hablamos del misterio
Pascual. Quien sólo piensa en sí mismo está equivocado, quien piensa la vida
como una realidad que afecta a todos y en la que estamos embarcados de modo
comunitario, está en lo cierto. Quien se encierra en sí mismo y se sirve de los
demás se frustrará, quien piensa en los demás y busca el modo de ayudarles, ese
encontrará lo que buscaba. Es una respuesta paradójica no basada en la fuerza
del poder, sino en la fuerza del amor y en la debilidad de la muerte: “si
muere, da mucho fruto”. Aquí la muerte no es la negación de la vida.
Todo el amor que Jesús recibe del Padre, nos lo entrega,
esto hace posible la salvación; se ha roto la separación entre Dios y el
hombre, se crea una nueva alianza. En Jesús se realiza el proyecto de Dios que
significa la plenitud humana. La gloria de Dios ya tiene un nuevo templo donde
estar: el amor y la vida; el nuevo templo es el Hombre. El Hombre-nuevo, el
perfecto hombre hecho a imagen y semejanza de Dios, es la respuesta a los que
buscamos, el camino de todos los que buscan la vida. No es fácil: “Ahora mi
alma está agitada y, ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si para esto
he venido, para esta hora. Padre glorifica tu nombre” (recuerda Getsemaní).
Jesús vence la tentación y reafirma su fidelidad a la misión recibida, su
entrega al Padre manifiesta que su gloria y su destino es que el hombre viva,
que llegará a su mayor expresión en la cruz y la resurrección. Como diría
Monseñor Romero, ahora que se le va a beatificar y que el próximo martes 24 celebramos el 35
aniversario de su asesinato: “La gloria de Dios es que el pobre viva”.
Celebrar la Semana Santa, hacer la alianza con Dios, estar
en búsqueda, renacer a la vida nueva, es el fruto de nuestra propia muerte, de
una renuncia total a un modo de existencia basado en el egoísmo (amar la propia
vida) para comenzar a andar por el camino de la entrega total (perder la vida).
Como Jesús, también nosotros a menudo tendremos la tentación de decirle a Dios:
“¡Líbrame de esta hora!”. Pero también como él tendremos que afirmar de
inmediato: si para esto he caminado toda mi vida, he buscado, para esto he
nacido: para que el amor resplandezca en mi vida. Esto es lo que celebramos
comunitariamente todos los días en la Eucaristía.
(Autor: Julio César Rioja,
cmf)
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