Queridos
hermanos:
En
la vida vivimos muchos momentos de inseguridad, indefensión, nos sentimos
amenazados, tenemos incertidumbres, andamos a tientas, buscamos guías. No es
otra cosa la adoración que muchos de nuestros contemporáneos tienen por los
líderes políticos, deportivos, musicales… que llenan plazas y estadios.
Necesitamos gente que oriente nuestra vida y a la vez nos creemos
autosuficientes, vivimos de los grandes avances técnicos, médicos, astronómicos
y nos sentimos pequeños.
Perseguimos
la felicidad y pensamos dominar todo y seguimos inquietos. El evangelio nos
dice que tenemos un Pastor y parece responder a una inquietud de los primeros
cristianos y también de nosotros: ahora que Jesús no está visiblemente entre
nosotros, ¿quién nos reúne, nos guía y nos defiende?
El
auténtico Pastor que guía a la comunidad cristiana es uno sólo: Cristo. En la
primera lectura Pedro que había “hecho un favor a un enfermo” diciéndole: “No
tengo plata ni oro, pero lo que tengo de lo doy: en nombre de Jesús Nazareno,
ponte a andar”. Deja claro quién es “la piedra angular”, su riqueza es Cristo,
como dirá Pablo, es importante puntualizar esto, en unos momentos en los que
tanto se habla de la riqueza de algunos pastores. Su riqueza nos llegará a
través de los testigos que llamamos “pastores”, que son como
Él, los servidores
de todos. ¿Pero en qué consiste ser Buen Pastor?, en contra de los falsos
pastores o dirigentes que no hacían otra cosa que pastorearse a sí mismos.
Consiste en “Dar la vida por las ovejas”.
Difícil
tarea entonces… Se exige valentía, entrega incondicional, amor entrañable,
osadía, ponerse en la puerta del aprisco y defender a todos de los “lobos”. El
pastor se juega la vida por los suyos, pone voz a los que no pueden hablar,
defiende al injustamente acusado, denuncia al opresor, acompaña los procesos de
los pequeños, busca a la oveja perdida. Los pastores deben de visibilizar a
Cristo que ama apasionadamente al hombre de hoy, lo entiende, lo acoge y sana
sus heridas. En palabras del Papa Francisco: “debe de oler a oveja” y es que
los verdaderos pastores no pueden quedarse encerrados en casa o en la oficina,
deben de salir de sí mismos, mirar con ojos distintos. Descubrir qué anda mal o
qué se puede cambiar, acudir donde alguien los necesita, compartir las
situaciones de necesidad, de miseria, de enfermedad, de debilidad de los suyos.
Dialogar, escuchar, trabajar, pensar, estar en medio de ellos: “conocer y que
le conozcan”.
“Tengo,
además otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que
traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo pastor”. El pastor
no se encierra, vive una Iglesia en salida, sabe que hay un montón de alejados
y está en la calle, en la plaza, en las asociaciones, donde se cuece la vida,
al lado de aquellos hombres que buscan la verdad. La originalidad de la Iglesia
debe ser que toda ella participe de la misión pastoral del único Pastor: Jesús.
Todos estamos llamados a ejercer un servicio pastoral con respecto a los
hermanos. Todas nuestras vocaciones, todas nuestras profesiones, todas nuestras
misiones han de ser pastorales. Todas nuestras tareas han de ser para ayudar a
los otros, acompañar, acoger, para construir un mundo de igualdad. Todos
debemos de ser pastores y pastoras, responsables unos de los otros, pero no
todos de la misma manera. Es verdad que el titulo de pastores se lo hemos
apropiado al Papa, Obispos y sacerdotes por su total servicio a la comunidad.
Pero dicho servicio nunca puede desplazar la igualdad común, las relaciones
mutuas, el ejercicio respetuoso y no autoritario de los cargos y
responsabilidades, (aquí habría mucho que discernir y hablar).
Nuestro
mundo, nuestra gente y también nosotros, necesitamos guías, pastores, que estén
a nuestro lado y acompañen nuestras inseguridades, amenazas, gozos y alegrías,
nuestras dudas, que sanen nuestras heridas, sin olvidar que ellos también están
heridos. Creer en la resurrección es aceptar este papel arriesgado de cuidar a
los demás. Esa cercanía es un símbolo de la Pascua.
PD:
Hoy se puede escuchar esta vieja canción de Ricardo Cantalapiedra, no lo dice
todo, pero evoca cosas.
No
queremos a los grandes palabreros
No
queremos a los grandes palabreros
queremos
a un hombre
que
se embarre con nosotros
que
ría con nosotros
que
beba con nosotros
el
vino en la taberna
que
coma en nuestra mesa
que
tenga orgullo y rabia
que
tenga corazón y fortaleza
los
otros no interesan,
los
otros no interesan
los
otros no interesan.
No
queremos a engañosos pregoneros
queremos
a un hombre
que
se acerque a nosotros
que
cante con nosotros
que
beba con nosotros
el
vino en la taberna
que
sepa nuestras penas
que
tenga orgullo y rabia
que
tenga corazón y fortaleza
los
otros no interesan,
los
otros no interesan,
los
otros no interesan.
Julio César Rioja, cmf
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