Queridos hermanos:
Empieza el Adviento, aunque el lenguaje que emplea el
Evangelio, parece ser, un anuncio terrible y catastrófico, el sentido verdadero
es de esperanza. El pesimismo y la esperanza, están presentes en el interior de
cada hombre y en el panorama de toda la historia. Han sucedido y suceden,
acontecimientos verdaderamente angustiosos: catástrofes naturales, enfermedades
como el SIDA o el ébola, terrorismo, gentes que se ven forzadas a marchar de
sus tierras por la guerra, inmigración y sobre todo hambres. Sin cerrar los
ojos a esto; hoy se nos dice: “Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra
liberación”.
Jeremías en la primera lectura nos anuncia: “Suscitaré a
David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra”. Y Daniel
el gran profeta del Adviento, nos invitará en este tiempo, a encontrar los
signos de esperanza, tanto eclesial, como socialmente, para que podamos
levantar la cabeza. Es verdad que nuestro sistema necesita un mundo conformista
y para ello es necesario matar la esperanza. Privados de esperanza, ya no hay
ninguna razón para luchar por algo nuevo, se acepta sin discusión la situación
actual. Por eso desacredita a los que intentan crear algo nuevo, llamándolos
anti-sistema o enemigos del progreso y de la calidad de vida. Prefiere hombres
instalados confortablemente, tranquilos y cómodos, sin mayores aspiraciones.
Hombres con la cabeza gacha.
Jesús dijo: “Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una
nube…”, “Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los
agobios de la vida…”, “Estad siempre despiertos… y manteneros en pie ante el
Hijo del Hombre”. Mantenernos en pie, despiertos, sin que se embote la mente,
es ir más allá de nuestra contradictoria existencia, que se mueve entre el
miedo y la angustia, el pesimismo, la resignación y la rebeldía, la
sinceridad y la mentira, la justicia y la injusticia, la lucha y el desaliento…
Para hacer nacer dentro de nosotros, el Hijo del Hombre, que no es otro, que
Jesús hecho carne en nuestra propia carne.
Adviento pasa por dentro. El nacimiento del Hijo del Hombre,
se hace Belén en la cueva de nuestro corazón: allí donde cada uno lucha por
vivir como hombre, como hombre integral, transcendente, total. Es un hombre que
debe mantenerse en pie, a pesar del cansancio, con la mente despierta, a pesar
del embotamiento del vicio, de las diarias preocupaciones y del dinero. Un
hombre que no puede dejar, de sentirse llamado a ser un hombre nuevo. Que con
el resultado de una profunda experiencia humana y trascendente que tenemos
escondida dentro de cada uno, puede hacer que emerja con fuerza en nosotros y
en la historia, una tierra de paz y justicia.
Hay signos de esperanza, aunque no es nada fácil mantener
encendida esta estrella, en medio del escepticismo de nuestros días. Lo
importante parece que es vivir hoy, no importa el mañana y esos lejanos días
que anuncian los profetas y los soñadores de un mundo mejor. Por eso, en el hoy
es el momento oportuno de dar razón de nuestra esperanza. Como hombres
creyentes debemos de penetrar la oscuridad y convertirnos en profetas de la
esperanza. Un gran servicio de los cristianos y de nuestras comunidades a
nuestra sociedad, podría ir en esta dirección: penetrar con los ojos de la fe
la oscuridad y ayudar a discernir los signos de vida y esperanza. Ser lugares
de curación de las heridas de los hombres, que ayuden a crear una atmósfera de
compasión y misericordia.
Tenemos que ser Adviento para el mundo actual, es decir,
signos de esperanza en nuestras casas, comunidades, en la Iglesia y en la
sociedad. Estemos vigilantes, para descubrir los signos de la venida de
Jesús en la vida, Él viene cuando quiere, por eso hay que velar. Debemos
detenernos, entrar en el Adviento, es nuestro tiempo. Es el tiempo del hombre,
el tiempo del nacimiento del Hijo del Hombre.
(Autor: Julio César Rioja, cmf )
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