Queridos hermanos:
En este penúltimo domingo del año litúrgico se nos habla con
un lenguaje distinto que solemos llamar apocalíptico o escatológico. Se
refiere a acontecimientos futuros, con unas palabras que nos suenan extrañas:
“En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas,
la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos
celestes temblarán”. Es difícil su interpretación.
Ampliando las miras, podríamos decir que el Evangelio de hoy
no pretende asustar a nadie y quizás tampoco es el anuncio de no sé qué
acontecimientos cósmicos, que preparan la segunda venida de Jesús al mundo.
Podría interpretarse, como que la llegada de Jesús inexorablemente a la vida de
cada uno y de todos los hombres, debe cambiar nuestras vidas y producir en
ellas un cataclismo. Por eso debemos estar alerta y contra todo lo que parece,
es un evangelio de alegría, esperanza: “Verán venir al Hijo del Hombre”.
El centro de todo está en la llegada del Hijo del Hombre, es
verdad que los primeros cristianos esperaban una segunda venida inminente. Pero
el Hijo del Hombre que anunciaron los profetas, entre
ellos Daniel, ya había
llegado en Cristo-Jesús. Esta reflexión se completará el próximo domingo,
último del año litúrgico, con la fiesta de Cristo Rey del Universo. El cambio
que ha traído Jesús es total, él hace un mundo nuevo con soles, luna y
estrellas nuevas, nuestra vida cambia, así como la historia, la sociedad, la
comunidad. Su presencia destruye nuestro mundo de pecado y de egoísmo, nuestras
maneras de pensar, de sentir y de obrar. No dejará piedra sobre piedra, él es
el sol que nace de lo alto y nos alumbrará para siempre.
“Aprended lo que os enseña la higuera: cuando las ramas se
ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues
cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta”. Cada
día que experimentamos la lucha interior para aceptar el Evangelio, para
cambiar nuestra manera de pensar y de vivir, para seguir al Maestro, sepamos
que él está a la puerta. Al sentir en nuestra propia carne la lucha por hacer
nacer al Hijo del Hombre, tengamos la esperanza de que el fin del hombre viejo
está cerca. “El día y la hora nadie lo sabe, sólo el Padre”.
El encuentro con el Cristo del evangelio es obra del Padre,
no hay día ni hora (aunque cada uno recuerda el momento inicial, como los
apóstoles: “eran las cinco de la tarde”, esos encuentros deben seguir a lo
largo de la vida). Un día nos cruzamos con la voluntad del Dios y desde el
Espíritu sabemos que nuestras ramas están tiernas y de vez en cuando aparecen algunas
yemas, pequeños frutos que nos hablan de la cercanía del Reino y de nuestra
lucha para acoger o hacer nacer en nuestra vida el “Hombre Nuevo”.
Jesús llega y ha llegado con su palabra transformadora, y no
podemos permanecer dormidos, ciegos, sordos y mudos. Este es el tiempo, en que
los cristianos tenemos la oportunidad de restaurar el mundo, de construir la
historia, de instaurar el nuevo orden que nos trae el Hijo del Hombre. Ese
futuro mejor para todos hay que trabajarlo todos los días, todos los años, toda
la vida y, no sólo con la cabeza y con las manos, hay que poner también el
corazón. Hay que hacerlo con otros, nos necesitamos para avanzar; para superar
las dificultades grandes y pequeñas; para darnos ánimos cuando surja la
tentación de pararnos; y para celebrar y festejar los logros de sentirnos vivos
en el camino hacia el futuro.
Eso es la Iglesia, hoy que celebramos el Día de la Iglesia
Diocesana, en ella caminamos en la esperanza de una nueva primavera que supere
el pesimismo, el “aquí no hay nada que hacer”, o las visiones negativas sobre
el mundo. Sabemos que hay hambres, guerras, pobres, odios, desigualdad…, no
somos ingenuos, dice Daniel en la primera lectura: “Son tiempos difíciles”.
Pero como Iglesia Diocesana, tenemos que estar cercanos a aquellos que
están esperando un tiempo nuevo, recordando que tenemos capacidad para buscar
salidas a todas las dificultades. Seamos lo que debemos ser, lugar de encuentro
de todos con el Hijo del Hombre, para la construcción de un mundo y un universo
nuevo.
Autor: Julio César
Rioja, cmf
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