Dios invita al
profeta Samuel a no dejarse llevar por las apariencias antes de elegir a una persona
para un servicio o misión: “…porque el hombre mira las apariencias, pero Dios
mira el corazón”(1 Sam 16, 7).
En nuestra vida cotidiana, lamentablemente, muchas veces nos
dejamos llevar por las apariencias antes de indagar lo que realmente sucede en
lo profundo del corazón de nuestros hermanos: juzgamos, nos adelantamos sacando
conclusiones, creemos actuar movidos por la sabiduría, relacionamos hechos,
actitudes y concluimos dando un veredicto que puede ser totalmente erróneo.
¿Qué mueve a Dios mirar el corazón y por qué nosotros no
podemos hacer lo mismo?
Los seres humanos venimos heridos por el pecado original
(CIC 397-401) e inclinados a la
concupiscencia, en muchos casos hemos
experimentado la debilidad y fragilidad del prójimo y la propia, y por las
reiteradas caídas concluimos que volveremos a reincidir o lo haremos como otros
ya lo hicieron. Dios, en cambio, da siempre una nueva oportunidad, vuelve a apostar
por nosotros y no les teme a nuestras caídas, es más, cuenta con ellas y corre
el riesgo de que volvamos a fallar, pero su mirada está siempre puesta en la “bondad
que ha puesto en el corazón humano”, la
misericordia, es eso.
¿Qué tal si hoy pedimos al Señor que nos regale un corazón
misericordioso, capaz de dar nuevas oportunidades porque más pone el acento en el
bien del prójimo?
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