Queridos hermanos y hermanas,
he preparado un discurso para esta ocasión sobre los temas
de la vida consagrada y sobre tres pilares; existen otros, pero tres son
importantes para la vida consagrada. El primero es la profecía, el otro es la
proximidad y el tercero es la esperanza. Profecía, proximidad y esperanza. He
entregado al Cardenal Prefecto el texto porque es un poco aburrido leerlo y
prefiero hablar con ustedes de aquello que me sale del corazón. ¿De acuerdo?
Profecía
Religiosos y religiosas, es decir hombres y mujeres
consagrados al servicio del Señor que ejercitan en la Iglesia este camino de
una pobreza fuerte, de un amor casto que los lleva a una paternidad y a una
maternidad espiritual para toda la Iglesia, una obediencia… Pero, en esta
obediencia nos falta siempre algo, porque la perfecta obediencia es aquella del
Hijo de Dios – ¡eh! – que se ha abajado, se ha hecho hombre por obediencia
hasta la muerte de Cruz. Pero hay entre ustedes hombres y mujeres
que viven una
obediencia fuerte, una obediencia – no militar, no, no, aquello; eso es
disciplina, es otra cosa – ¿De donación del corazón? Y esto es profecía. “¿Pero
tú, no tienes ganas de hacer otra cosa? Sí, pero… según las reglas debo hacer
esto, esto, esto. Y según las disposiciones esto, esto, esto. ¿Y si no veo
claro algo? Hablo con el superior, con la superiora… Pero, después del dialogo
obedezco”. Esta es la profecía contra la semilla de la anarquía que siembra el
diablo. ¿Tú qué haces? “Yo hago lo que me gusta”. La anarquía de la voluntad es
hija del demonio, no es hija de Dios. El Hijo de Dios no ha sido anárquico, no
ha llamado a los suyos para hacer una fuerza de resistencia contra sus
enemigos; también Él le ha dicho a Pilatos: “Pero, si yo fuera un rey de este
mundo habría llamado a mis soldados para defenderme”. Pero Él ha obedecido al
Padre. Ha pedido solamente: “padre, por favor… No, no, este cáliz no. Si no se
haga lo que tú quieras”. Cuando ustedes obedecen una cosa… Tal vez muchas veces
no les gusta, ¿eh? A veces como mi italiano es muy pobre, debo hablar el
lenguaje de los sordomudos, ¡eh! Esta obediencia… pero se hace. Por lo tanto la
profecía.
La profecía es decir a la gente que hay un camino de felicidad, de
grandeza, un camino que llena de alegría, que es el camino de Jesús. Es el
camino de estar cerca de Jesús. Es un don, es un carisma la profecía y que se
debe pedir al Espíritu Santo: que yo también sepa decir esa palabra también, en
aquel momento justo; que yo haga aquello en aquel momento justo, que mi vida,
toda, sea una profecía; hombres y mujeres profetas. Y esto es muy importante.
Pero, hagamos como todo el mundo, ¿no? La profecía es decir que hay algo
verdadero, más bello, más grande, más bueno al cual todos estamos llamados.
Cercanía
Luego la otra palabra es la proximidad, ¿no? Hombres y
mujeres consagrados, pero no para alejar a la gente y tener todas las
comodidades… No, para acercarme y entender la vida de los cristianos y de los
no cristianos, los sufrimientos, los problemas, las tantas cosas que solamente
se entienden si un hombre y una mujer consagrada se hace prójimo: en la
proximidad. “Pero, Padre, yo soy una religiosa de clausura, ¿Cómo debo hacer?
Pero, piensen en Santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones, que con
su corazón ardiente era próxima a la gente. Proximidad… Hacerse consagrados no
significa salir uno, dos, tres escalones en la sociedad. Es verdad, muchas
veces escuchamos a los padres: “Pero, sabe padre, yo tengo una hija religiosa,
yo tengo un hijo fraile…” y lo dicen con orgullo: ¡y es verdad! Es una
satisfacción para los padres tener hijos consagrados; esto es verdad. Pero para
los consagrados no es un estatus de vida que me hace ver a los otros así, ¿eh?
La vida consagrada me debe llevar a la cercanía con la gente; cercanía física,
espiritual, conocer a la gente. “A si padre, en mi comunidad la superiora nos
ha dado el permiso de salir, y buscar en los barrios pobres con la gente” – Y
en tu comunidad, ¿hay religiosas ancianas? Si, si. Esta la enfermería en el
tercer piso – ¿Y cuántas veces al día tú vas a visitar a tus religiosas, las
ancianas que pueden ser tu mamá o tu abuela? Bueno padre, usted sabe, yo estoy
muy ocupada en el trabajo y no logro ir… “Proximidad: ¿Quién es el primer
prójimo de un consagrado o de una consagrada? El hermano o la hermana de la
comunidad. Este es su primer prójimo. Es también una proximidad hermosa, buena,
con amor. Yo sé que en sus comunidades jamás se murmura, jamás, jamás… Un modo
de alejarse de los hermanos y de las hermanas de la comunidad es propio este:
el terrorismo de las habladurías. Escuchen bien, ¿eh? No, las habladurías: el
terrorismo de las habladurías, porque quien habla mal es un terrorista. Es un
terrorista dentro la propia comunidad, porque lanza como una bomba la palabra
contra esto, contra aquello, y luego se va tranquilo. ¡Destruye quien hace
esto! Quien hace esto destruye como una bomba y él se aleja. Esto, el apóstol
Santiago decía que era la virtud tal vez más difícil, la virtud humana y
espiritual más difícil de tener, aquella de dominar la lengua. Si me viene por
decir algo contra un hermano o una hermana, lanzar una bomba de habladurías,
muérdete la lengua, ¿eh? ¡Fuerte! Terrorismo en la comunidad, ¡no! “¿Pero
padre, si hay algo, un defecto, algo que corregir? – Tú lo dices a la persona:
tú tienes esta actitud que me fastidia o que no está bien o que no es
conveniente – porque a veces no es prudente – tú lo dices a la persona que lo
puede remediar, que puede resolver el problema y a ningún otro, ¿entendido? Las
habladurías no sirven. ¿Pero en el capítulo? Ahí sí, en público todo lo que
sientes que debes decir, porque existe la tentación de no decir las cosas en el
capítulo y luego afuera: ¿Has visto a la superiora? ¿Has visto a la abadesa?
¿has visto al superior? ¿Por qué no lo has dicho ahí en el capítulo? Eh, no
tienes el derecho. ¿Es claro esto?
¡Son virtudes de proximidad! Y los santos tenían esto: los
Santos consagrados tenían esto. Santa Teresa del Niño Jesús jamás, jamás se ha
lamentado del trabajo, del fastidio que le daba esa religiosa que debía llevar
al comedor, todas las tardes: de la capilla al comedor… ¡Jamás! Porque la pobre
religiosa era muy anciana, casi paralitica, caminaba mal, tenía dolores –
también yo la entiendo – también un poco neurótica… Jamás, jamás ha ido donde
otra religiosa a decir: “¡pero esta como da fastidio!”. ¿Qué cosa hacia? La
ayudaba a acomodarse, le llevaba la servilleta, le partía el pan y le hacía una
sonrisa. Proximidad se llama esto. ¡Proximidad! Si tu lanzas la bomba de una
habladuría en tu comunidad, esto no es proximidad: ¡esto es hacer la guerra!
Esto es alejarte, esto es provocar distancias, provocar anarquismos en la
comunidad. Y si, en este Año de la Misericordia, cada uno de ustedes logrará no
hacerse el terrorista de habladurías, sería un éxito en la iglesia, un ¡suceso
de grande santidad! ¡Anímense! La proximidad.
Esperanza
Y luego la esperanza. Y les confieso que a mí me cuesta
mucho cuando veo el disminuir de las vocaciones, cuando recibo a los Obispos y
les pregunto: ¿cuántos seminaristas tiene? 4, 5. ¿Cuándo voy, a sus comunidades
religiosas? – masculinas o femeninas – tienen un novicio, una novicia, dos: y
la comunidad envejece, envejece, envejece. Cuando hay monasterios, grandes
monasterios, y el Cardenal Amigo Vallejo puede contarnos, en España, cuantos
hay, que son llevados adelante por 4 o 5 religiosas ancianas, hasta el
final… Y a mí esto me provoca una tentación que va contra la esperanza. “Pero
Señor, ¿qué cosa sucede? ¿por qué el vientre de la vida consagrada se hace tan
estéril? Algunas congregaciones hacen el experimento de la inseminación
artificial: ¿qué cosa hacen? Reciben: si ven, ven, ven… Y luego los problemas
que hay ahí adentro… ¡No! Se debe recibir con seriedad! Se debe discernir bien
si esta es una verdadera vocación y ayudarla a crecer. Y creo que contra la
tentación de perder la esperanza, que nos da esta esterilidad, debemos
rezar más. Y rezar sin cansarnos.
A mi hace tanto bien leer ese pasaje de la escritura, en la
cual Ana – la mamá de Samuel – rezaba y pedía un hijo: y rezaba y movía sus
labios y rezaba… – Y el viejo sacerdote que era un poco ciego y que no veía
bien, pensaba que estaba ebria. Pero el corazón de aquella mujer: “¡Quiero un
hijo!”. Yo les pregunto a ustedes: ¿sus corazones, ante este disminuir de las
vocaciones, reza con esta intensidad? Nuestra congregación tiene necesidad de
hijos, nuestra congregación tiene necesidad de hijas… El Señor que ha sido tan
generoso no faltará a su promesa. Pero debemos pedirlo. Debemos tocar la
puerta de su corazón. ¡Porque hay un peligro! Y esto es feo, pero debo decirlo.
Cuando una congregación religiosa ve que no tiene hijos y sobrinos y comienza a
ser más pequeña y más pequeña, se apega al dinero. ¡Y ustedes saben que el
dinero es el estiércol del diablo! Cuando no pueden tener la gracia de tener
vocaciones e hijos, piensan que el dinero salvara la vida y piensan en la
vejez, que no me falte esto, que no falte este otro… ¡Y así no hay esperanza!
La esperanza solo en el Señor. El dinero no te la dará jamás. Al contrario: ¡te
tirará abajo! ¿Entendido?
Esto quería decirles, en vez de leer las notas que el
Cardenal Prefecto les dará luego…
Y les agradezco mucho por todo lo que hacen. Los consagrados
– cado uno con su carisma – y quiero subrayar las consagradas, las religiosas:
¿qué sería de la Iglesia si no existirían las religiosas? Esto lo he dicho una
vez: cuando tú vas al hospital, a los colegios, a las parroquias, en los
barrios, en las misiones, hombres y mujeres que han dado su vida… En el último
viaje en África – esto lo he contado, creo, en una audiencia – he encontrado a
una religiosa de 83 años, italiana: ella me ha dicho: “desde cuando tenía, no
recuerdo si me ha dicho 23 o 26 años que estoy aquí. Soy enfermera en un
hospital – pensemos desde los 26 años hasta los 83 – y he escrito a los míos en
Italia que ¡no regresare jamás!”. Cuando tú vas a un cementerio y ves que hay
muchos misioneros religiosos muertos y tantas religiosas muertas a 40 años
porque se han enfermado, estas fiebres de estos países, han quemado sus vidas…
Tú dices: “¡Estos son santos! ¡Estos son semillas!”. Debemos decir al Señor que
baje un poco sobre estos cementerios y vea que cosa han hecho nuestros
antepasados y nos dé más vocaciones, porque tenemos necesidad.
Les agradezco mucho por esta visita, agradezco al Cardenal
Prefecto, al Mons. Secretario, a los sub secretarios por aquello que han hecho
en este Año de la Vida Consagrada. Pero, por favor, no se olviden la profecía
de la obediencia, la cercanía, el prójimo es más importante, el prójimo más
próximo es el hermano y la hermana de la comunidad, y luego la esperanza. Que
el Señor haga nacer hijos e hijas en sus congregaciones. Y recen por mí.
Gracias.
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