Este es uno de los textos que propone el Papa para el Año de
la Misericordia, es una parábola muy conocida del Evangelio y quizás de las más
cautivadoras. La hemos llamado del hijo pródigo, del hermano mayor, pero la
figura central parece el padre misericordioso. Sin duda sorprende ver a un
padre tan especial que no guarda para sí su herencia, respeta la libertad,
calla y espera. No anda obsesionado con la moral de sus hijos, él aguarda a los
perdidos, que: “cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y
echando a correr, se le echo al cuello y se puso a besarlo”. ¿Será así Dios?
Todo consiste en volver a la casa del padre, en integrarse a
la familia, en convertirse. Para lo cual primero hay que recapacitar, pensar:
“Recapacitando entonces, se dijo…”, hay que tener la valentía de mirarse como
uno está. Después hay que reconocer el pecado, cuesta mucho decirnos la culpa
es mía, reconocer nuestros límites y querer crecer aunque sea en un puesto
secundario. Y por último hay que ponerse en pie: “me pondré en camino adonde
está mi padre, y le
diré…”. Pero no basta con la reflexión y el cambio
interior, no basta con confesar el pecado, hay que rehacer los lazos rotos. El
perdón siempre es el encuentro de dos amores: un amor que espera y un amor que
vuelve.
Ser misericordioso no significa ser liberal o relejado,
significa tener entrañas, por eso el padre repite dos veces: “Este hijo mío
estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo he encontrado”. Si se
pusiera en práctica esta frase del Evangelio, es posible que la imagen de la
Iglesia fuera distinta. Después vendrán los abrazos, los besos, la fiesta, el cordero
cebado, el baile, el anillo, el mejor traje. El padre devuelve a su hijo la
dignidad de hijo y celebra la fiesta de la reconciliación, porque supo volver.
¿Será esto el Reino de Dios?
Hay que dejarse amar, sentirse amado por el padre y como nos
dice San Pablo en la segunda lectura, transformarse en un hombre nuevo: “El que
es de Cristo es una criatura nueva: lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha
comenzado. Todo eso viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió
consigo y nos encargó el servicio de reconciliar. Es decir, Dios mismo estaba
en Cristo reconciliando el mundo consigo, sin pedirle cuenta de sus pecados, y
a nosotros nos ha confiado el mensaje de la reconciliación”. El amor cambia,
saber que somos acogidos y acoger a otros con misericordia, es el mensaje que
se nos ha confiado, debemos ser signos de reconciliación.
Pero lo de la fiesta es demasiado, así piensan muchos de los
hermanos mayores: “El se indignó y se negaba a entrar”. Hemos separado la
fiesta y la alegría de la liturgia y nuestras celebraciones son tan correctas,
que sólo los santos de nuestras péanas parecen divertirse. Hay que celebrar a
los hermanos que vuelven, que en realidad somos todos, eso es la Pascua, pero
como dice nuestro Papa: “Hay cristianos cuya opción parece ser la de una
Cuaresma sin Pascua” y “Por consiguiente un evangelizador no debería tener
permanentemente cara de funeral” (Evangelii
Gaudium, nº 6 y 10). En ocasiones parece que no entendemos ni jota del
amor o de aquella frase de Jesús: “Hay más alegría en el cielo por un solo
pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos, que no necesitan
convertirse” (Lc. 15,7).
Por eso, cuando se nos acerca el extraño, el que no piensa y
vive como nosotros, decimos: “Ese hijo tuyo…” y el padre nos dice: “Ese hermano
tuyo” y “Todo lo mío es tuyo”. El padre invita a los hermanos a acogerse con el
mismo cariño, cuesta pedir perdón pero en ocasiones cuesta más perdonar y amar
al que sentimos lejos de nuestras maneras de pensar. Y es que sin prejuicios,
sin condenas, debemos de ser serios con nuestra propia conciencia;
estimulándonos permanentemente al cambio y la conversión y comprensivos con los
demás; llenos de ternura y misericordia. Difícil tarea, pero: ¿No será este el
secreto de la vida cristiana?
La actitud del padre nos habla de cómo es Dios, la fiesta de
cómo es el Reino y la reconciliación del secreto y la salsa de la vida,
nuestras comunidades y parroquias deben vivir cada domingo la alegría de los
que se reencuentran y se reconcilian.
(Autor: Julio César Rioja, cmf)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
DEJANOS TU COMENTARIO