domingo, 6 de marzo de 2016

Reflexión de un hijo del Padre de las Misericordias y la bondad


Tu bondad y misericordia no tienen  límites… conmigo has hecho mil artificios para atraerme hacia vos, pero yo, con la rebeldía de la adolescencia y la soberbia de creerme superior me escapaba y te ignoraba porque deseaba probar al mundo entero que ya había madurado lo suficiente como para manejar mi vida según mis antojos.
¡Pobre de mí! Lo probé todo, incluso hice despilfarro de “todo lo que me diste”, sin conciencia de nada, malgasté mi vida, mi salud, mi cuerpo, mis fuerzas… todo…
Llegué a pisar fondo, a sentir que caía incesantemente en el hondón del infierno, tan profundo, oscuro, frío y
solo que los gritos de auxilio parecían no escucharse ni llegar al centro de tu corazón.
Pero ¡cómo me sorprendés, Señor! No estaba la palabra n mi boca y ya la sabías toda, me envolvías por detrás y por delante y por eso nunca llegué a tocar el fondo…
Desperté de aquella pesadilla y me encontré con tu dulce mirada, un abrazo cálido y fuerte me afirmó el corazón asegurándome tu bondad y misericordia… desde entonces vivo una fiesta, la del perdón y la experiencia… el pecado, la soberbia, me empujaron al abismo, pero tu misericordia y tu perdón me sostuvieron y no dejaron que cayese.

Hoy sé que te necesito, que “la Ley” es mi brújula para llegar al horizonte de la felicidad, una Ley que se sintetiza en el “Mandamiento del Amor”… descanso tranquilo en tu voluntad, he aprendido a depender de vos y aseguro a todos que nada se compara a tu misericordia y bondad.

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