“¡Oh Jesús mío!, ¡quién pudiese dar a entender la majestad
con que os mostráis! Y cuán Señor de todo el mundo y de los cielos y de otros
mil mundos y sin cuento mundos y cielos que Vos crearais, entiende el alma,
según con la majestad que os representáis, que no es nada para ser Vos Señor de
ello.
Aquí se ve claro, Jesús mío, el poco poder de todos los
demonios en comparación del vuestro, y cómo quien os tuviere contento puede
repisar el infierno todo.
Aquí ve la razón que tuvieron los demonios de temer cuando
bajasteis al limbo, y tuvieran de desear otros mil infiernos más bajos para
huir de tan gran majestad, y veo que queréis dar a entender al alma cuán grande
es, y el poder que tiene esta sacratísima Humanidad junto con la Divinidad.
Aquí se representa bien qué será el día del juicio ver esta
majestad de este Rey, y verle con rigor para los malos.
Aquí es la verdadera humildad que deja en el alma, de ver su
miseria, que no la puede ignorar.
Aquí la confusión y
verdadero arrepentimiento de los pecados, que aun con verle que muestra amor,
no sabe adonde meterse, y así se deshace toda” (V 28,8-9).
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