viernes, 6 de mayo de 2016

Comentario a la lectura del Evangelio de la Solemnidad de la Ascensión del Señor (Ciclo C)


Queridos hermanos:

Tocar el cielo, ascender, es una aspiración de todo ser humano. La verdad es que no sabemos muy bien que añade la fiesta de la Ascensión a la Resurrección. Incluso en su relato los evangelistas no se ponen de acuerdo y alguno ni lo cuenta, por ejemplo San Juan. La intención no parece ser contar un hecho científico o algo histórico, lo que quiere trasmitirnos es algo más profundo que intenta tocar el misterio de la vida y que hace referencia a la fe. Es la capacidad de trascenderse de toda persona, lo que se nos presenta aquí.

Ascender no es lo mismo que trepar, la mayoría de nuestros padres lo expresaban con aquello de: “que mis hijos sean más que yo”, pero no falta quien lo entiende como pasar por encima de todos o crecer menguando a los demás. Ascender es bajar, increíble paradoja, que nos invita a ser servidores, a entregarnos, a defender la vida de los más pequeños, a ser personas para los demás, y eso es crecer. Es esto lo que permite al hombre ser distinto y superar la
pesadez de una vida anclada en la tierra y en el fango, es lo que le permite mirar al cielo, volar (recuerden el mito de Ícaro).

La Ascensión completa la Resurrección, Jesús culmina su proceso, viene del Padre y vuelve al Padre, viene del amor y vuelve al amor, nos muestra el camino del Hombre Nuevo, para llegar un día al Reino. Esto es lo que estamos llamados a ser, hombres plenos, que teniendo los pies en la tierra, siendo solidarios como decía el Concilio Vaticano II: “Con los gozos y esperanzas de la humanidad, con sus angustias y tristezas” (G S nº1), son capaces de soñar, de marchar a una nueva manera de vivir. A completar aquello para lo que fuimos creados, ser imágenes de Dios, en esta peregrinación que consiste en volver a la casa del Padre, ir más allá de nuestra carne (recordar el Juicio Final en este año de la Misericordia)y trascenderse. 

La marcha del Señor a la gloria pone la tarea del Reino en manos de sus discípulos, de toda la Comunidad, sujetos de la misión de Cristo. Tendremos que contar con la presencia del Espíritu, como dice la primera lectura: “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo”. Es el momento de anunciar el sueño, de decir hasta los confines del mundo, que cada hombre es capaz de dar sentido a su vida y existencia, de juntarse en una mesa común en la que se pueda vivir la fraternidad y la justicia.

No es cuestión de quedarse “plantados mirando al cielo”, es también tiempo de estar atentos a los clamores que ascienden hasta el cielo desde la tierra, en los gritos y angustias de muchas personas que extienden sus manos a lo alto, implorando salvación. La conclusión es clara: la razón de ser de la Iglesia y de nuestras comunidades en el mundo, no es otra que proclamar el Reino de Dios a todos los hombres y pueblos. Parece sencillo, pero no consiste sólo en buenas palabras, sino confirmar la Palabra con los signos que la acompañan, hacer presente con palabras y hechos la realidad del Reino.

En la Ascensión descubrimos la culminación de la vida humana, la total transformación de nuestra condición de hombres, para abrirnos a la luz de la trascendencia. Sintetiza de alguna manera todo el evangelio, Jesús vuelve a Dios, mientras los creyentes nos disponemos a seguir su mismo camino, su Espíritu nos guía y anima en esta lucha a toda la comunidad cristiana a continuar la obra iniciada. Dice la lectura de los Hechos: “Juan bautizó con agua, dentro de pocos días seréis bautizados con Espíritu Santo”, aprendamos de Juan a decrecer para que Él crezca y de tantas personas que olvidándose de sí, se entregan a los demás y a este hermoso proyecto que es el reinado de Dios y la gloria del ser humano.

Para subir, antes hemos tenido que bajar: “que él nos de la sabiduría y la revelación para conocerlo, ilumine los ojos de nuestros corazones, para comprender la esperanza a la que nos llama, la riqueza de su gloria y su extraordinaria grandeza”, nos dice la segunda lectura a los Efesios. Pues que así sea.

Por si os sirve os añado estos versos de León Felipe

La Ascensión
Aquí vino
y se fue.
Vino..., nos marcó nuestra tarea
y se fue.
Tal vez detrás de aquella nube
hay alguien que trabaja
lo mismo que nosotros,
y tal vez las estrellas
no son más que ventanas encendidas
de una fábrica
donde Dios tiene que repartir
una labor también.
Aquí vino
y se fue.
Vino..., llenó nuestra caja de caudales
con millones de siglos y de siglos,
nos dejó unas herramientas...
y se fue.
El, que lo sabe todo,
sabe que estando solos,
sin dioses que nos miren,
trabajamos mejor.
Detrás de ti no hay nadie. Nadie.
Ni un maestro, ni un amo, ni un patrón.
Pero tuyo es el tiempo.
El tiempo y esa gubia
con que Dios comenzó la creación.

(León Felipe)

(Autor: Julio César Rioja, cmf)

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