Queridos hermanos:
Tocar el cielo, ascender, es una aspiración de todo ser
humano. La verdad es que no sabemos muy bien que añade la fiesta de la
Ascensión a la Resurrección. Incluso en su relato los evangelistas no se ponen
de acuerdo y alguno ni lo cuenta, por ejemplo San Juan. La intención no parece
ser contar un hecho científico o algo histórico, lo que quiere trasmitirnos es
algo más profundo que intenta tocar el misterio de la vida y que hace
referencia a la fe. Es la capacidad de trascenderse de toda persona, lo que se
nos presenta aquí.
Ascender no es lo mismo que trepar, la mayoría de
nuestros padres lo expresaban con aquello de: “que mis hijos sean más que yo”,
pero no falta quien lo entiende como pasar por encima de todos o crecer
menguando a los demás. Ascender es bajar, increíble paradoja, que nos invita a
ser servidores, a entregarnos, a defender la vida de los más pequeños, a ser
personas para los demás, y eso es crecer. Es esto lo que permite al hombre ser
distinto y superar la
pesadez de una vida anclada en la tierra y en el fango,
es lo que le permite mirar al cielo, volar (recuerden el mito de Ícaro).
La Ascensión completa la Resurrección, Jesús culmina su
proceso, viene del Padre y vuelve al Padre, viene del amor y vuelve al amor,
nos muestra el camino del Hombre Nuevo, para llegar un día al Reino. Esto es lo
que estamos llamados a ser, hombres plenos, que teniendo los pies en la tierra,
siendo solidarios como decía el Concilio Vaticano II: “Con los gozos y esperanzas
de la humanidad, con sus angustias y tristezas” (G S nº1), son capaces de
soñar, de marchar a una nueva manera de vivir. A completar aquello para lo que
fuimos creados, ser imágenes de Dios, en esta peregrinación que consiste en
volver a la casa del Padre, ir más allá de nuestra carne (recordar el Juicio
Final en este año de la Misericordia)y trascenderse.
La marcha del Señor a la gloria pone la tarea del Reino
en manos de sus discípulos, de toda la Comunidad, sujetos de la misión de
Cristo. Tendremos que contar con la presencia del Espíritu, como dice la
primera lectura: “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis
fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta
los confines del mundo”. Es el momento de anunciar el sueño, de decir hasta los
confines del mundo, que cada hombre es capaz de dar sentido a su vida y
existencia, de juntarse en una mesa común en la que se pueda vivir la
fraternidad y la justicia.
No es cuestión de quedarse “plantados mirando al cielo”,
es también tiempo de estar atentos a los clamores que ascienden hasta el cielo
desde la tierra, en los gritos y angustias de muchas personas que extienden sus
manos a lo alto, implorando salvación. La conclusión es clara: la razón de ser
de la Iglesia y de nuestras comunidades en el mundo, no es otra que proclamar
el Reino de Dios a todos los hombres y pueblos. Parece sencillo, pero no
consiste sólo en buenas palabras, sino confirmar la Palabra con los signos que
la acompañan, hacer presente con palabras y hechos la realidad del Reino.
En la Ascensión descubrimos la culminación de la vida
humana, la total transformación de nuestra condición de hombres, para abrirnos
a la luz de la trascendencia. Sintetiza de alguna manera todo el evangelio,
Jesús vuelve a Dios, mientras los creyentes nos disponemos a seguir su mismo
camino, su Espíritu nos guía y anima en esta lucha a toda la comunidad
cristiana a continuar la obra iniciada. Dice la lectura de los Hechos: “Juan
bautizó con agua, dentro de pocos días seréis bautizados con Espíritu Santo”,
aprendamos de Juan a decrecer para que Él crezca y de tantas personas que
olvidándose de sí, se entregan a los demás y a este hermoso proyecto que es el
reinado de Dios y la gloria del ser humano.
Para subir, antes hemos tenido que bajar: “que él nos de
la sabiduría y la revelación para conocerlo, ilumine los ojos de nuestros
corazones, para comprender la esperanza a la que nos llama, la riqueza de su
gloria y su extraordinaria grandeza”, nos dice la segunda lectura a los
Efesios. Pues que así sea.
Por si os sirve os añado estos versos de León Felipe
La Ascensión
Aquí vino
y se fue.
Vino..., nos marcó nuestra tarea
y se fue.
Tal vez detrás de aquella nube
hay alguien que trabaja
lo mismo que nosotros,
y tal vez las estrellas
no son más que ventanas encendidas
de una fábrica
donde Dios tiene que repartir
una labor también.
Aquí vino
y se fue.
Vino..., llenó nuestra caja de caudales
con millones de siglos y de siglos,
nos dejó unas herramientas...
y se fue.
El, que lo sabe todo,
sabe que estando solos,
sin dioses que nos miren,
trabajamos mejor.
Detrás de ti no hay nadie. Nadie.
Ni un maestro, ni un amo, ni un patrón.
Pero tuyo es el tiempo.
El tiempo y esa gubia
con que Dios comenzó la creación.
(León Felipe)
(Autor: Julio César Rioja, cmf)
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