Queridos hermanos:
Parece claro que es la codicia, la que nos ha llevado a
esta crisis que estamos padeciendo: “Mirad: guardaos de toda clase de codicia.
Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Esta crisis
ha dejado a miles de personas en el paro, a un montón de trabajadores precarios
que aún teniendo trabajo no llegan a fin de mes, a gente sin casa y familias en la
desesperación. Mientras que los mejor situados en el sistema, han visto
aumentar sus ingresos y la brecha entre ricos y pobres ha aumentado. Son
simplemente datos de Cáritas.
De esto, nos habla la parábola que se nos propone en este
domingo y que sin duda, goza de una gran actualidad. Demasiados piensan que lo
mejor es almacenar, especular, llenar las arcas, los graneros, asegurar su vida
para muchos años, aunque eso implique fastidiar la de otros. Lo importante es
descansar, comer, beber, banquetear, disfrutar, aparentar. El dios dinero: “no
podéis servir a Dios y al dinero”, se ha convertido en nuestra nueva religión,
todos estamos tocados por un ambiente, que nos
recuerda, que si no tienes, no
eres, estás al margen, descartado, invisible.
La primera lectura del Eclesiastés nos proclama:
“¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!”, y Jesús nos dice:”Necio, esta noche
te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”. Somos con
frecuencia necios y vanidosos,
preferimos no pensar, que lo que tenemos, no nos garantiza saber si vamos a
estar vivos mañana. “Que me quiten lo bailado” decimos, seguimos con el ansia
de acumular, todo es poco para sentirnos satisfechos, necesitamos más
productividad, más bienestar, más consumo. Esta codicia a la que nos impulsa el
sistema neoliberal, es un peligro mortal, la vida de uno no está asegurada por
sus bienes.
Quizás a Jesús, le hubiera gustado esta parábola que
cuenta Anthony de Mello y que podemos usar en esta homilía: “Un hombre caminaba
sosegadamente por un camino en los alrededores de una aldea india. Vestía una
túnica simple, llevaba un hatillo a la espalda y calzaba sandalias. De pronto,
alguien le alcanzó corriendo por detrás y le dijo entrecortadamente: ¡La
piedra, la piedra! ¡Dame la piedra! Tuve un sueño esta noche y la diosa Visnú
me dijo que encontraría cerca de esta aldea a un hombre que posee la mayor
piedra preciosa del mundo y que yo podría conseguirla.
Te refieres a esta, dijo el otro sacando de su hatillo un
enorme diamante, la encontré esta mañana junto al camino. Llévatela si quieres,
yo no la necesito. El hombre contemplo deslumbrado el diamante más grande y
hermoso que jamás había visto. En sus destellos veía todo lo que podría
adquirir gracias a él: se haría rico, cambiaría de casa, tendría sirvientes,
compraría el elixir de la eterna juventud… Arrebató el diamante de las manos
del caminante y echó a correr. El hombre lo miró alejarse y se sentó a meditar
a la sombra de un árbol junto al camino.
Al atardecer vio venir hacia él al hombre que le había
arrebatado el diamante por la mañana. Se acercó a él con la piedra preciosa en
la mano, se la entregó y le dijo: Dime, a cambio cuál es la fuerza y el secreto
que te permite desprenderte con tanta facilidad de este diamante” (Anthony de
Mello, “El canto del pájaro”). Seguro que el texto del Evangelio de hoy hubiera
terminado igual, con la misma enseñanza: “Así será el que amasa riqueza para sí
y no es rico ante Dios”.
Dice San Pablo a los Colosenses: “Si habéis resucitado
con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la
derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”. No son
tiempos fáciles para abandonar la idolatría del dinero que nos da seguridad, e
intentar vivir en sobriedad y sobre todo atentos a las víctimas de la crisis.
¿Cuál es la fuerza y el secreto que nos puede permitir desprendernos?: el Reino
de Dios, los bienes de allá arriba.
(Autor: Julio César Rioja, cmf)
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