Queridos hermanos:
El Evangelio de este domingo, parece sacado de ese
ambiente común que domina nuestro mundo, que elogia al que es hábil para robar
y enriquecerse. Los astutos, como el administrador injusto del texto, son
felicitados por el amo: “los hijos de este mundo son más astutos con su gente
que los hijos de la luz”. Lo tienen claro:” ¿Qué voy a hacer ahora que mi amo
me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza”. Voy
a ganarme amigos con el dinero injusto,
para que encuentre quien me reciba en su casa, me sigan votando, o pueda
seguir influyendo.
Esto es, lo que estamos padeciendo y viviendo ahora, con
motivo de la crisis económica. Decimos; en ocasiones ni lo decimos, que quienes
se han enriquecido en esta estafa financiera, (que iban a pagar los bancos y lo
único que conocemos son los grandes sueldos de esos malos gestores o sus
cuentas en el extranjero), son unos canallas. Pero los premiamos dejándoles
ganar más dinero, situándolos en cargos de responsabilidad, confiándoles
parcelas de poder y mando, disculpándolos si son de los nuestros. La pregunta
es: ¿Cómo seguimos consintiendo lo que está ocurriendo y no nos tomamos en
serio la última frase de este Evangelio: “No podéis servir a Dios y al dinero”?
No proponemos aquí la miseria como modelo, Jesús ve que
las personas, ponemos más la seguridad
en el dinero que en Dios. Mientras haya
pobres, la riqueza siempre será injusta, porque se acumula quitando a unos,
para que otros tengan más. De esta codicia que está en el corazón humano, ya
hablaron bastante, los Santos Padres de la Iglesia: advirtiendo que pocos,
prefieren remediar las necesidades ajenas. Para el Maestro, la riqueza y la
libertad del hombre, es Dios. Esta debe ser la experiencia creyente,
experiencia que cambia la jerarquía de valores. Los bienes se usan, pero no son
fuente de seguridad, sino de libertad. Libertad que no necesita acumular
bienes, sino que utiliza los necesarios, dejando el resto para compartir.
“Ningún siervo puede servir a dos amos” y en esto
andamos. Es verdad que hablamos de la opción por los pobres, de la fuerza del
voluntariado y otras palabras y acciones hermosas, sin embargo: ¡cuánto nos
falta de la denuncia profética de la primera lectura! Nos dice Amós: “Escuchad
esto, los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables, diciendo: ¿Cuándo
pasará la luna nueva, para vender el trigo, y el sábado, para ofrecer el grano?
Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis
por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado
del trigo. Jura el Señor por la gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras
acciones”. El servir a Dios, nuestro amo, es inseparable de la justicia social.
Gracias a Dios, Él no nos va a dar la razón, a unos, o a
otros, ni a los que les chirrían los oídos, cuando se habla de justicia, del
sistema capitalista que genera pobres; ni a los que buscan las connotaciones
sociales del Evangelio. Pero, si quiere que pronunciemos su Palabra, no quiere
que permanezcamos en silencio, ese silencio de los buenos y prudentes, muchas
veces adormilados, por el estilo de vida burgués o de confort que llevamos, por
el consumismo y la lejanía con los problemas de la gente. Él quiere que
tengamos entrañas de misericordia, oídos y ojos abiertos, ante el sufrimiento
de sus hijos más pequeños, para mostrar que estamos a su servicio.
Esto no quita, sino que lo supone, que como dice San
Pablo a Timoteo en la segunda lectura:” Te ruego, lo primero de todo, que
hagáis oraciones, plegarias, suplicas, acciones de gracias por todos los
hombres, por los reyes y por todos los que ocupan cargos, para que podamos
llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y respeto”. Eso es lo que
hacemos en la Eucaristía, en el momento de las peticiones de los fieles, pedir
por todos, sin olvidar que donde no hay justicia, no hay Eucaristía, el culto
que Dios quiere, dice el salmo responsorial es: “levantar del polvo al
desvalido, alzar de la basura al pobre”.
(Autor: Julio César
Rioja, cmf)
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