Queridos hermanos:
Lucas en el evangelio, que comienza diciendo: “En aquel
tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle
(como a nosotros). Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: Este
acoge a los pecadores y come con ellos (acoger y comer)”, cuenta tres
parábolas. Dos hablan de la búsqueda y la tercera de un encuentro: la oveja
perdida, la moneda perdida y el hijo perdido y encontrado. Es curioso, se habla
de algo perdido, algo que es valioso y querido, pero que se ha extraviado. Por
eso la alegría del pastor, de la mujer y del padre: “Os digo que la misma
alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”.
Algo que se quiere mucho, se abraza, se festeja, se
comunica, cuando es encontrado. El Dios de Jesús es especialmente entrañable,
aunque muchos de nosotros pensemos, que lo que se necesita es ley y orden en
nuestras acciones pastorales con los alejados. Vale la pena recordar, que sin
gratuidad no se crea confianza y, sin confianza, el amor no se muestra. La
experiencia de la gratuidad, es lo que posibilita que la vida se manifieste
como una fiesta. No porque nos impida ver el mal, sino que como en el hijo
prodigo, todo termina en un banquete. El no entender que el Padre, siempre
comprende, acoge y se alegra, sea cual sea el extravío, fue la desgracia del
hijo mayor.
Nos corresponde a todos en nuestras comunidades, no ser
como el hijo mayor, sino mediadores como Moisés en la primera lectura:
“Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios: ¿Por qué, Señor, se va a
encender
tu ira contra tu pueblo… acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel… Y
el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo”.
En la segunda lectura, a esa mediación, San Pablo la llamará ministerio: “Doy
gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me
confió este ministerio”. Tenemos el ministerio de trasmitir el amor que Dios
nos tiene, porque cada uno de nosotros lo ha vivido en su propia vida. Esto es
lo que hace del ministro un testigo, que ha sido perdonado, no un distribuidor
del perdón.
No se trata de ser guardianes de la ley y el orden, de la
justicia, del sistema, de lo establecido, de lo moralmente aceptable. De ser
una figura fría, lejana, inflexible que ha entregado su vida a la conservación
de la instituciones sagradas (la familia, el país, la religión, la Iglesia…) y
que lo hace muy bien, con una disponibilidad constante al servicio de ellas. Se
trata, de tener en cuenta las circunstancias de cada hermano, que antes podía
ser: “Un blasfemo, un perseguidor y un insolente”, como dice San Pablo de sí
mismo.
Nos recuerda el Papa Francisco en “Misericordiae Vultus”
nº 14: “No juzgar y no condenar significa, en positivo, saber percibir lo que
de bueno hay en cada persona y no permitir que deba sufrir por nuestro juicio
parcial y por nuestra presunción de saberlo todo. Sin embargo, esto no es
todavía suficiente para manifestar la misericordia. Jesús pide también perdonar
y dar. Ser instrumentos del perdón, porque hemos sido los primeros en haberlo
recibido de Dios. Ser generosos con todos sabiendo que también Dios dispensa
sobre nosotros su benevolencia con magnanimidad”.
El texto termina: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo
lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha
revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”. Es la actitud del
cristiano.
(Autor: Julio César
Rioja, cmf)
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