viernes, 9 de septiembre de 2016

Comentario del Evangelio del Domingo 11 de Septiembre 2016

Queridos hermanos:

En este domingo, las tres lecturas y el salmo responsorial nos hablan de lo mismo: del perdón. El
perdón está en el centro del mensaje cristiano, se lo dice San Pablo a Timoteo: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero”. El tema es de actualidad, sobre todo en este Año de la Misericordia y hace referencia, a las necesidades fundamentales del corazón humano: ser aceptado y querido incondicionalmente. Es posible, que algunos sientan la necesidad de hablar hoy del sacramento de la penitencia, pero la invitación es sobre todo a proclamar el amor gratuito de Dios.

Lucas en el evangelio, que comienza diciendo: “En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle (como a nosotros). Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: Este acoge a los pecadores y come con ellos (acoger y comer)”, cuenta tres parábolas. Dos hablan de la búsqueda y la tercera de un encuentro: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo perdido y encontrado. Es curioso, se habla de algo perdido, algo que es valioso y querido, pero que se ha extraviado. Por eso la alegría del pastor, de la mujer y del padre: “Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”.
Algo que se quiere mucho, se abraza, se festeja, se comunica, cuando es encontrado. El Dios de Jesús es especialmente entrañable, aunque muchos de nosotros pensemos, que lo que se necesita es ley y orden en nuestras acciones pastorales con los alejados. Vale la pena recordar, que sin gratuidad no se crea confianza y, sin confianza, el amor no se muestra. La experiencia de la gratuidad, es lo que posibilita que la vida se manifieste como una fiesta. No porque nos impida ver el mal, sino que como en el hijo prodigo, todo termina en un banquete. El no entender que el Padre, siempre comprende, acoge y se alegra, sea cual sea el extravío, fue la desgracia del hijo mayor.

Nos corresponde a todos en nuestras comunidades, no ser como el hijo mayor, sino mediadores como Moisés en la primera lectura: “Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios: ¿Por qué, Señor, se va a
encender tu ira contra tu pueblo… acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel… Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo”. En la segunda lectura, a esa mediación, San Pablo la llamará ministerio: “Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio”. Tenemos el ministerio de trasmitir el amor que Dios nos tiene, porque cada uno de nosotros lo ha vivido en su propia vida. Esto es lo que hace del ministro un testigo, que ha sido perdonado, no un distribuidor del perdón.

No se trata de ser guardianes de la ley y el orden, de la justicia, del sistema, de lo establecido, de lo moralmente aceptable. De ser una figura fría, lejana, inflexible que ha entregado su vida a la conservación de la instituciones sagradas (la familia, el país, la religión, la Iglesia…) y que lo hace muy bien, con una disponibilidad constante al servicio de ellas. Se trata, de tener en cuenta las circunstancias de cada hermano, que antes podía ser: “Un blasfemo, un perseguidor y un insolente”, como dice San Pablo de sí mismo.

Nos recuerda el Papa Francisco en “Misericordiae Vultus” nº 14: “No juzgar y no condenar significa, en positivo, saber percibir lo que de bueno hay en cada persona y no permitir que deba sufrir por nuestro juicio parcial y por nuestra presunción de saberlo todo. Sin embargo, esto no es todavía suficiente para manifestar la misericordia. Jesús pide también perdonar y dar. Ser instrumentos del perdón, porque hemos sido los primeros en haberlo recibido de Dios. Ser generosos con todos sabiendo que también Dios dispensa sobre nosotros su benevolencia con magnanimidad”.

El texto termina: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”. Es la actitud del cristiano. 


(Autor: Julio César Rioja, cmf)

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