Queridos hermanos:
El Evangelio de este domingo, nos prepara para la Semana
Santa, la figura de Lázaro, nos habla de muerte y resurrección, anticipo de lo
que vamos a celebrar. Puede que algunos se queden en el hecho e incluso
pregunten: ¿qué pasó con Lázaro después de su resurrección?, pues en el
Evangelio, no se vuelve a hablar más de él, y hubiera sido un buen testimonio
para creer en Jesús. El texto de Juan, nos invita a una reflexión más profunda que habla de la
muerte y la vida, pero no sólo de la muerte física, sino de otro tipo de muerte
que vivimos cada día.
La primera muerte es el miedo, es lo que les pasa a los
discípulos. Jesús les dice: “Vamos otra vez a Judea” y ellos responden:
“Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver de nuevo
allí?”. Incluso aunque muchos de ellos, han sido acogidos en diversas
ocasiones, en la casa de Marta y María, ponen excusas para no ir: “Señor, si
duerme se salvará”. Saben que subir hacia Jerusalén, es caminar hacia la
muerte, sólo quedan dos opciones: marcharse o seguirle. Es Tomás, el Mellizo de
todos nosotros, aquel que en la Pascua veremos, que no creyó hasta que no vio,
el que dice: “Vamos también nosotros y muramos con él”.
El miedo paraliza, no nos hace crecer a las personas y a
la Iglesia. Los que piensan que estamos en la peor época, que somos
perseguidos, que el secularismo puede con todo y añoran tiempos pasados, es que
saben poco de historia. El miedo es estar muerto, tanto a nivel social,
democrático o religioso, la
vida es dialogar con otras confesiones, filosofías,
políticas, el seguimiento es riesgo. Nadie se imagina a Jesús reservándose, sin
salir a la calle, sin encontrarse con todos aquellos, que ponen en cuestión el
Reino o viven una vida, que a los ojos de todos, parece contraria a lo
religioso (la samaritana, el ciego, la adúltera, Zaqueo…).
La segunda muerte es la desesperanza, los quejidos, los
lloros. Lloran las hermanas de Lázaro y los judíos, que habían ido para los pésames.
Lloran y reprochan: “Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”,
“Pero algunos judíos dijeron: Y uno que le ha abierto los ojos al ciego, ¿no
podía haber impedido que muriera éste?”. Cuantos quejidos en nosotros y en
nuestras comunidades parroquiales: en los tiempos pasados, la iglesia estaba
llena, había piedad y fe, moral en las costumbres, respeto, autoridad, buenas
celebraciones, venía todo el mundo… Viven en el pasado y están muertos, no
creen en el futuro, ni en resurrecciones.
El centro de todo no es el cadáver de Lázaro, sino
nuestros cadáveres, nuestra falta de creer en la fuerza de Dios y del Espíritu.
Parece que es más fácil, sacar a un muerto de la tumba, que sacar a la vida, a
los que viven como muertos en vida. Lo había dicho: “Esta enfermedad no acabará
en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios
sea glorificado por ella”. Creer en la resurrección, en el futuro, es la piedra
de toque de la vida cristiana, nosotros no lloramos a un muerto, nuestra vida
está abierta a la esperanza, seguimos al Viviente, al Señor de los vivos y de
la historia.
La tercera muerte es la parálisis: “El muerto salió, los
pies y las manos atados con vendas y la cara envuelta en un sudario. Jesús les
dijo: Desatadlo y dejadlo andar”. Demasiados impedimentos para estar nosotros y
la Iglesia en salida, nos atan tantas cosas, nos han amortajado con tantas
tradiciones, que nuestro pies, manos, ojos, oídos no son capaces de escuchar:
“Y, dicho ésto, gritó con voz potente: Lázaro, sal afuera”. Es tiempo de
caminar, de no darse por muerto antes de tiempo, Él nos ha dicho: “Yo soy la
resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que
está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?”.
Podríamos terminar diciendo con la primera lectura de
Ezequiel: “Y cuando abra vuestro sepulcros y os saque de vuestros sepulcros,
sabréis que soy el Señor: os infundiré mi espíritu y viviréis; os colocaré en
vuestra tierra y sabréis que yo el Señor lo digo y lo hago”. Está claro,
debemos superar las diversas muertes que padecemos y pasar a la vida, eso será
la Semana Santa.
Autor: Julio César Rioja, cmf
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