Todo Jueves Santo es día cargado de presencia de Dios,
sólo falta que cada uno de nosotros sea capaz de detenerse para abrir todos los
sentidos a esa presencia de Dios que lo colma y toca todo. Nuestro santo padre
San Juan de la Cruz, nos precede en la reflexión, sus lecciones han preparado
al alma para vivir desde Dios el “encuentro”
¿Qué hace que el Jueves Santo sea Carmelita?
Sólo el espíritu con que se vive, desde un corazón
contemplativo, sediento de un Dios que se hace el encontradizo, se hace buscar por
el alma hiriéndola de amor de manera que se hace irresistible. Con corazón sanjuanista
seríamos almas disparadas en busca del Amado, contemplando en todo lo que ve el
toque delicado de Dios que en esos mensajeros nos deja el recado que Él es
mucho más grande,
sorprendente, indescriptible que esa belleza que nos da noticias
suyas: un pan caliente en la mesa, una flor, un atardecer, el abrazo del
reencuentro, una Cena y lugar preparados para el momento fraterno, el aroma del
vino añejo que se ha guardado cuidadosamente para el momento, todo, todo habla,
todo grita para el corazón contemplativo diciendo “SOY PRESENCIA”
Éste es un Jueves Santo de fiesta, de intimidad, de aromas,
de fraternidad y presencias que invaden el corazón invitándolo a “vivir el
momento” a dejar lugar a los protagonistas: La Palabra, los gestos, las
miradas, a última voluntad, la despedida…
Y ahí, en medio de tanta abundancia, una Voluntad, la del
Padre, como guardaespaldas del Hijo que lo tiñe todo de su ser.
Celebremos la Última Cena, dejemos al Señor hablar, y que
el corazón cautivado por esas palabras
que lo han empujado al discipulado decida cómo vivir un nuevo Jueves Santo.
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