Sobre la “Asunción de María a los cielos” tenemos un
legado hermoso que nos dejó San Alfonso María de Ligorio en su libro “Las
glorias de María”. Para una ocasión tan importante como ésta queremos compartir
algunos extractos de sus escritos:
MARÍA, DESPUÉS DE MORIR JESÚS
Después de la ascensión de Cristo quedó María en la
tierra para atender a la propagación de la fe. Por lo que a ella recurrían los
apóstoles y discípulos de Jesucristo y ella les solucionaba sus dudas, les
reconfortaba en las persecuciones y les animaba a trabajar por la gloria de
Dios y la salvación de las almas redimidas. Con mucho gusto permanecía en la
tierra, comprendiendo que ésa era la voluntad de Dos para el bien de la
Iglesia; pero sentía el ansia de verse junto a su Hijo que había subido al
cielo. “Donde está tu tesoro –dijo el Redentor–, allí está tu corazón” (Lc 12,
34). Donde uno piensa que está su tesoro y su contento, allí tiene siempre fijo
el amor y el deseo de su corazón. Pues si María no
amaba otro bien más que a
Jesús, estando él en el cielo allí estaban sus ansias y deseos…
MARÍA SUPO EL MOMENTO DE SU TRÁNSITO
Refieren Cedreno, Nicéforo y Metafraste que el Señor
mandó al arcángel san Gabriel, el mismo que le trajo el anuncio de ser la mujer
bendita elegida para Madre de Dios, el cual le dijo: “Señora y reina mía, Dios
ha escuchado tus santos deseos y me manda decirte que pronto vas a dejar la
tierra porque quiere tenerte consigo en el paraíso. Ven a tomar posesión de tu
reino, que yo y todos aquellos santos bienaventurados te esperamos y deseamos
tenerte allí”. Ante semejante embajada, ¿qué otra cosa iba a hacer la Virgen
santísima sino replegarse al centro de su profunda humildad y responder con las
mismas palabras que le dijo cuando le anunció la divina maternidad: “He aquí la
esclava del Señor”? Él, por su sola bondad, me eligió y me hizo su madre; ahora
me llama al paraíso. Yo no merecía ninguno de los dos privilegios; pero ya que
desea demostrar en mí su infinita liberalidad, aquí estoy pronta a ser llevada
a donde él quiere. “He aquí la esclava del Señor. Que se cumpla en mí siempre
la voluntad de mi Señor”. Después de recibir aviso tan agradable, se lo
comunicó a san Juan. Podemos imaginarnos con cuánto dolor y ternura escuchó
aquella nueva el que durante tantos años la había cuidado como hijo y había
disfrutado de su trato celestial. Visitaría de nuevo los santos lugares,
despidiéndose de ellos emocionada, especialmente del calvario donde su amado
Hijo dejó la vida. Y después, en su humilde casa, se dispuso a esperar su
dichoso tránsito. En este tiempo venían los ángeles en sucesivas embajadas a
saludar a su reina, consolándose porque pronto la iban a ver coronada en el
cielo…
MARÍA ES ACOMPAÑADA POR LOS APÓSTOLES
Cuentan diversos autores que antes de ser asunta al
cielo, milagrosamente se encontraron junto a María los apóstoles y no pocos
discípulos venidos de diversos países por donde andaban dispersos. Y que ella,
viendo a sus amados hijos reunidos en su presencia les habló así: “Amados míos,
por amor a vosotros y para que os ayudara, mi divino Hijo me dejó en la tierra.
Ahora ya la fe santa se ha esparcido por el mundo, ya ha crecido el fruto de la
divina semilla, por lo que viendo mi Hijo que no era necesaria mi presencia en
la tierra y compadecido de mi añoranza escuchó mis deseos de salir de esta vida
y de ir a verlo en el cielo. Seguid vosotros esforzándoos por su gloria. Os
dejo, pero os llevo en el corazón; conmigo llevo y siempre estará conmigo el
gran amor que os tengo. Voy al paraíso a interceder por vosotros”…
MARÍA ES RECIBIDA POR SU HIJO
El divino Esposo ya estaba pronto a venir para conducirla
con él al reino bienaventurado... Ella siente en el corazón un gozo inenarrable
por su cercanía, que la colma de una nueva e indecible dulzura. Los apóstoles,
viendo que María ya estaba para emigrar de esta tierra, llorando sin consuelo
le pedían su especial bendición y le suplicaban que no los olvidara; todos se
sentían traspasados de dolor al tener que separarse para siempre en este mundo
de su amada Señora. Y ella, la Madre amantísima, a todos y a cada uno los
consolaba garantizándoles sus cuidados maternales, los bendecía con su amor del
todo especial y los animaba para que siguieran trabajando en la conversión del
mundo…
Ya están los ángeles prontos para acompañarla en triunfo
al entrar en la gloria. Mucho la consolaban estos santos espíritus, pero no del
todo, no viendo aparecer aún a su amado Jesús, que era el amor absoluto de su
corazón…
Al fin Jesús llega a recoger a su Madre para llevarla
consigo al paraíso. Se refiere en las revelaciones a santa Isabel que el Hijo
se apareció a María con la cruz para demostrarle la gloria especial que le
correspondía a ella por la redención lograda con su muerte, de modo que por los
siglos sin fin ella había de honrarlo más que todos los hombres y ángeles
juntos…
MARÍA PASÓ A LA GLORIA DEL PADRE
Ya inminente el tránsito de María, como refiere san
Jerónimo, se sintieron celestiales armonías y, además, como le fue revelado a
santa Brígida, hubo un gran resplandor. Ante tales armonías e insólito
esplendor, comprendieron los apóstoles que había llegado ya la hora de la
partida. Ellos, redoblando sus lágrimas y sus plegarias y alzando las manos,
dijeron a una voz: María nuestra, ya que te vas al cielo y nos dejas, danos tu
última bendición y no nos olvides. Y María, mirándolos a todos y como
despidiéndose por última vez, exclamó: Adiós, hijos míos, os bendigo; estad
seguros de que no me olvidaré de vosotros. Y entre esplendores y alegría su
Hijo, con todo su amor, la invitó a seguirle entre llamas de caridad y suspiros
de amor. Y así aquella hermosa paloma fue asunta a la gloria bienaventurada,
donde es y será reina del paraíso por toda la eternidad. La Virgen María ha
dejado la tierra y ya está en el cielo. Desde allí la piadosa Madre nos mira a
los que estamos aún en este valle de lágrimas y se apiada de nosotros y nos
regala su ayuda si así lo queremos. Roguémosle siempre que por los méritos de
su bienaventurada asunción nos obtenga una muerte santa. Y si a Dios así le
place, nos alcance el morir en sábado, día consagrado al culto de la Virgen, o
un día de la novena en su honor, como lo han obtenido tantos devotos suyos, y
en especial san Estanislao de Kostka, al que concedió el morir en el día de su
asunción, como lo refiere el P. Bartolí en su vida.
(San Alfonso María
de Ligorio)
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