I Reyes 19, 9, 11-13: “Quédate en el monte porque
el Señor va a pasar”
Salmo 84: “Muéstranos, Señor, tu
misericordia”
Romanos 9, 1-5: “Hasta quisiera
verme separado de Cristo, si esto fuera para bien de mis hermanos”
San Mateo 14, 22-33: “Mándame ir a
ti caminando sobre el agua”
Toda su vida había sido muy seguro, pero con las canas
llegaron también las dudas y los temores. Siempre se arriesgaba en aventuras
comprometedoras y difíciles, y ahora la más pequeña responsabilidad lo hace
temblar. “¿Por qué he perdido mi seguridad? Los fantasmas me ahogan y me
amenazan. Tengo una inseguridad terrible que no me deja actuar. Me da miedo
todo, el futuro, mi seguridad, la enfermedad, la vejez… ¿Cómo luchar contra mis
fantasmas?”. Son las expresiones de una persona madura, sin que pueda decirse
que es propiamente un anciano, pero son también las inquietudes y los fantasmas
de muchos que ante las tormentas y los embates de la moderna sociedad, han
perdido seguridad. Es un ambiente que nos contagia y nos envuelve: inseguridad,
fantasmas, miedos.
Simbolismo y realidad. El episodio de Jesús caminando sobre
las aguas es sorprendente y provocador. Jesús surge entre la neblina de la
madrugada y hace saltar entre los asustados pescadores sus fantasmas más
ancestrales. Los discípulos eran marineros experimentados y curtidos. En muchas
ocasiones les había tocado luchar y trabajar en el fragor de la tormenta, en
medio de los vientos. Pero toda esta escena, sin quitar el realismo evidente,
tiene mucho de simbólico. Desde que los discípulos acompañan al maestro van
apareciendo constantes dificultades que obstaculizan la construcción del Reino:
la oposición de las autoridades tanto civiles como religiosas, la presión de la
gente, la lucha por el poder que no entiende Jesús, la exigencia de despojo, el
cargar la cruz, el servicio como primordial, el perdón y tantas otras novedades
que les va clavando Jesús en el corazón. Es una tormenta que se abate sobre la
pequeña comunidad de discípulos. Y por eso esta narración se mueve en los dos
niveles: la narración de un acontecimiento para manifestar a Jesús y, por otra
parte, la justificación del proyecto nuevo de Jesús que a ellos pueden
parecerles muy atrevido, diferente y contrastante. En los dos casos, Jesús se
muestra no como un fantasma, sino como alguien muy cercano, que tiende la mano,
que los lanza a caminar sobre las aguas de la inseguridad y del miedo, que es
Hijo de Dios.
En la tormenta del mundo actual, para muchos Jesús aparece
como un fantasma y provoca miedo. Un fantasma que con su doctrina de igualdad y
liberación puede poner en riesgo el sistema neoliberal; un fantasma que con su
pasión por la vida y por el respeto a la dignidad de cada persona, cuestiona
las ambiciones y la vida placentera a la que el mundo convoca; un fantasma que
con sus exigencias de rectitud y justicia pone en evidencia la economía del más
fuerte. Un fantasma que cuestiona toda nuestra filosofía actual, porque nos
dice que hay más importancia en el servir que en el servirse; que hay mayor
valor en el dar que en el apoderarse; que es más grande el más pequeño. Y a
este “fantasma” se le ataca, se le denigra o se le desprecia. Preferimos
ignorarlo, o decir que es invención y lo dejamos a un lado, sin hacerle mucho
caso, con un poco de temor, sin comprometernos con él. Jesús exclama también
hoy: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”, con todo lo que
estas palabras indican. La manifestación de un Dios, “Yo soy”, que
viene a dar paz y a tomarnos de la mano. Un Dios que navega con nosotros en
medio de las peores tempestades. No viene para quitar las tempestades, sino
para asegurarnos su presencia en medio de ellas y junto con Él vencerlas a
pesar de nuestros miedos.
El miedo tiene sentido en nuestra existencia. No es malo el
miedo que se despierta en nosotros al enfrentarnos a una situación de peligro o
de inseguridad. Es el instinto de conservación, la señal de alarma, que nos
pone en guardia ante el peligro. El grito de Pedro, “¡Sálvame, Señor!”,
es el grito de todo cristiano que confía firmemente en su Señor a pesar de sus
miedos y angustias. Todo parecería seguir igual después de este grito, su
oración y clamor no lo dispensan de buscar soluciones concretas y
comprometidas, a sus problemas. Pero todo cambia si en el fondo de su corazón
se despierta esa confianza en Dios. Dios no es un fantasma, como algunos han
querido hacernos ver. El concepto de Dios no es una creación humana para dar
solución a nuestra ignorancia. La experiencia de Dios, el sentirnos en su mano,
es el paso más decisivo de nuestra existencia para encontrar nuestra verdadera
esencia y nuestra plena realización. Dios es una mano tendida que nadie nos
puede quitar, no es un fantasma. Jesús es el amor de Dios hecho mano que salva,
que acompaña, que consuela, que atiende.
Quizás hemos querido reducir a Jesús a una especie de
fantasma, a una imagen o amuleto… y solamente acudimos a Él, en contadas
ocasiones, pero no para los momentos importantes y decisivos de nuestra vida,
no para el acontecer diario donde se fraguan las grandes obras… ha quedado como
fuera de nuestra vida. El texto evangélico nos propone a este Jesús tan
cercano, que se da tiempo para despedir a la gente, que le roba tiempo al
descanso para hacerlo plegaria, que acompaña al discípulo en la tormenta, que
nos lanza a caminar sobre las aguas de los miedos y temores, que tiende la mano
a quien se hunde ¿Cómo vives y experimentas a Jesús en tu vida? ¿Cómo lo haces
presencia en tu diario caminar? ¿Cómo te dejas acompañar de Él en tus miedos e
inseguridades? ¿A qué le temes de la propuesta de Jesús?
Padre bueno y amoroso, hoy nos confiamos a tus cuidados,
nos ponemos en tus manos para vencer nuestros miedos y enfrentar nuestras
dificultades. Concédenos sabiduría y valor para vencer las tempestades con
Cristo, tu Hijo. Amén
(Autor: Mons. Enrique Díaz
Díaz)
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