"La misión en el corazón de la fe cristiana"
Queridos hermanos y hermanas:
Este año la Jornada Mundial de las Misiones nos vuelve a
convocar entorno a la persona de Jesús, «el primero y el más grande
evangelizador» (Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii
nuntiandi, 7), que nos llama continuamente a anunciar el Evangelio del
amor de Dios Padre con la fuerza del Espíritu Santo. Esta Jornada nos invita a
reflexionar de nuevo sobre la misión en el corazón de la fe
cristiana. De hecho, la Iglesia es misionera por naturaleza; si no lo
fuera, no sería la Iglesia de Cristo, sino que sería sólo una asociación entre
muchas otras, que terminaría rápidamente agotando su propósito y
desapareciendo. Por ello, se nos invita a hacernos algunas preguntas que tocan
nuestra identidad cristiana y nuestras responsabilidades como creyentes, en un
mundo confundido por tantas ilusiones, herido por grandes frustraciones y
desgarrado por numerosas guerras fratricidas, que afectan de forma injusta
sobre todo a los inocentes. ¿Cuál es el fundamento de la misión?
¿Cuál es el corazón de la misión? ¿Cuáles son las actitudes
vitales de la misión?
La misión y el poder transformador del Evangelio de
Cristo, Camino, Verdad y Vida
1. La misión de la Iglesia, destinada a todas las personas
de buena voluntad, está fundada sobre la fuerza transformadora del Evangelio.
El Evangelio es la Buena Nueva que trae consigo una alegría
contagiosa, porque
contiene y ofrece una vida nueva: la de Cristo resucitado, el cual, comunicando
su Espíritu dador de vida, se convierte en Camino, Verdad y Vida por nosotros
(cf. Jn 14,6). Es Camino que nos invita a
seguirlo con confianza y valor. Al seguir a Jesús como nuestro Camino,
experimentamos la Verdad y recibimos su Vida, que
es la plena comunión con Dios Padre en la fuerza del Espíritu Santo, que nos
libera de toda forma de egoísmo y es fuente de creatividad en el amor.
2. Dios Padre desea esta transformación existencial de sus
hijos e hijas; transformación que se expresa como culto en espíritu y en verdad
(cf. Jn 4,23-24), en una vida animada por el Espíritu Santo en
la imitación del Hijo Jesús, para gloria de Dios Padre. «La gloria de Dios es
el hombre viviente» (Ireneo, Adversus haereses IV, 20,7). De
este modo, el anuncio del Evangelio se convierte en palabra viva y eficaz que
realiza lo que proclama (cf. Is 55,10-11), es decir
Jesucristo, el cual continuamente se hace carne en cada situación humana
(cf. Jn 1,14).
La misión y el kairos de Cristo
3. La misión de la Iglesia no es la propagación de una
ideología religiosa, ni tampoco la propuesta de una ética sublime. Muchos
movimientos del mundo saben proponer grandes ideales o expresiones éticas
sublimes. A través de la misión de la Iglesia, Jesucristo sigue evangelizando y
actuando; por eso, ella representa el kairos, el tiempo propicio de
la salvación en la historia. A través del anuncio del Evangelio, Jesús se
convierte de nuevo en contemporáneo nuestro, de modo que quienes lo acogen con
fe y amor experimentan la fuerza transformadora de su Espíritu de Resucitado
que fecunda lo humano y la creación, como la lluvia lo hace con la tierra. «Su
resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado
el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer
los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable» (Exhort. ap. Evangelii
gaudium, 276).
4. Recordemos siempre que «no se comienza a ser cristiano
por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva» (Benedicto XVI, Carta enc. Deus
caritas est, 1). El Evangelio es una persona, que continuamente se
ofrece y continuamente invita a los que la reciben con fe humilde y laboriosa a
compartir su vida mediante la participación efectiva en su misterio pascual de
muerte y resurrección. El Evangelio se convierte así, por medio del Bautismo,
en fuente de vida nueva, libre del dominio del pecado, iluminada y transformada
por el Espíritu Santo; por medio de la Confirmación, se hace unción
fortalecedora que, gracias al mismo Espíritu, indica caminos y estrategias
nuevas de testimonio y de proximidad; y por medio de la Eucaristía se
convierte en el alimento del hombre nuevo, «medicina de inmortalidad» (Ignacio
de Antioquía, Epístola ad Ephesios, 20,2).
5. El mundo necesita el Evangelio de Jesucristo como algo
esencial. Él, a través de la Iglesia, continúa su misión de Buen
Samaritano, curando las heridas sangrantes de la humanidad, y de Buen
Pastor, buscando sin descanso a quienes se han perdido por caminos
tortuosos y sin una meta. Gracias a Dios no faltan experiencias significativas
que dan testimonio de la fuerza transformadora del Evangelio. Pienso en el
gesto de aquel estudiante Dinka que, a costa de su propia vida, protegió a un
estudiante de la tribu Nuer que iba a ser asesinado. Pienso en aquella
celebración eucarística en Kitgum, en el norte de Uganda, por aquel entonces,
ensangrentada por la ferocidad de un grupo de rebeldes, cuando un misionero
hizo repetir al pueblo las palabras de Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?», como expresión del grito desesperado de los
hermanos y hermanas del Señor crucificado. Esa celebración fue para la gente
una fuente de gran consuelo y valor. Y podemos pensar en muchos, numerosísimos
testimonios de cómo el Evangelio ayuda a superar la cerrazón, los conflictos,
el racismo, el tribalismo, promoviendo en todas partes y entre todos la
reconciliación, la fraternidad y el saber compartir.
La misión inspira una espiritualidad de éxodo continuo,
peregrinación y exilio
6. La misión de la Iglesia está animada por una
espiritualidad de éxodo continuo. Se trata de «salir de la propia
comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del
Evangelio» (Exhort. ap. Evangelii
gaudium, 20). La misión de la Iglesia estimula una actitud de continua
peregrinación a través de los diversos desiertos de la vida, a través
de las diferentes experiencias de hambre y sed, de verdad y de justicia. La
misión de la Iglesia propone una experiencia de continuo exilio, para
hacer sentir al hombre, sediento de infinito, su condición de exiliado en
camino hacia la patria final, entre el «ya» y el «todavía no» del Reino de los
Cielos.
7. La misión dice a la Iglesia que ella no es un fin en sí
misma, sino que es un humilde instrumento y mediación del Reino. Una Iglesia
autorreferencial, que se complace en éxitos terrenos, no es la Iglesia de
Cristo, no es su cuerpo crucificado y glorioso. Es por eso que debemos preferir
«una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una
Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias
seguridades» (ibíd.,
49).
Los jóvenes, esperanza de la misión
8. Los jóvenes son la esperanza de la misión. La persona de
Jesús y la Buena Nueva proclamada por él siguen fascinando a muchos jóvenes.
Ellos buscan caminos en los que poner en práctica el valor y los impulsos del
corazón al servicio de la humanidad. «Son muchos los jóvenes que se solidarizan
ante los males del mundo y se embarcan en diversas formas de militancia y
voluntariado [...]. ¡Qué bueno es que los jóvenes sean “callejeros de la fe”,
felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de
la tierra!» (ibíd.,
106). La próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que
tendrá lugar en el año 2018 sobre el tema «los jóvenes, la fe y el
discernimiento vocacional», se presenta como una oportunidad providencial
para involucrar a los jóvenes en la responsabilidad misionera, que necesita de
su rica imaginación y creatividad.
El servicio de las Obras Misionales Pontificias
9. Las Obras Misionales Pontificias son un instrumento
precioso para suscitar en cada comunidad cristiana el deseo de salir de sus
propias fronteras y sus seguridades, y remar mar adentro para anunciar el
Evangelio a todos. A través de una profunda espiritualidad misionera, que hay
que vivir a diario, de un compromiso constante de formación y animación
misionera, muchachos, jóvenes, adultos, familias, sacerdotes, religiosos y
obispos se involucran para que crezca en cada uno un corazón misionero. La
Jornada Mundial de las Misiones, promovida por la Obra de la Propagación de la
Fe, es una ocasión favorable para que el corazón misionero de las comunidades
cristianas participe, a través de la oración, del testimonio de vida y de la
comunión de bienes, en la respuesta a las graves y vastas necesidades de la
evangelización.
Hacer misión con María, Madre de la evangelización
10. Queridos hermanos y hermanas, hagamos misión
inspirándonos en María, Madre de la evangelización. Ella, movida por el
Espíritu, recibió la Palabra de vida en lo más profundo de su fe humilde. Que
la Virgen nos ayude a decir nuestro «sí» en la urgencia de hacer resonar la
Buena Nueva de Jesús en nuestro tiempo; que nos obtenga un nuevo celo de resucitados
para llevar a todos el Evangelio de la vida que vence a la muerte; que
interceda por nosotros para que podamos adquirir la santa audacia de buscar
nuevos caminos para que llegue a todos el don de la salvación.
Vaticano, 4 de junio de 2017
Solemnidad de Pentecostés
Francisco
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