Los expertos han realizado cálculos sobre el número de
cartas que Teresa de Jesús pudo escribir a lo largo de su vida. Se habla de
unas quince mil, aunque han llegado hasta nosotros algo menos de quinientas.
Son un tesoro, en buena medida aún por explotar. A través de
ellas, nos encontramos con una imagen de la santa algo distinta de la que
podemos percibir en sus grandes obras doctrinales.
Edgar Allison Peers escribió en una ocasión: «El gran regalo
que las cartas legan a la posteridad consiste no en lo que ellas nos cuentan de
las actividades de santa Teresa, sino lo que nos cuentan sobre ella misma»¹.
Algo que se percibe cuando vamos leyendo las cartas es el
avance progresivo de la debilidad, el cansancio, la enfermedad y otros
achaques, la prematura ancianidad de la Madre Teresa de Jesús, a pesar de su
gran fortaleza de ánimo.
Ya en 1568, su estado de salud le obligó a ceder la pluma.
Escribía, en diciembre de ese año, a su amiga doña Luisa de la Cerda: «a pocas
personas escribo ahora de mi letra».
Era importante para Teresa poder escribir “de su mano”. En
primer lugar, porque las cartas no son únicamente transmisión de información.
Son interrelación, lazos humanos. Teresa se vuelca afectivamente en ellas.
Además, escribir con la propia mano era visto como un gesto de consideración
hacia el destinatario.
Así, escribe Fernando Bouza:
«La escritura hológrafa constituía un signo de deferencia en
el cuidado lenguaje de corte, donde el número de líneas escritas de propia mano
permitía valorar la estimación que a un corresponsal le merecía su
destinatario»².
Pero en esos años de intensidad fundacional, el volumen de
correspondencia al que la Madre tenía que enfrentarse, con frecuencia, la
desbordaba. El día se le hacía corto, y empleaba también parte de la noche en
esa ardua tarea. El médico tuvo que intervenir ante su agotamiento. Así
escribía ella a su hermano Lorenzo:
«…aquel día fueron tantas las cartas y negocios, que estuve
escribiendo hasta las dos, e hízome tanto daño a la cabeza, que creo ha de ser
para provecho; porque me ha mandado el doctor que no escriba jamás sino hasta las
doce, y algunas veces no de mi letra» (A don Lorenzo, de Cepeda, en Ávila,
Toledo, 10 febrero 1577).
Por eso, cuando no le era posible escribir, se valía de las
que ella misma llamaba “secretarias”, y vemos cómo se disculpa por ello:
«La mano ajena suplico a vuestra merced perdone, que me
tienen las sangrías flaca y no está la cabeza para más» (A Diego Ortiz, en
Toledo, mediados agosto 1570).
Al principio, dependiendo del lugar donde se encontrara,
echaba mano de una u otra monja para este menester. En los dos últimos años,
sobre todo, Ana de San Bartolomé, su inseparable compañera de viajes y
enfermera, hizo también de secretaria.
Aunque era de orígenes humildes y analfabeta, en el Carmelo
aprendió a leer y escribir, para poder ayudar a la Madre con su
correspondencia³. Así la describe Teresa en el Libro de las
Fundaciones, relatando detalles de la apertura del monasterio de
Palencia: «Íbamos conmigo, cinco monjas y una compañera que ha días que anda
conmigo, freila; mas tan gran sierva de Dios y discreta, que me puede ayudar
más que otras que son del coro” (F 29, 10).
Las múltiples preocupaciones, el exceso de trabajo y su
débil salud la llevan incluso a exclamar en ocasiones a su destinataria, María
de San José: «¡aun de notar [dictar] me canso!» (Carta a María de San
José, 25 de octubre 1580).
Con todo, incluso cuando se vale de amanuense, es frecuente
encontrar de su mano, al menos la firma, con frecuencia algún saludo o la
posdata.
Merece la pena rescatar los nombres y algún dato de las
hermanas que ayudaron a la Madre con la correspondencia. Sin ellas, hoy,
seguramente, no tendríamos buena parte de las cartas teresianas que han llegado
hasta nosotros. Pasemos revista a algunas de ellas e incluimos al final
imágenes de algunas de las cartas que escribieron en nombre de Teresa de Jesús:
Isabel de San Pablo (Cepeda y Ocampo)
Era sobrina segunda de Teresa, hija de su primo Francisco de
Cepeda y de María de Ocampo. Como sus hermanas Beatriz y María, ingresó en la
Encarnación y después, pasaría a San José de Ávila, donde se la nombra la
primera en el Libro de Profesiones y elecciones de ese monasterio.
En 1569, va con la Teresa a la fundación de Toledo. Más
adelante, será supriora en Pastrana (junio de 1569). Regresará a Ávila, para
ir, junto a Teresa y Juan de la Cruz, a la fundación de Segovia (1574).
Nuevamente en Ávila, enferma a finales de 1581 y fallecerá en febrero del año
siguiente, con 35 años.
La relación que tiene con la santa es de mucha cercanía.
Teresa hace referencia a los cuidados que le dispensaba. Así, en carta a Luis
de Cepeda, escribe: «es tanta la tentación que la hermana Isabel de San Pablo
tiene en quererme, que es muy mayor para ella. Harto consuelo me es estar en su
compañía, que me parece de ángel» (marzo, 1578).
En bastantes ocasiones, Isabel actuó como secretaria suya. A
veces, incluso deja oír su propia voz. Por ejemplo, cuando pide a María de San
José, una imagen de San Pablo:
«Díceme nuestra madre que pida a vuestra reverencia un San
Pablo de estas; me le envíe vuestra reverencia que sea muy lindo. Y perdóneme;
mas ha de ser cosa que me huelgue de mirarle» (Ávila, 28 de marzo, 1578).
Ana de san Pedro (Wasteels, la “Flamenca”)
Señora de origen flamenco que residía en Ávila y, al
enviudar, ingresó en San José de Ávila, donde profesó en 1571. Más tarde, en el
mismo convento, ingresaría también su hija, con lo que se producirían roces y
conflictos, que finalmente se resolvieron. Teresa se serviría de ella como
secretaria en más de una ocasión. Falleció en 1588.
María de san José (Gracián)
Hija de Diego Gracián de Alderete y Juana Dantisco, hermana
de Jerónimo Gracián. Con solo quince años fue aceptada en el Carmelo de
Valladolid (1578). Diez años después, en 1588, pasaría al Carmelo de Santa Ana
de Madrid, y allí sería priora hasta 1594. Tres años después, junto a otras,
funda el convento de Consuegra. Mantuvo una fluida comunicación con su hermano
Jerónimo, y este la hizo depositaria de bastantes de sus papeles. De pluma
ágil, Teresa, que sentía un gran cariño por ella, la empleó como amanuense en
diversas ocasiones.
Jerónima del Espíritu Santo (Villalobos)
Es conocida por ser la primera carmelita descalza en fundar
fuera de la Península, en Génova. Otras dos de sus hermanas también fueron
carmelitas (Guiomar e Isabel). Jerónima profesó en Salamanca en 1576. Luego
viajaría a Malagón, a finales de 1579, y sería priora de este monasterio. Ayudó
a la santa con las correcciones del conocido como Códice de Toledo, del Camino
de Perfección, con idea de que Don Teutonio de Braganza lo mandase editar. Tras
fundar en Italia, fue requerida por el Carmelo de Madrid y hubo de regresar a
España. Finalmente, moriría en Arenas de San Pedro, en 1599. El P. Tomás
Álvarez cree ver su grafía en la carta de la santa a Pedro Juan de Casademonte,
desde Salamanca, el 10 de octubre de 1579.
Beatriz de Jesús (Cepeda y Ocampo)
Es sobrina segunda de Teresa de Jesús, Nacida en Torrijos
(Toledo), hija de María de Ocampo y de un primo hermano de la santa, Francisco
de Cepeda. Ella y sus hermanas, Isabel de san Pablo y María de Cepeda, fueron
monjas en la Encarnación de Ávila, donde ella profesó en 1560. Acompañó a
Teresa en la fundación de Malagón. Cuando la priora de este convento, Brianda
de San José, enferma, la escoge como “presidente” de la comunidad.
A Teresa le disgustó su poca franqueza. En 1580 viajó junto
a la Madre a la fundación de Villanueva de la Jara. En 1581/82 fue destinada a
la fundación de Granada, con Juan de la Cruz. En 1586, formó parte del grupo
fundador del Carmelo en Madrid, y en 1595, participó en la fundación de Ocaña,
en Toledo.
Ana de San Bartolomé
Nació en El Almendral, provincia de Toledo, y fue la primera
hermana lega del Carmelo teresiano. Ingresó en San José de Ávila con 21 años,
en 1570. Cuatro años más tarde, comenzó a acompañar a Teresa en sus viajes y,
desde 1577 se convierte en su enfermera y amanuense. Tomó parte, con la Madre,
en las fundaciones de Villanueva de la Jara, Palencia, Soria y Burgos. Estuvo
presente en la muerte de la santa en Alba de Tormes, acompañando sus últimos
momentos. Tras la muerte de Teresa, participó en la fundación de Ocaña y, en
1604, viajaría a París para inaugurar allí el primer Carmelo en suelo francés.
El año siguiente, recibiría el “velo negro”, con lo que pasó a ser monja de
coro, y asumiría el cargo de priora del Carmelo de Pontoise, fundado también
por ella. El 9 de septiembre es nombrada priora de París. En 1608 funda el
Carmelo de Tours y en 1612 pasa a Flandes, donde funda el Carmelo de Amberes,
del que sería priora y en el que fallecería en 1626.
BIBLIOGRAFÍA
- ALLISON PEERS, Edgar, A Handbook to
the Life and Times of St. Teresa and St. John of the Cross ,London,
Burns Oates and Washbourne, 1953.
- _______, «St. Teresa in her
letters», en St. Teresa of Jesus, and other Essays and Addresses,
London, Faber & Faber, 1953.
- ÁLVAREZ,
Tomás y PASCUAL, Rafael, Estudios Teresianos V. Autógrafos:
ubicación y contenido, Burgos, Monte Carmelo, 2014.
- ÁLVAREZ,
Tomás (dir), Diccionario de Santa Teresa de Jesús, Burgos,
Monte Carmelo, 2002.
- Web Teresavila.com (imágenes
de los manuscritos).
_______________
¹ALLISON
PEERS, Edgar, «St. Teresa in her letters», en St. Teresa of Jesus, and
other Essays and Addresses, London, Faber & Faber, 1953, 43 (La
traducción es nuestra).
²BOUZA, Fernando, Corre manuscrito. Una historia cultural del Siglo de Oro, Madrid, Marcial Pons, 2001, 138.
³Cf. BMC 18, 173.
²BOUZA, Fernando, Corre manuscrito. Una historia cultural del Siglo de Oro, Madrid, Marcial Pons, 2001, 138.
³Cf. BMC 18, 173.
(Fuente:
delaruecaalapluma.wordpress.com)
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