jueves, 15 de febrero de 2018

"La mano ajena": secretarias de Santa Teresa de Jesús



Los expertos han realizado cálculos sobre el número de cartas que Teresa de Jesús pudo escribir a lo largo de su vida. Se habla de unas quince mil, aunque han llegado hasta nosotros algo menos de quinientas.
Son un tesoro, en buena medida aún por explotar. A través de ellas, nos encontramos con una imagen de la santa algo distinta de la que podemos percibir en sus grandes obras doctrinales.

Edgar Allison Peers escribió en una ocasión: «El gran regalo que las cartas legan a la posteridad consiste no en lo que ellas nos cuentan de las actividades de santa Teresa, sino lo que nos cuentan sobre ella misma»¹.

Algo que se percibe cuando vamos leyendo las cartas es el avance progresivo de la debilidad, el cansancio, la enfermedad y otros achaques, la prematura ancianidad de la Madre Teresa de Jesús, a pesar de su gran fortaleza de ánimo.


Ya en 1568, su estado de salud le obligó a ceder la pluma. Escribía, en diciembre de ese año, a su amiga doña Luisa de la Cerda: «a pocas personas escribo ahora de mi letra».

Era importante para Teresa poder escribir “de su mano”. En primer lugar, porque las cartas no son únicamente transmisión de información. Son interrelación, lazos humanos. Teresa se vuelca afectivamente en ellas. Además, escribir con la propia mano era visto como un gesto de consideración hacia el destinatario.

 Así, escribe Fernando Bouza:
«La escritura hológrafa constituía un signo de deferencia en el cuidado lenguaje de corte, donde el número de líneas escritas de propia mano permitía valorar la estimación que a un corresponsal le merecía su destinatario»².

Pero en esos años de intensidad fundacional, el volumen de correspondencia al que la Madre tenía que enfrentarse, con frecuencia, la desbordaba. El día se le hacía corto, y empleaba también parte de la noche en esa ardua tarea. El médico tuvo que intervenir ante su agotamiento. Así escribía ella a su hermano Lorenzo:
«…aquel día fueron tantas las cartas y negocios, que estuve escribiendo hasta las dos, e hízome tanto daño a la cabeza, que creo ha de ser para provecho; porque me ha mandado el doctor que no escriba jamás sino hasta las doce, y algunas veces no de mi letra» (A don Lorenzo, de Cepeda, en Ávila, Toledo, 10 febrero 1577).

Por eso, cuando no le era posible escribir, se valía de las que ella misma llamaba “secretarias”, y vemos cómo se disculpa por ello:
«La mano ajena suplico a vuestra merced perdone, que me tienen las sangrías flaca y no está la cabeza para más» (A Diego Ortiz, en Toledo, mediados agosto 1570).

Al principio, dependiendo del lugar donde se encontrara, echaba mano de una u otra monja para este menester. En los dos últimos años, sobre todo, Ana de San Bartolomé, su inseparable compañera de viajes y enfermera, hizo también de secretaria.

Aunque era de orígenes humildes y analfabeta, en el Carmelo aprendió a leer y escribir, para poder ayudar a la Madre con su correspondencia³. Así la describe Teresa en el Libro de las Fundaciones, relatando detalles de la apertura del monasterio de Palencia: «Íbamos conmigo, cinco monjas y una compañera que ha días que anda conmigo, freila; mas tan gran sierva de Dios y discreta, que me puede ayudar más que otras que son del coro” (F 29, 10).

Las múltiples preocupaciones, el exceso de trabajo y su débil salud la llevan incluso a exclamar en ocasiones a su destinataria, María de San José: «¡aun de notar [dictar] me canso!» (Carta a María de San José, 25 de octubre 1580).

Con todo, incluso cuando se vale de amanuense, es frecuente encontrar de su mano, al menos la firma, con frecuencia algún saludo o la posdata.

Merece la pena rescatar los nombres y algún dato de las hermanas que ayudaron a la Madre con la correspondencia. Sin ellas, hoy, seguramente, no tendríamos buena parte de las cartas teresianas que han llegado hasta nosotros. Pasemos revista a algunas de ellas e incluimos al final imágenes de algunas de las cartas que escribieron en nombre de Teresa de Jesús:

Isabel de San Pablo (Cepeda y Ocampo)
Era sobrina segunda de Teresa, hija de su primo Francisco de Cepeda y de María de Ocampo. Como sus hermanas Beatriz y María, ingresó en la Encarnación y después, pasaría a San José de Ávila, donde se la nombra la primera en el Libro de Profesiones y elecciones de ese monasterio.

En 1569, va con la Teresa a la fundación de Toledo. Más adelante, será supriora en Pastrana (junio de 1569). Regresará a Ávila, para ir, junto a Teresa y Juan de la Cruz, a la fundación de Segovia (1574). Nuevamente en Ávila, enferma a finales de 1581 y fallecerá en febrero del año siguiente, con 35 años.
La relación que tiene con la santa es de mucha cercanía. Teresa hace referencia a los cuidados que le dispensaba. Así, en carta a Luis de Cepeda, escribe: «es tanta la tentación que la hermana Isabel de San Pablo tiene en quererme, que es muy mayor para ella. Harto consuelo me es estar en su compañía, que me parece de ángel» (marzo,  1578).

En bastantes ocasiones, Isabel actuó como secretaria suya. A veces, incluso deja oír su propia voz. Por ejemplo, cuando pide a María de San José, una imagen de San Pablo:
«Díceme nuestra madre que pida a vuestra reverencia un San Pablo de estas; me le envíe vuestra reverencia que sea muy lindo. Y perdóneme; mas ha de ser cosa que me huelgue de mirarle» (Ávila, 28 de marzo, 1578).

Ana de san Pedro (Wasteels, la “Flamenca”)
Señora de origen flamenco que residía en Ávila y, al enviudar, ingresó en San José de Ávila, donde profesó en 1571. Más tarde, en el mismo convento, ingresaría también su hija, con lo que se producirían roces y conflictos, que finalmente se resolvieron. Teresa se serviría de ella como secretaria en más de una ocasión. Falleció en 1588.

María de san José (Gracián)
Hija de Diego Gracián de Alderete y Juana Dantisco, hermana de Jerónimo Gracián. Con solo quince años fue aceptada en el Carmelo de Valladolid (1578). Diez años después, en 1588, pasaría al Carmelo de Santa Ana de Madrid, y allí sería priora hasta 1594. Tres años después, junto a otras, funda el convento de Consuegra. Mantuvo una fluida comunicación con su hermano Jerónimo, y este la hizo depositaria de bastantes de sus papeles. De pluma ágil, Teresa, que sentía un gran cariño por ella, la empleó como amanuense en diversas ocasiones.

Jerónima del Espíritu Santo (Villalobos)
Es conocida por ser la primera carmelita descalza en fundar fuera de la Península, en Génova. Otras dos de sus hermanas también fueron carmelitas (Guiomar e Isabel). Jerónima profesó en Salamanca en 1576. Luego viajaría a Malagón, a finales de 1579, y sería priora de este monasterio. Ayudó a la santa con las correcciones del conocido como Códice de Toledo, del Camino de Perfección, con idea de que Don Teutonio de Braganza lo mandase editar. Tras fundar en Italia, fue requerida por el Carmelo de Madrid y hubo de regresar a España. Finalmente, moriría en Arenas de San Pedro, en 1599. El P. Tomás Álvarez cree ver su grafía en la carta de la santa a Pedro Juan de Casademonte, desde Salamanca, el 10 de octubre de 1579.

Beatriz de Jesús (Cepeda y Ocampo)
Es sobrina segunda de Teresa de Jesús, Nacida en Torrijos (Toledo), hija de María de Ocampo y de un primo hermano de la santa, Francisco de Cepeda. Ella y sus hermanas, Isabel de san Pablo y María de Cepeda, fueron monjas en la Encarnación de Ávila, donde ella profesó en 1560. Acompañó a Teresa en la fundación de Malagón. Cuando la priora de este convento, Brianda de San José, enferma, la escoge como “presidente” de la comunidad.
A Teresa le disgustó su poca franqueza. En 1580 viajó junto a la Madre a la fundación de Villanueva de la Jara. En 1581/82 fue destinada a la fundación de Granada, con Juan de la Cruz. En 1586, formó parte del grupo fundador del Carmelo en Madrid, y en 1595, participó en la fundación de Ocaña, en Toledo.

Ana de San Bartolomé
Nació en El Almendral, provincia de Toledo, y fue la primera hermana lega del Carmelo teresiano. Ingresó en San José de Ávila con 21 años, en 1570. Cuatro años más tarde, comenzó a acompañar a Teresa en sus viajes y, desde 1577 se convierte en su enfermera y amanuense. Tomó parte, con la Madre, en las fundaciones de Villanueva de la Jara, Palencia, Soria y Burgos. Estuvo presente en la muerte de la santa en Alba de Tormes, acompañando sus últimos momentos. Tras la muerte de Teresa, participó en la fundación de Ocaña y, en 1604, viajaría a París para inaugurar allí el primer Carmelo en suelo francés. El año siguiente, recibiría el “velo negro”, con lo que pasó a ser monja de coro, y asumiría el cargo de priora del Carmelo de Pontoise, fundado también por ella. El 9 de septiembre es nombrada priora de París. En 1608 funda el Carmelo de Tours y en 1612 pasa a Flandes, donde funda el Carmelo de Amberes, del que sería priora y en el que fallecería en 1626.

BIBLIOGRAFÍA
  • ALLISON PEERS, Edgar, A Handbook to the Life and Times of St. Teresa and St. John of the Cross ,London, Burns Oates and Washbourne, 1953.
  • _______, «St. Teresa in her letters», en St. Teresa of Jesus, and other Essays and Addresses, London, Faber & Faber, 1953.
  • ÁLVAREZ, Tomás y PASCUAL, Rafael, Estudios Teresianos V. Autógrafos: ubicación y contenido, Burgos, Monte Carmelo, 2014.
  • ÁLVAREZ, Tomás (dir), Diccionario de Santa Teresa de Jesús, Burgos, Monte Carmelo, 2002.
  • Web Teresavila.com (imágenes de los manuscritos).
_______________
¹ALLISON PEERS, Edgar, «St. Teresa in her letters», en St. Teresa of Jesus, and other Essays and Addresses, London, Faber & Faber, 1953, 43 (La traducción es nuestra).
²BOUZA, Fernando, Corre manuscrito. Una historia cultural del Siglo de Oro, Madrid, Marcial Pons, 2001, 138.
³Cf. BMC 18, 173.
(Fuente: delaruecaalapluma.wordpress.com)

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