sábado, 6 de octubre de 2018

Comentario al Evangelio del Domingo XXVII (Tiempo Ordinario, Ciclo B)



CONTRA EL PODER DEL VARÓN (Mc 10, 2-12)


Los fariseos plantean a Jesús una pregunta para ponerlo a prueba. Esta vez no es una cuestión sin importancia, sino un hecho que hace sufrir mucho a las mujeres de Galilea y es motivo de vivas discusiones entre los seguidores de diversas escuelas rabínicas: "¿Le es lícito al varón divorciarse de su mujer?".

No se trata del divorcio moderno que conocemos hoy, sino de la situación en que vivía la mujer judía dentro del matrimonio, controlado absolutamente por el varón. Según la ley de Moisés, el marido podía romper el contrato matrimonial y expulsar de casa a su esposa. La mujer, por el contrario, sometida en todo al varón, no podía hacer lo mismo.

La respuesta de Jesús sorprende a todos. No entra en las discusiones de los rabinos. Invita a descubrir el proyecto original de Dios, que está por encima de leyes y normas. Esta ley "machista", en concreto, se ha impuesto en el pueblo judío por la "dureza de corazón" de los varones que controlan a las mujeres y las someten
a su voluntad.

Jesús ahonda en el misterio original del ser humano. Dios "los creo varón y mujer". Los dos han sido creados en igualdad. Dios no ha creado al varón con poder sobre la mujer. No ha creado a la mujer sometida al varón. Entre varones y mujeres no ha de haber dominación por parte de nadie.

Desde esta estructura original del ser humano, Jesús ofrece una visión del matrimonio que va más allá de todo lo establecido por la Ley. Mujeres y varones se unirán para "ser una sola carne" e iniciar una vida compartida en la mutua entrega sin imposición ni sumisión.

Este proyecto matrimonial es para Jesús la suprema expresión del amor humano. El varón no tiene derecho alguno a controlar a la mujer como si fuera su dueño. La mujer no ha de aceptar vivir sometida al varón. Es Dios mismo quien los atrae a vivir unidos por un amor libre y gratuito. Jesús concluye de manera rotunda: "Lo que Dios ha unido, que no lo separe el varón".

Con esta posición, Jesús esta destruyendo de raíz el fundamento del patriarcado bajo todas sus formas de control, sometimiento e imposición del varón sobre la mujer. No solo en el matrimonio sino en cualquier institución civil o religiosa.

Hemos de escuchar el mensaje de Jesús. No es posible abrir caminos al reino de Dios y su justicia sin luchar activamente contra el patriarcado. ¿Cuándo reaccionaremos en la Iglesia con energía evangélica contra tanto abuso, violencia y agresión del varón sobre la mujer? ¿Cuándo defenderemos a la mujer de la "dureza de corazón" de los varones?

ANTE LOS DIVORCIADOS

Los cristianos no podemos cerrar los ojos ante un hecho profundamente doloroso. En general, los divorciados no se sienten comprendidos por la Iglesia ni por las comunidades cristianas. La mayoría solo percibe una dureza disciplinar que no llegan a entender. Abandonados a sus problemas y sin la ayuda que necesitarían, no encuentran en la Iglesia un lugar para ellos.

No se trata de poner en discusión la visión cristiana del matrimonio, sino de ser fieles a ese Jesús que, al mismo tiempo que defiende el matrimonio, se acerca a todo hombre o mujer ofreciendo su comprensión y su gracia precisamente a quienes más las necesitan. Este es el reto. ¿Cómo mostrar a los divorciados la misericordia infinita de Dios a todo ser humano? ¿Cómo estar junto a ellos de manera evangélica?

Antes que nada hemos de recordar que los divorciados que se han vuelto a casar civilmente siguen siendo miembros de la Iglesia. No están excomulgados; no han sido expulsados de la Iglesia. Forman parte de la comunidad y han de encontrar en los cristianos la solidaridad y comprensión que necesitan para vivir su difícil situación de manera humana y cristiana.

Si la Iglesia les retira el derecho a recibir la comunión es porque «su estado y condición de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la eucaristía» (Juan Pablo II). Pero esto no autoriza a nadie a condenarlos como personas excluidas de la salvación ni a adoptar una postura de rechazo o marginación.

Al contrario, el mismo Juan Pablo II exhorta a los responsables de la comunidad cristiana «a que ayuden a los divorciados cuidando, con caridad solícita, que no se sientan separados de la Iglesia, pues pueden e incluso deben, en cuanto bautizados, tomar parte en su vida». Como todos los demás cristianos, también ellos tienen derecho a escuchar la Palabra de Dios, tomar parte en la asamblea eucarística, colaborar en diferentes obras e iniciativas de la comunidad y recibir la ayuda que necesitan para vivir su fe y para educara sus hijos.

Es injusto que una comprensión estrecha de la disciplina de la Iglesia y un rigorismo que tiene poco que ver con el Espíritu de Jesús nos lleven a marginar y abandonar incluso a personas que se esforzaron sinceramente por salvar su primer matrimonio, que no tienen fuerzas para enfrentarse solas a su futuro, que viven fielmente su matrimonio civil, que no pueden rehacer en manera alguna su matrimonio anterior o que tienen adquiridas nuevas obligaciones morales en su actual situación.

En cualquier caso, a los divorciados que os sintáis creyentes solo os quiero recordar una cosa:

Dios es infinitamente más grande, más comprensivo y más amigo que todo lo que podáis ver en nosotros, los cristianos, o en los hombres de Iglesia. Dios es Dios. Cuando nosotros no os comprendemos, él os comprende. Confiad siempre en él.

(Autor: José Antonio Pagola)

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