miércoles, 22 de enero de 2020

Van Thuan: "El don del momento presente" (Reflexión sin desperdicio!!!)


"Todos lo poseemos, y cuanto más avanzamos en la vida y profundizamos en nuestra vida espiritual, más vemos lo importante que es el momento presente. Es un elemento clave de la vida espiritual, no sólo para los católicos, sino también para las demás religiones, tanto para los budistas como para los musulmanes. 
En estos momentos tenemos siempre mucho trabajo y poco tiempo para reflexionar y meditar; la televisión, el fax y el teléfono nos molestan continuamente.
 Hemos recurrido a los textos de los grandes Padres de la Iglesia para que nos ayuden, porque ellos tienen más trato con Dios que nosotros. Quiero meditar brevemente con ustedes sobre el gozo del don del momento presente. Creo que hay que buscar algo sencillo para nuestra santidad. En nuestra vida de bautizados tenemos un tesoro muy rico e importante, pero que no apreciamos: el momento presente. 
 Todos lo poseemos, y cuanto más avanzamos en la vida y profundizamos en nuestra vida espiritual, más vemos lo importante que es el momento presente. Es un elemento clave de la vida espiritual, no sólo para los católicos, sino también para las demás religiones, tanto para los
budistas como para los musulmanes.
 Los budistas dicen que la gente le pregunta a Buda porqué sus discípulos comen una sola vez al día y están contentos. Buda responde que ellos no piensan en el pasado porque ya pasó; no piensan en el futuro porque aún está por llegar; piensan sólo en el momento presente, y por eso se contentan con una sola comida. 
 En el libro de oración de los musulmanes está escritos: “Cuando es de noche no esperes a la mañana y cuando es de día no esperes a la noche”. 
 Les cuento mi experiencia. Cuando era joven me impresionó mucho lo que había dicho Santa Teresa del Niño Jesús sobre el momento presente, pero aún no lo había practicado en profundidad. La noche de la Asunción de 1975, como ya les he contado, me detuvieron en el Palacio de la Presidencia y me llevaron a una Parroquia cerca de las montañas, a 15 kilómetros del Obispado. Iba en un coche con dos policías. Nos precedía un tanque y nos seguía un coche con soldados. Sólo llevaba conmigo el hábito talar, algunos papeles, un pañuelo y el Rosario. Me di cuenta de que no tenía ninguna posibilidad de decisión, y me acordé de un Obispo americano que estuvo prisionero en China y que, cuando lo soltaron, no podía caminar. Cuando llegó a América lo entrevistaron, y lo primero que dijo fue que se había pasado el tiempo esperando. 
 En la cárcel, todos esperan ser liberados en cualquier momento, pero yo me dije mientras me llevaban que era una ilusión esperar que volvería a Roma y haría un trabajo importante, porque lo más probable en las condiciones en que me encontraba era que me llegase la muerte. 
 Decidí, pues, vivir el momento presente llenándolo de amor, pero no era fácil poner en práctica esta decisión. 
 Cuando llegué a la Diócesis, vi a la policía por todas partes, todo lo habían quemado y confiscado, ya no había Biblias ni textos espirituales, y las religiosas, expulsadas de sus conventos, trabajaban en los campos. Esta situación me atormentaba, pero una noche me sugirieron que escribiera cartas, como hizo San Pablo cuando estaba prisionero. 
 Al día siguiente, llamé a un niño y le pedí que le dijera a su madre que me diera tacos de calendarios viejos y me los trajera por la noche. Así empecé a escribir de noche, con la lámpara de petróleo y el tormento de los mosquitos. A la mañana siguiente le entregaba las hojas al niño, diciéndole que se las diese a sus hermanas para que las copiaran y las guardaran. 
 El 18 de marzo, víspera de San José, me detuvieron de nuevo y me aislaron, pero lo que había escrito se publicó mientras estaba preso, sin que yo lo supiera. El título de aquél libro es: El Camino de la Esperanza. 
 Dos años después, dado que estaba en pésimas condiciones de salud, me sometieron a arresto domiciliario en el norte de Vietnam, donde no había párroco desde hacía diez años y la gente era poca practicante. Siempre me vigilaba una persona, que al comienzo era muy dura conmigo, pero luego, poco a poco, me tomó cariño y me ayudó. 
 Volví, pues, a escribir en la clandestinidad, y mis escritos se publicaron con el título El Camino de la Esperanza a la luz de la Palabra de Dios y del Concilio.
 Luego escribí otro libro, que salió en francés y en español: Peregrinos por el camino de la Esperanza. 
 El policía que me vigilaba al final se volvió muy solidario conmigo: incluso compró papel para que escribiera y, cuando veía gente del sur, la traía a casa por la noche. Así pude encomendarles el borrador de mi libro, que llevaron oculto bajo la ropa a Vietnam del Sur, donde se publicó clandestinamente y sirvió de ayuda durante los años de persecución, sobre todo a los consagrados".
 (Fuente: Cardenal F. X. Nguyen Van Thuan, “El gozo de la Esperanza”, Ciudad Nueva, 2004, 2ª ed., pp. 86-89)


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