La Biblia surge de un encuentro de Dios con el hombre en la vida. Es en
la trama de la existencia normal donde, a la luz de la fe, el Pueblo de Dios en
el Antiguo y en el Nuevo Testamento se encuentra con Él y trata de responder a
sus interpretaciones en la historia.
Si queremos comprender las
oraciones bíblicas y las enseñanzas que nos dan para nuestra oración cristiana
hay que ver la Biblia con ojos nuevos. No
como libro caído del cielo, sino como algo que surge de la fe en Dios y de la
preocupación de responder a lo que Él pedía en los acontecimientos pequeños y
grandes de la vida cotidiana. Un libro que fue escrito bajo el influjo de Dios
y que, por eso, es su Palabra viva y eficaz, fuente de consuelo y esperanza (Hebreos
4, 12; Romanos 15, 4) Un libro que tiene un proceso de composición que dura
varios siglos a lo largo de los cuales el Pueblo de Dios fue avanzando y
descubriendo los caminos del Señor. Las cosas no se veían con claridad desde el
primer día. Dios educa al hombre como un padre a su hijo, poco a poco (Deuteronomio
8, 5) Lo va llevando como de la mano. Le enseña a hablar para que pueda
comunicarse con Él. Le va manifestando sus planes y sus exigencias.
A la luz de esta pedagogía de
Dios, no nos debe extrañar encontrar en el Antiguo Testamento cosas pasajeras e
imperfectas. Ellas preparaban lo definitivo y perfecto. La Biblia es como el
libro de tareas del Pueblo de Dios. El Antiguo Testamento corresponde a la
etapa elemental. El bachillerato, la universidad y el posgrado vendrán con
Cristo. A la luz de sus enseñanzas comprendemos los valores encerrados en la
revelación elemental del Antiguo Testamento y también sus limitaciones. Leyéndolo
desde Cristo y desde nuestra vida podemos aprovechar su doctrina sublime sobre
Dios y sobre el hombre; sobre la acción de ambos en la historia; sobre el
diálogo ininterrumpido entre ellos, que llamamos oración.
El Antiguo Testamento, como dice
el Concilio Vaticano II:
- prepara la venida de Cristo y
de su reino universal,
- lo anuncia proféticamente
- y lo representa con diversas imágenes (Const. sobre la Revelación, 15)
No podemos dejar de escuchar el
testimonio oracional del Antiguo Testamento. Antes de dominar una lengua
necesitamos, como los niños, balbucir las palabras que nuestros padres y hermanos
mayores nos repiten invitándonos a hacerlas nuestras para expresar lo que
pensamos y sentimos.
El Nuevo Testamento nos trae la revelación perfecta. Desde Cristo resucitado
todo lo que contiene la Escritura adquiere su verdadera dimensión y sentido. El
Antiguo Testamento puede y debe ser leído cristianamente. Sus oraciones reciben
el significado nuevo. Es como si el microscopio del Nuevo Testamento nos
hiciera descubrir en ellas lo que a simple vista no se ve. Por eso la Iglesia
ha conservado el libro de los Salmos como su libro de oración, aunque fue
compuesto antes de la venida de Jesús. Él aparece en el Nuevo Testamento como
modelo perfecto de oración y como el maestro por excelencia. Mirándolo y
escuchándolo aprendemos lo que significa rezar; las condiciones para hacerlo;
las consecuencias que trae consigo el diálogo con Dios.
REFLEXIÓN
1)
¿Qué hay que tener presente para que las
enseñanzas sobre la oración y las oraciones que encontramos en el Antiguo Testamento
tengan valor para nosotros los cristianos?
2)
¿Cómo nos ayuda el Nuevo Testamento a hacer
nuestras las oraciones del Antiguo Testamento y a darles un sentido nuevo?
(Fuente: “Rezar con la Biblia en el
contexto de la Vida”, Camilo Maccise, ocarm)
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