Acércate, Tomás, levántate de la caverna de tus dolores, pon
tu dedo aquí y mira mi mano; extiende tu mano y ponla en mi costado: y no
imagines que tu ciego dolor es más penetrante que mi Gracia. No te fortifiques
en el castillo de tus sufrimientos. Naturalmente crees que tu vista es más
aguda que la de los demás, tú tienes pruebas en la mano, no quieres que nadie te
dé gato por liebre, y todo en él grita: ¡Imposible! Tú ves el abismo, puedes
medirlo con el metro, el margen que hay entre la mala acción y la expiación,
entre tú y yo. ¿Quién va a querer luchar contra semejante evidencia? Tú te
retiras a tu luto, por lo menos éste es tuyo; con la experiencia de tu
sufrimiento sientes que vives. Y si alguien pusiera su mano sobre ese
sufrimiento, y tratara de arrancar sus raíces, arrancaría a la vez todo tu
corazón del pecho - tanto te has identificado con tu dolor.
Sin embargo, yo he resucitado. Y tú prudente y viejo dolor,
en el que te sumerges, en el que imaginas mostrarme tu fidelidad, en el que
crees estar junto a mí, es muy anacrónico.
Pues hoy me siento joven y feliz. Y lo que tú llamas tu
duelo no es más que obstinación. ¿Tienes una medida en tu mano? ¿Es tu alma el
criterio de lo que es posible para Dios? ¿Es tu corazón lleno de vacilaciones
el reloj en el que puedes leer el designio de Dios sobre ti?
Es incredulidad lo que tú tienes por sentido profundo.
Pero ya que estás tan lastimado y el patente tormento de tu corazón se ha
abierto hasta el abismo de tu propio ser, dame tu mano y siente con ella el
latido de otro corazón: en esta nueva experiencia tu alma se entregará y la
sombría amargura autoalimentada se quebrará. Tengo que vencerte. No puedo menos
de exigirte lo más querido que tienes, tu melancolía. Sácala de ti, aun cuando
te cueste el alma y parezca que vayas a morir. Expulsa de ti ese ídolo, ese
cascote frío de tu pecho, y en su lugar pondré en ti un corazón de carne, que
latirá de acuerdo con mi propio latido. Saca de ti ese yo, que vive por no
poder vivir, que está enfermo porque no puede morir: deja que perezca, así por
fin podrás empezar a vivir.
Estás enamorado del triste enigma de tu incomprensibilidad,
pero a ti se te ve y se te comprende, pues mira: si tu corazón te acusa, piensa
que soy mayor que tu corazón y lo sé todo. Anímate a saltar a la luz, no
pienses que el mundo es más profundo que Dios, no pienses que no sabré
arreglármelas con él. Tu ciudad está cercada, tus provisiones están agotadas:
tienes que rendirte. ¿Qué es más sencillo y más dulce que abrir las puertas al
amor? ¿Qué es más fácil que caer de rodillas y decir: Señor mío y Dios mío?
(Libro: "Corazón
del mundo" de Hans Urs von Balthasar)
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