Desde el mismo corazón de África me escribe una amiga misionera que me dice cosas que me hacen pensar. Habla del sentido que ella atribuye a su existencia y escribe:
“Yo amo a mis hermanos, a mis amigos, como a mi misma vida, mejor dicho: como a Cristo, que es más amado que mi misma vida. Antes yo pedía en mi oración el martirio, pero de algún tiempo acá, me apasiona verdaderamente dar la vida por Cristo en el amigo, en el hermano. Porque el martirio es dar la vida por la fe, pero morir por es apasionante, porque Cristo es más que la fe. Aunque no sé si todas estas cosas mías son muy ortodoxas. En todo caso yo no encuentro sentido a la vida si no es para darla. Morir sólo porque sí, ¿no le parece muy sin sustancia?”
Yo tampoco sé, amiga mía, si esas frases son muy ortodoxas en el sentido técnico de la palabra. Pero lo que sí me parecen son muy cristianas y muy sensatas.
Y tengo que comenzar por decirle que también yo tengo desde hace mucho una seria desconfianza ante los “sueños del martirio”. De muchacho también los tuve yo. Con mis dieciséis años me veía en las selvas de la India enfrentándome con los tigres de Bengala o en la africana, luchando con los hechiceros, o cayendo como un mártir más bajo las balas en la guerra que viví de niño.
Con el paso del tiempo me fui dando cuenta de que esos sueños eran una especie de coartada para no luchar con la realidad. Como me sentía héroe en mi imaginación, ya no era necesario trabajar tanto en la vida de cada día. Y, poco a poco, dejé de pedir el martirio cruento en mis oraciones. Entre otras cosas, porque para que haya un mártir tiene que haber también un matador y yo aspiraba a un mundo en que nadie matase a nadie.
Por eso mi oración cambió. Y le decía a Dios: “ Si tú quieres mi muerte, dame, cuando llegue, la fuerza para ponerla en tus manos. Pero mejor es que me ayudes a poner en tus manos mi vida de cada día, mi martirio a plazos.
Y es que empecé a encontrarme, no sólo en lo religioso, sino también en lo humano, mucha gente que hablaba de heroísmo pero luego no daba el callo. Personas que hablaban mucho de dar la vida por la patria, pero que, luego, no le daban cada día el trabajo con el que se la construye o no eran difusoras de esa paz y alegría con las que la patria se alimenta. Gentes que decían que darían la vida por sus seres queridos, pero luego les hacían la vida imposible.
Por eso elegí esa fórmula del martirio a plazos. No soñar con la flecha ni el balazo. Aceptar, en cambio, el arañazo de cada día. Querer a la gente hoy y mañana. Y no soñar en un futuro heroico.
Con la fe pasa lo mismo. Si Dios un día nos pide que muramos por ella, ya nos dará Él fuerza para hacerlo. Pero lo normal es que Dios nos pida que demos por ella esta vida de cada día y que la demos, no teóricamente, sino, como mi amiga dice, “queriendo a Cristo en directo”, en nuestros amigos, en nuestros hermanos. Ya sé que por este “martirio a plazos” no nos canonizarán. Pero en el cielo hay más santos de los que nos imaginamos. (“Razones para vivir”, P. Martín Descalzo, Soc. de Educ. Atenas 1993, pág 36-37)
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