El Señor me abrió el oído; yo no me resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor me ayuda, por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. (Is 50, 5-7)
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