MIÉRCOLES DE CENIZA "Día de ayuno y abstinencia" |
(Mateo 6, 1-6. 16-18)
Hola, amigos y amigas:
Hoy interrumpimos el tiempo ordinario para comenzar el
tiempo de cuaresma, que es un itinerario de preparación para vivir la alegría
pascual. Si no queremos llegar a la semana santa simplemente contentándonos con
participar de unas celebraciones folklóricas y emotivas, necesitamos tomarnos
en serio este tiempo de cuaresma y así poner toda nuestra vida en clave
pascual.
Empezamos la cuaresma con la imposición de la ceniza. Es un
gesto litúrgico impactante. Se nos coloca la ceniza en la frente y se nos dice al
oído que no olvidemos nuestra condición de polvo. En medio de una sociedad que
busca ocultar a toda costa la dimensión mortal del ser humano, qué bueno
recordar el carácter ineludible de la muerte y la necesidad de pasar por ella
para alcanzar la gloria. Qué bueno recordar que somos seres humanos frágiles,
que muchas veces vivimos a ras del suelo atrapados en medio del egocentrismo y
demás esclavitudes. Por eso, al recibir las cenizas, también se nos dirá al
oído: “conviértete y cree en el evangelio”.
Muchas veces la cuaresma es vivida como un tiempo para
realizar prácticas penitenciales a las que ya nos hemos acostumbrado y que,
aunque suponen un pequeño o gran esfuerzo de la voluntad, no necesariamente
significan una verdadera reorientación del corazón. Muchos ya saben que estas
semanas dejarán de fumar, intentarán renegar menos, darán un poco más de
limosna, leerán un libro espiritual, etc. La conversión cristiana no consiste
en hacer cosas “religiosas”, que al final, a veces, son realizadas bajo el deseo
de ser reconocidos o de tranquilizar nuestras conciencias o de comprar el
perdón de Dios. Para vivir una auténtica conversión, a la luz del evangelio de
hoy, es necesario entrar en lo más profundo de nosotros mismos, en lo secreto
de nuestra habitación, donde nos encontramos con nuestra verdad y con el amor
incondicional del Padre, donde resuena la buena nueva del Evangelio de Jesús y
donde descubrimos con nuestro pecado y la necesidad de cambiar y crecer. Sólo
cuando nos atrevemos a superar la superficialidad, entramos en la profundidad
de la conversión.
Como Jesús, nos sumergimos durante cuarenta días en el
desierto cuaresmal para escuchar la Palabra del Padre, reconocer cuáles son
nuestras tentaciones y tomar las decisiones necesarias que nos liberen de las
ataduras del egoísmo y nos lleven a tener el corazón centrado en Dios y en el
amor a nuestros hermanos. Sólo desde esta perspectiva tiene sentido la práctica
de la oración, el ayuno y la limosna; entonces, se vuelven expresiones de una
búsqueda más profunda y de un esfuerzo agradecido y amoroso por seguir el
camino pascual de Jesús. ¡Que tengamos un buen tiempo de cuaresma!
Un saludo fraterno
Carlos Sánchez Miranda, cmf.
(Fuente: ciudadredonda.org)
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