Jesús sabe cautivar. Los discípulos de Emaús,
aún sin reconocerlo, sentían arder sus corazones con sólo escucharlo (Lc
24,32). El ex endemoniado quiere permanecer con Él (Mc 5, 1-20). Los niños lo
rodean (Mt 21, 15; 14,21). Los discípulos no disimulan el cariño que Él les
inspira (Jn 13, 36-38; 16, 5-6). Las multitudes afirman que nadie habla como
Él. Han oído maravillas ( Mt 7,28-29).
Los guardias, enviados para presarlo,
vuelven y dicen que Él es singular, que habla muy bien y se olvidan de
prenderlo (Jn 7,37-47). El ciego de nacimiento se convierte en su elocuente
defensor y no teme ser castigado (Jn 9, 24-41).
Había algo inexplicable en Él.
Cautivaba, pero también despertaba rencores
(Jn 20,19; 9,22; 10,20; 11, 47-53). Los que buscaban la verdad se conmovían con
él. Los que buscaban camaradería política, terminaban odiándolo y queriéndolo
destruir porque tenía una tremenda fuerza de persuasión (Lc 19, 28-48)
Este Jesús que no permite términos medios, a no
ser a quienes no lo conocen, puede apasionarnos a mí y a ti. Depende de cómo
nos acerquemos a Él…
Jesús no está sujeto a ningún modelo. Quiere ser
amado sin esquemas ni métodos. Quiere ser amado a pesar de ellos. Quiere que lo
amemos como somos y con la valentía de cambiar por amor a Él, y sólo por amor a
Él.
(P. Zezinho, scj)
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