Ez 17,22-24: Ensalzo los árboles humildes
Salmo Responsorial 91: Es bueno darte gracias,
Señor
2 Cor 5,6-10: En destierro o en patria nos
esforzamos en agradar al Señor
Mc 4,26-34: La semilla más pequeña se hace más
alta que las demás hortalizas
¿Qué es una parábola? ¿Cuál es su fín? ¿Dónde
está su significado preciso? La parábola es una semejanza inspirada en los
acontecimientos cotidianos conocidos para mostrarnos la relación con algo
desconocido. Las parábolas son metáforas o episodios de la vida, que ilustran
verdades morales o espirituales. Jesús ha usado con frecuencia este género
literario para explicar el misterio del Reino de Dios y de su Persona. Son
discursos cifrados que deben ser aclarados desde la fe.
El fin primario de las parábolas usadas por
Jesús es estimular el pensamiento, provocar la reflexión y conducir a la
escucha y a la conversión. Para poder comprender las parábolas es
imprescindible la fe en quien la escucha; solamente de este modo puede
descubrirse el misterio del Reino de Dios, que es enigma indescifrable para los
que no aceptan el evangelio.
La gran virtud de las parábolas es la de
superar los obstáculos más obvios e inmediatos del entendimiento. Una parábola
es un arco que se eleva por el aire y cae justo en su objetivo, evadiendo los
obstáculos,
enfocándose a su meta. Las parábolas de Jesús tienen un efecto
similar. Frente a las interpretaciones oscuras y cargadas de sanciones con las
que los maestros de la ley solían responder a sus interlocutores, las palabras
de Jesús se imponen con una claridad demoledora. Frente a las intrincadas y sofisticadas
interpretaciones de los maestros griegos, las enseñanzas de Jesús se presentan
con una evidencia incontrovertible. Las palabras de Jesús hablan de la vida
cotidiana: el campesino que salva su cosecha; de la persona que al cocinar
administra con tino y prudencia la sal. Las palabras del profeta Ezequiel nos
hablan del cedro, un árbol excepcional por su longevidad y por la calidad de su
madera. Pablo nos hablará del cuerpo, como un domicilio provisional, y sin
embargo imprescindible, para alcanzar una residencia permanente en un cuerpo
resucitado.
El profeta Ezequiel compara la acción de Dios
con la de un campesino que reforesta las cumbres áridas con cedros que se
caracterizan por su tamaño excepcional, por la duración de su madera y por su
singular belleza. El nuevo Israel será un rebrote joven plantado en lo alto de
los montes de Judá; atrás quedaría la soberbia de la monarquía y todos los
peligros de su desmesurada avidez de poder. El profeta tiene la esperanza de
que su pueblo renazca luego del exilio y su estirpe perdure como lo hacen los
cedros que pueden llegar a durar dos mil años.
Las parábolas de Jesús, en cambio, no hablan
desde la perspectiva de los árboles grandes, sino de los arbustos que pueden
crecer en nuestros jardines sin derribar la casa ni secar las otras hortalizas.
La primera parábola habla de la fuerza interna de la semilla, que opera
prácticamente sin que el campesino se percate. Si la semilla encuentra las
condiciones favorables, florecerá. La labor del campesino se limita a preparar
el terreno para que ofrezca esas condiciones que hacen posible el cultivo; a
los cuidados indispensables para que la semilla germine y se fortalezca, y a la
acción oportuna para cosechar los frutos. De manera semejante opera la acción
del cristiano, favoreciendo la implantación de la semilla del Reino.
La parábola de la semilla que germina
silenciosamente presenta el contraste entre el comienzo humilde y el
crecimiento extraordinario. El sembrador no está inactivo, sino que espera día
y noche hasta que llegue la cosecha cuando el grano esté a punto para meter la
hoz. El sembrador representa a Dios que ha derramado abundantemente la semilla
sobre la tierra por medio de Jesús, "sembrador de la Palabra". A
pesar de las apariencias contrarias, el crecimiento es graduado y constante:
primero el tallo, luego la espiga, después el grano. Un día llegará el tiempo
de la cosecha, es decir, el cumplimiento final del Reino de Dios, que ha tenido
sus muchas y diversas etapas antecedentes.
La segunda parábola del grano de mostaza, la
semilla más pequeña, responde a los que tienen dudas sobre la misión de Cristo
o su esperanza frustrada. Los comienzos insignificantes pueden tener un
resultado final de proporciones grandiosas. Ya san Ambrosio dijo que Jesús,
muerto y resucitado, es como el grano de mostaza. Su reino está destinado a
abarcar a la humanidad entera, sin que esto signifique triunfalismo eclesial.
Las dos parábolas de este domingo son un himno
a la paciencia evangélica, a la esperanza serena y confiada. El fundamento de
la esperanza cristiana, virtud activa, es que Dios cumple sus promesas y no
abandona su proyecto de salvación. Incluso cuando parece que calla y está
ausente, Dios actúa y se hace presente, siempre de una manera misteriosa, como
le es propio. Aunque el hombre siembre muchas veces entre lágrimas, cosechará
entre cantares.
La homilía podría orientarse también muy
justificadamente, más que por esa línea bíblica, por la línea teológica: el
tema del Reino, que es el protagonista de las parábolas de Jesús del evangelio
de hoy. En realidad sabemos que el tema del Reino fue la pasión, la manía, el
estribillo, la obsesión de Jesús. Por que fue también «Su Causa», la Causa por
la que vivió y luchó, la causa por la que fe perseguido, capturado, condenado y
ejecutado. Para comprender a Jesús nada hay más importante que tratar de
comprender el Reino y la relación de Jesús con él.
Para la
revisión de vida
¿Da mi vida frutos por la semilla de la
Palabra de Dios plantada en mi vida?
¿Es un árbol frondoso o un árbol raquítico?
¿Soy, como Jesús, un/una fanático/a de la
Causa del Reino?
(Fuente: lecturadeldia )
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