Dt 4,1-2.6-8: No
añadan nada a lo que les mando
Salmo responsorial 14:
Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
Sant
1,17-18.21b-22.27: ¡Lleven la palabra a la práctica!
Mc 7,1-8.14-15.21-23:
Anulan el mandato de Dios para aferrarse a la tradición
Es antigua la tentación de considerar que lo esencial de una
religión está en el cumplimiento de ciertas formalidades rituales, y no en la
asunción de sus principios vitales. También esta tentación acompañó al «pueblo
de Dios» de Israel -como a muchos otros «Pueblos de Dios»-, desde tiempos
inmemoriales. Hoy, si alguna persona se atreve a cuestionar, aunque sea
indirectamente, ciertos lastres históricos y a proponer alternativas coherentes
con el evangelio, en poco tiempo es tachada de «desviarse de la auténtica
doctrina». Sin embargo, como nos recuerda el Salmo, no son los muchos
ornamentos ni el boato de las celebraciones lo que nos eleva a Dios, sino la
justicia, la honestidad, la recta intención y el respeto. Anunciar la justicia
y vivirla en el día a día constituye la exigencia fundamental de las Escrituras
judeocristianas –y en esto coinciden con tantas
otras Escrituras-. Los
rituales, las prescripciones, las ceremonias... nos pueden ayudar a continuar
por el camino de Dios, pero no pueden sustituirlo. Por esta razón, la
exhortación que Moisés dirige a su pueblo se centra en la necesidad que tiene
el pueblo de Dios de hacer una clara opción por el Dios de la libertad y por la
justicia que los ha sacado de Egipto. De lo contrario, el sueño de la «tierra
prometida» se puede convertir en una cruel pesadilla.
Los primeros cristianos experimentaron en carne propia la
amenaza del formalismo y el ritualismo. Después de un tiempo de dedicación y
fervor por la misión, los ánimos comenzaron a ceder y la comunidad se vio
rápidamente atraída por las relaciones puramente funcionales y formales. De
este modo se perdía la fraternidad que les daba identidad y coherencia.
La carta de Santiago nos pone en guardia contra una religión
que no encarne los valores del Evangelio. La palabra escuchada en la Sagrada
Escritura debe ser discernida según el Espíritu para vivirla dócilmente en la
vida cotidiana. El cristianismo no es una formalidad social que cumplir, ni un
ritual más en las prácticas piadosas de una cultura. El cristianismo se
manifiesta como una opción vital que requiere del compromiso íntegro de la
persona. La comunidad de creyentes es el espacio ideal para que la persona
realice su opción y viva, en compañía de otros hermanos y hermanas, el llamado
de Jesús.
Aunque el libro del Deuteronomio -que Jesús sigue muy de
cerca- propone como religión una serie de principios éticos orientados a crear
lazos de solidaridad, equidad y justicia; sin embargo, el judaísmo del primer
siglo estaba más inclinado a valorar las formalidades. Lavarse o no lavarse la
manos antes de ingerir alimentos había pasado de ser una norma elemental de
higiene a convertirse en una norma que decidía quién era religioso y quién era
un pecador. La tentación de canonizar los objetos, los rituales, los espacios y
el tiempo le pueden hacer olvidar a la persona piadosa que la esencia de su
relación con Dios no está en los protocolos culturales, sino en el respeto, la
compasión y la misericordia.
Jesús nos invita a redescubrir la esencia del cristianismo
en nuestra opción por construir la Utopía de Dios -lo que él llamaba «Malkuta
Yavé», Reino de Dios- y por vivir de acuerdo con los principios del evangelio.
Todas nuestras normas y protocolos están al servicio de una auténtica vivencia
de sus enseñanzas. Nosotros no debemos renunciar a una vida auténtica y
creativa para seguirlo a él. Todo lo contrario. Debemos recrear aquí ya ahora
toda la novedad de su profecía y toda la radicalidad de su amor incondicional
por los excluidos.
Conectado con todo este tema está aquel otro de «la letra y
el espíritu»: la letra es el detalle de lo mandado, la prescripción, el rito,
la acción concreta... El espíritu es el sentido con el que ha sido concebida
aquella práctica concreta, y la vivencia con la que debe ser vivida. Por eso se
dice que la letra (se entiende: la sola letra, o la letra sin espíritu) mata,
mientras que el espíritu vivifica. La letra es medio, mientras que el espíritu
es un fin. Éste puede darse aun sin aquélla, al margen o incluso «en contra» de
ella: en efecto hay veces que, en circunstancias muy especiales, el espíritu de
una ley o de una práctica ritual puede exigir hacer en aquella situación,
«precisamente lo contrario» de lo que la letra prescribe. Esa flexibilidad, esa
«libertad de espíritu» se exige a los cristianos, como a todo ser humano adulto
y maduro.
La actualización de estos textos puede hacerse perfectamente
siguiendo la exhortación de Santiago: ¡"Llevad la Palabra a la
práctica"!. La Palabra es un don perfecto que "viene de arriba, del
Padre de los Astros"; es, en definitiva, el mismo Jesucristo.
Fácilmente, siguiendo las recriminaciones de Jesús, se puede
actualizar el evangelio aplicándolo a los convencionalismos, a las prácticas
religiosas y legales sin fidelidad interior. Habrá que tener en cuenta, sin
embargo, que Jesús habla de "las tradiciones de los hombres" en
contraposición con el mandamiento de Dios, para no ofrecer la sospecha de que
la participación sacramental -la misa del domingo por ejemplo- es un convencionalismo
entre otros.
Una actualización más válida es destacar, en el contexto
cultural y religioso de nuestra sociedad, el valor absoluto del mandamiento de
Dios por encima de cualquier documento legal de la sociedad, incluso los de más
alto nivel. Por mucha mayoría que haya obtenido una ley, no por eso se
convierte en mandamiento de Dios. La explicación que se debe hacer es la
necesidad, para el creyente, de entender el carácter personal y relacional de
la vida moral, más allá de un planteamiento ético limitado sólo a algunos
valores. Sin duda que estos valores podrán coincidir con valores evangélicos, y
participar, por eso, del valor de los mandatos de Dios. Pero el cristiano debe
tener presente que el mandamiento de Dios es siempre prioritario frente a las
tradiciones y leyes de los hombres. Esto pide, ¡está claro! conocer bien el
mandamiento de Dios...
Sobre todo la actualización debería ayudar a percibir el
gozo y la libertad que vienen, para nosotros, de tener "plantada" la
Palabra, que "es capaz de salvarnos". Es así: la siembra se hace cada
domingo en el corazón del hombre, que es donde necesita arraigar la Palabra.
Para la revisión de
vida
Cuando Jesús denuncia las actitudes de sus contemporáneos
fariseos, está denunciando una tentación permanente en la historia de las
relaciones de las personas con Dios, que me afecta también a mí mismo. ¿Qué
actitudes farisaicas detecto en mi vida, en mis relaciones con los demás y,
sobre todo, en mis relaciones con Dios? ¿De verdad engañan mi conciencia esas
actitudes mías? ¿Me engaño a mi mismo, pensando que puedo engañar a Dios?
(Fuente: lecturadeldia.org)
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