Debemos dejarnos embestir en plena cara por aquella pregunta
respetuosa, pero directa de Jesús: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy
yo?", y por aquella aún más personal: "¿Crees?" ¿Crees de
verdad? ¿Crees con todo tu corazón? San Pablo dice que "con el corazón se
cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la
salvación" (Rom. 10,10). En el pasado, la profesión de la fe verdadera, es
decir, el segundo momento de este proceso, ha tomado a veces tanta relevancia
que ha dejado en las sombras aquel primer momento que es el más importante, y que
tiene lugar en las profundidades más recónditas del corazón. "Es de la
raíz del corazón que crece la fe", exclama San Agustín.
Se necesita derribar en nosotros los creyentes, y en
nosotros, hombres de la Iglesia, la falsa persuasión de que ya se cree, de
estar a punto en lo que se refiere a la fe. Necesitamos hacer nacer la duda
--no se entiende sobre Jesús, sino sobre nosotros--, para entrar luego a la
búsqueda de una fe más auténtica. ¡Quién sabe si no sería bueno, por un poco de
tiempo, no querer demostrar nada a nadie, sino interiorizar la fe, redescubrir
sus raíces en el corazón!
Jesús preguntó a Pedro tres veces: "¿Me amas? ".
Sabía que la primera y la segunda vez, la respuesta llegó demasiado rápido como
para ser verdadera. Por último, a la tercera vez, Pedro entendió. También la
pregunta sobre la fe nos debe llegar así; por tres veces, con insistencia,
hasta que nos demos cuenta y entremos en la verdad: "¿Tú crees?, ¿Tú
crees? ¿Crees realmente? ". Tal vez al final responderemos: "No,
Señor, yo realmente no creo con todo el corazón y con toda tu alma. ¡Aumenta mi
fe!".
(Fuente:"San Atanasio y la fe en la divinidad de Cristo-Raniero Cantalamessa)
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