Para que la celebración de la Jornada
Misionera Mundial sea ocasión de un renovado
empeño misionero
Para que la
celebración de la Jornada Misionera Mundial sea ocasión de un renovado empeño misionero.Este
mes se nos recuerda que proclamar el Evangelio es la tarea principal y la
identidad misma de la Iglesia. A cada uno de los cristianos se nos pide que
renovemos nuestro compromiso por la evangelización.
Como persona
laica en los Estados Unidos, me he dado cuenta que en algunos círculos los
católicos no quieren hablar de la evangelización – mucho menos comprometerse en
ella. Parece que muchos católicos se sienten avergonzados del deber cristiano
de proclamar el Evangelio a todos los pueblos. Parece que prefieren una Iglesia
que se interese sólo de sus propios asuntos y no
se imponga a los demás.
Después de todo, ¿quiénes somos nosotros, para decir a los demás que Jesucristo
es el Salvador del mundo, que murió y resucitó de nuevo para liberar a todos
del pecado y de la muerte? Esas son afirmaciones un poco altaneras. ¿Quién
quiere comenzar una discusión? Aun peor, ¿Quién quiere parecer como un tonto?
Si me siento
así respecto a la evangelización, quizá es hora de re-examinar mi propia fe
como católico. Tal vez fui bautizado en Cristo como un niño, pero ¿alguna vez
he realmente considerado el Bautismo como algo mío, propio? Tal vez creo en
Jesús pero ¿me he encontrado con Él? ¿Lo conozco en la Palabra, lo conozco en
la Eucaristía, lo conozco en la oración, lo conozco en mi vida cotidiana?
¿estoy convencido que sin Jesús me sentiría miserable? ¿Creo que con Jesús lo
tengo todo? Jesús ha prometido estar con nosotros siempre: ¿Siento que él está
caminando conmigo estos días?
En una
alocución a las Sociedades Misioneras Pontificias, el Papa Benedicto dijo que
“una condición fundamental para la proclamación es dejarse tomar completamente
por Cristo, la Palabra de Dios encarnada, porque sólo aquellos que escuchan
atentamente al Verbo Encarnado, que están íntimamente unidos con Él, pueden
llegar a ser sus heraldos”. Si no es así, dice el Santo Padre, nuestros esfuerzos
en evangelizar son meramente “un proyecto humano, social, que esconde o deja
fuera la dimensión trascendente de la salvación ofrecida por Dios en Cristo”.
La
Evangelización se ha convertido en una actividad cada vez más compleja en el
mundo moderno. Pero su complejidad no debe desalentarnos. Si verdaderamente nos
hemos dejado agarrar por Cristo, proclamaremos el Evangelio de manera auténtica
en todo lo que hagamos. Para comenzar, nos sentiremos motivados por el amor de
Cristo por todos los hombres y mujeres, sean pecadores o santos, creyentes o
enemigos de la iglesia. Rezaremos para que todos puedan encontrar la paz de
Cristo, especialmente las personas con quienes nos encontramos durante el día.
En vez de buscar la riqueza y el poder, viviremos en solidaridad con las
víctimas del mundo, con aquellos que tienen hambre y sed, con los que soportan
la pobreza, la violencia y la injusticia, como lo hizo Jesús. Nos
involucraremos y haremos lo que podamos para aliviar su sufrimiento. Y porque
queremos hacer algo más daremos nuestro dinero para apoyar a las personas que
llevan a cabo el trabajo de Cristo en nuestra vecindad y en el mundo. Y, por
último, no tendremos miedo de que los demás sepan quiénes somos, lo que creemos
y por qué vivimos de esta manera.
En su primera
carta, San Pedro parece que habla directamente a aquellos de nosotros que somos
tímidos: “Y, ¿quién os hará mal si os afanáis por el bien? Mas, aunque
sufrierais a causa de la justicia, dichosos vosotros. No les tengáis ningún
miedo ni os turbéis. Al contrario, dad culto al Señor Jesucristo en vuestros
corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de
vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto. Mantened una buena
conciencia” (I Pedro 3:13-16a).
Douglas Leonard, Director Administrativo
Oficina del Apostolado de la Oración –
Estados Unidos
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