Cuando alguien se enamora y se
siente cautivado por otra persona, necesita hablar de ella. Por más que trate
de contenerlo, su nombre le viene a los labios, disfruta contando cosas del ser
amado y le brillan los ojos cuando dice su nombre. NO puede ocultar que esta
enamorado.
Pero se vuelve más incontenible
todavía cuando se siente correspondido, cuando tiene la seguridad de que la
otra persona también lo ama. Entonces el corazón estalla de alegría y de
ternura, y no puede dejar de contárselo a los demás.
Si nos hemos dejado cautivar por
alguien tan bello como Jesucristo, entonces nos sucede lo mismo. ¿Cómo evitar
hablar de Él? ¿Cómo no desear que lo conozcan, que lo quieran, que lo
descubran?
Si no te sucede algo así, ¿Qué amor es ese, que no siente la necesidad
de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer?
Si uno de verdad ha hecho una
experiencia de ese amor, no necesita esperar mucho tiempo para salir a
anunciarlo, no puede esperar que le den cursos o largas instrucciones.
Inmediatamente desea hablar de lo que ha encontrado y quiere comunicarlo a los
demás. Los primeros discípulos, después de encontrarse con la mirada de Jesús,
salían a gritarlo: “¡Hemos encontrado al Mesías!
(Fuente:
“Quince motivaciones para ser
misioneros” Victor M. Fernández)
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