Salmo responsorial
127: Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida
Heb 2,9-11: El
que consagra y los consagrados tienen todos un mismo origen
Mc 10,2-16: Lo
que Dios ha unido, que no lo separe el hombre
En la primera lectura nos encontramos con el segundo relato
de la creación, que está centrado en la creación del hombre y de la mujer,
ambos formados de tierra y aliento divino. Los dos son hechura de Dios, y por
lo tanto deberían ser iguales, a pesar de su diversidad. La relación perfecta
entre los dos no está garantizada ni escrita en su sangre: es una conquista de
la libertad que ellos deben construir. Un proyecto de unidad que compromete la
responsabilidad de cada uno.
El autor de la carta a los hebreos nos dice que la pasión y
la muerte de Jesús no son fines en sí
mismos, sino solamente un camino hacia la resurrección y la salvación plena. Los cristianos no nos podemos quedar contemplando al crucificado del viernes santo, construyendo nuestra vida desde el dolor, el sufrimiento y la muerte. La misma epístola nos dice que el propio Jesús “en los días de su vida mortal presentó, con gritos y lágrimas, oraciones y súplicas, al que lo podía salvar de la muerte”. Esto quiere decir que él mismo luchó por encontrar una alternativa que no estaba sujeta a su voluntad sino a hacer la voluntad del Padre. Estamos en hora de superar todo tipo de devoción que se queda en la contemplación de los sufrimientos y dolores de Jesús y construir nuestra vida cristiana desde la esperanza que nos ofrece la resurrección.
mismos, sino solamente un camino hacia la resurrección y la salvación plena. Los cristianos no nos podemos quedar contemplando al crucificado del viernes santo, construyendo nuestra vida desde el dolor, el sufrimiento y la muerte. La misma epístola nos dice que el propio Jesús “en los días de su vida mortal presentó, con gritos y lágrimas, oraciones y súplicas, al que lo podía salvar de la muerte”. Esto quiere decir que él mismo luchó por encontrar una alternativa que no estaba sujeta a su voluntad sino a hacer la voluntad del Padre. Estamos en hora de superar todo tipo de devoción que se queda en la contemplación de los sufrimientos y dolores de Jesús y construir nuestra vida cristiana desde la esperanza que nos ofrece la resurrección.
En el evangelio, los fariseos ponen a prueba a Jesús
preguntándole qué pensaba sobre el divorcio y si era lícito repudiar a una
mujer. La respuesta de Jesús es significativa cuando caemos en cuenta de que,
tanto en el judaísmo como en el mundo greco-romano, el repudio era algo muy
corriente y estaba regulado por la ley. Si Jesús respondía que no era lícito,
estaba contra la ley de Moisés. Por eso les devuelve la pregunta y les dice que
la ley de Moisés es provisional y que ahora se han inaugurado los tiempos de la
plenitud en los que la vida se construye desde un orden social nuevo, en el que
el hombre y la mujer forman parte de la armonía y el equilibrio de la creación.
La novedad de esta afirmación de Jesús saltaba a la vista; en su interpretación
desautorizaba no sólo las opiniones de los maestros de la ley que pensaban que
a una mujer se le podía repudiar incluso por una cosa tan insignificante como
dejar quemar la comida, sino incluso, relativizaba la misma motivación de la
ley de Moisés. Además tiraba por tierra las pretensiones de superioridad de los
fariseos, que despreciaban a la mujer, como despreciaban a los niños, a los
pobres, a los enfermos, al pueblo. Nuevamente, al defender a la mujer, Jesús se
ponía de parte de los rechazados, los marginados, los ‘sin derechos’.
Pero como los discípulos en esto compartían las mismas ideas
de los fariseos, no entendieron y, ya en casa, le preguntaron sobre lo que
acababa de afirmar. Jesús no explicó mucho más, simplemente les amplió las
consecuencias de aquello: “Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete
adulterio contra la primera; y lo mismo la mujer: si repudia a su marido y se
casa con otro, comete adulterio”.
El segundo episodio de nuestro evangelio nos presenta un
altercado de Jesús con sus discípulos porque ellos no permiten que los niños se
acerquen a Jesús para que él los bendiga. Los discípulos pensaban que un
verdadero maestro no se debía entretener con niños porque perdía autoridad y
credibilidad.
Decididamente algo no era claro en ellos. No acababan de asimilar
las actitudes de Jesús ni los criterios del Reino. Y Jesús se enojó con ellos;
su paciencia también tenía límites y si algo no toleraba era el desprecio hacia
los marginados. Y les dijo con mucha energía: dejen que los niños se me
acerquen. ¿Con qué derecho se lo impiden, cuando el Padre ha decidido que su
Reinado sea precisamente en favor de ellos? ¿No entienden todavía que en el
Reino de Dios las cosas se entienden totalmente al contrario que en el mundo?
Los niños que no pueden reclamar méritos, carecen de
privilegios y no tienen poder, son ejemplo para los discípulos, porque están
desprovistos de cualquier ambición o pretensión egoísta y por eso pueden acoger
el Reino de Dios como un don gratuito. De los que son como ellos es el Reino de
Dios, dice Jesús.
Es necesario que nuestra experiencia cristiana sea
verdaderamente una realidad de acogida y de amor para todos aquellos que son
excluidos por los sistemas injustos e inhumanos que imperan en el mundo.
Nuestra tarea fundamental es incluir a todos aquellos que la sociedad ha
desechado porque no se ajustan al modelo de ser humano que se han propuesto. Si
nos reconocemos como verdaderos seguidores de Jesús, es necesario comenzar a
trabajar por la humanidad que a los débiles de este mundo se les ha arrebatado.
Para la revisión de
vida
¿Cuál es mi posición respecto al matrimonio católico? ¿Qué
pienso sobre las parejas separadas y vueltas a casar? ¿Hay recelos contra
ellas? ¿Considero justa la norma según la cual esas personas deben ser
excluidas de la comunión? Confronto mis posiciones y las disposiciones de la
iglesia católica con el evangelio de Jesús.
(Fuente:
lecturadeldia.org)
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