A partir de la
convicción serena y feliz de ser amados por Cristo, nosotros somos misioneros.
Hemos recibido un bien que no queremos no podemos guardar en la intimidad y,
por eso, “anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no
es una amenaza para el hombre” (DA, 30)
Si amamos a
Jesús y nos sentimos amados por él, evangelizar nos llena de profunda alegría
que se comunica: “La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar
egoísta, sino una certeza que brota de la
fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios” (DA, 29)
fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios” (DA, 29)
Al mismo
tiempo, vivimos interiormente cierto dolor cuando Jesús no es amado, no es
valorado, no es esuchado, no es aceptado, porque lo amamos. Cuentan que
Francisco de Asís solía lamentarse por las calles: “¡El Amor no es amado!”.
(Fuente: “Quince motivaciones para ser misioneros”
Victor M. Fernández)
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