1 Re 17,10-16: La
viuda hizo un panecillo y lo llevó a Elías
Salmo responsorial
145: Alaba, alma mía, al Señor
Heb 9,24-28:
Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos
Mc 12,38-44: Esa
pobre viuda ha echado más que nadie
La primera lectura tomada de 1Re nos presenta el caso de una
viuda que comparte lo poco y único que tiene con el profeta Elías. El pasaje
está ambientado en una sequía que el mismo profeta había pedido a Yavé para
Israel. Ante una situación tan extrema, todo el mundo evita gastar lo poco que
tiene como una forma de mantenerse aferrado a la vida. Eso es lo que ha hecho
esta viuda. Sin embargo se ve «obligada» por el profeta a compartir con él
aquello que solamente le proporcionará unas horas más de vida. Este gesto de la
viuda tiene un final feliz: no faltó harina en la tinaja ni aceite en la jarra.
Significa esto que cuando se comparte con generosidad lo poco que se tiene,
parece que se multiplicara, y esa es una de las características principales del
pobre. Donde más disponibilidad hay para compartir, donde más desprendimiento
uno encuentra es entre los pobres; con toda razón se puede decir que los pobres
nos evangelizan. Con razón están ellos en primer lugar en el corazón de Dios,
no sólo porque es Él lo único que a ellos les queda, sino porque entre ellos,
los signos de la presencia de Dios son más visibles; son ellos por medio de los
cuales Dios se hace ver con mayor claridad en el mundo; ellos son el sacramento
de Dios en el mundo y el testimonio permanente de cuán lejos estamos del
proyecto de solidaridad y de la igualdad querido por Dios.
Nos encontramos en el reino del Norte, el país está pasando
por una de las etapas más difíciles de su historia: la dinastía de Omrí ha ido
dejando el país en la miseria; el último de los monarcas de esa monarquía,
Ahab, gobierna veintidós años (nunca un largo gobierno es benéfico para ninguna
institución, termina por arruinarla), y también él ha hecho su aporte al
desastre nacional: se casó con una extranjera: Jezabel, hija de Et-Baal, rey de
Sidón, y acabó por adorar y rendir culto a Baal (1Re 16,29-31). Es fácil
entonces imaginar el ambiente del reino en todas sus ámbitos: político,
económico, social y religioso. El autor bíblico lo simboliza en una sequía que
el profeta hace venir sobre Israel. En esa situación de extrema urgencia, el
profeta hará ver que sólo Yavé es la salvación para el pueblo, y que esa
salvación de la que está urgido el pueblo Dios la realizará con y desde los
desheredados, con los pobres. En el Segundo Testamento vamos a encontrar esta
misma realidad: Dios actuado en medio de los pobres, y con los pobres llama a
la construcción de un orden de cosas distinto en donde los pobres parece que
fueran los únicos capaces de aportar.
El evangelio de hoy nos presenta dos perícopas: la primera,
todavía en conexión con la del domingo anterior sobre la declaración del
mandamiento más importante o, mejor, los dos mandamientos más importantes.
Jesús previene a sus discípulos para que no repitan el modo de ser de los
escribas que se las dan de mucho cuando en su interior no existe ni amor a Dios
ni al prójimo, sólo amor a sí mismos.
La segunda perícopa está más en consonancia con la primera
lectura del primer libro de los Reyes. El dar implica renuncia, desprenderse no
de lo que abunda y sobra, sino desde la misma escasez.
A Jesús, que observa como los fieles van pasando a depositar
su ofrenda para el tesoro del templo, no lo ha impresionado como al común de
los observadores, la cantidad que cada rico ha depositado en el cofre de las
ofrendas; sus criterios y parámetros de juicio son completamente diferentes a
los criterios mercantilistas y economicistas que se basan en la cantidad, en el
binomio inversión ganancia (costo beneficio se diría hoy).
A partir de esta imagen Jesús instruye a sus discípulos y en
definitiva alecciona hoy a las iglesias. Esa viuda que a duras penas sobrevive,
objeto de la caridad y del recibir, se mete a pesar de todo en la fila para
dar, no desde lo que le sobra, y sin intención alguna de aparentar, todo lo
contrario lo haría con cierto disimulo para que nadie viera la «cantidad» que
depositó. Aún si pensáramos que ella también deposita lo que tiene con el fin
de ser retribuida, y lo más seguro es que así fue porque ya la falsa religión
había alienado su conciencia, aún admitiendo eso, no deja ser un caso
aleccionador que Jesús no deja pasar por alto. Mientras los demás teniendo ya
suficiente para vivir desean tener mucho más, para lo cual realizan la
inversión que sea, esta mujer echa lo único que tiene y seguro lo ha hecho con
amor, con toda seguridad no se atreve a pedirle a Dios le multiplique esa
mínima cantidad, tal vez su único «interés» es que Dios no le falte con aquello
con lo cual sobrevive.
Desde la óptica de Jesús, esta pobre viuda, representación
de lo más pobre entre los pobres, salió del templo justificada; fue quien
recibió un mayor don a cambio de su desprendimiento: la gracia divina, mas
desde la óptica de un donante rico, esta mujer tendría muy poca, casi ninguna
recompensa.
El reino que Jesús proclama no puede regirse por los mismos
criterios de personas como los dirigentes de Israel; el reino se construye
desde los criterios de la calidad y disponibilidad para aportar desde una
genuina generosidad, desde las propias carencias, no desde lo superfluo.
Se necesita discernir continuamente nuestro comportamiento y
actitudes con aquellas personas que dan generosas ofrendas a nuestros centros
religiosos comparado con aquellos que ofrecen poco o definitivamente no tienen
nada qué ofrecer, ¿quiénes son los de mayor objeto de nuestra «consideración» y
aprecio? Seamos sinceros en esto y reconozcamos con humildad que las más de las
veces nos sentimos muy a gusto con aquellos que dan más, que tienen más y
mejores medios; y el evangelio... ¿dónde está?
La viuda del evangelio que hoy escuchamos simboliza aquella
porción del Israel empobrecido, que entró en la dinámica de Jesús, que está
dispuesto a dar, a darse, a entregarse con lo que tiene a la causa del reino
del Padre. Esos que dedican tiempo desinteresadamente en nuestras obras nos
evangelizan con su generosidad, y especialmente ellas que no escatiman nada
para que la obra del reino continúe su marcha, ¿captan esas personas nuestra
atención como aquella viuda a Jesús, y nos dejamos interpelar realmente por
ellas?
Para la revisión de
vida
En qué grado de estima tengo o tenemos en la comunidad o
grupo a las personas que según nosotros «no aportan mucho»? Nos hemos puesto a
pensar que tal vez esas personas son las que mayor aporte están haciendo para
la instauración del reino?
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