miércoles, 13 de febrero de 2013

REFLEXIÓN DEL MIÉRCOLES DE CENIZA


Estamos a las puertas del comienzo de uno de los tiempos litúrgicos más intensos del año, la Cuaresma, la preparación para el misterio pascual del Señor, su Pasión, Muerte y Resurrección. Nuestro corazón tiene que ir ya preparándose para que este tiempo le sea del mayor provecho posible. Para eso, vamos a ir pensando ya en el día con el que inauguraremos la Cuaresma: el Miércoles de Ceniza. Ese día, toda la liturgia dará un giro muy notable, y, si nos dejamos, nos trasladará a una esfera completamente distinta a la que hemos vivido en las últimas semanas. Veremos el templo vestido de morado, el color de la penitencia; desnudo de flores, en señal de austeridad; los cantos no irán acompañados de tantos instrumentos, queriendo señalar que la fiesta aún está por llegar, que ahora la estamos preparando.

La liturgia de ese día en concreto llama la atención porque introduce un signo que es único y exclusivo: la ceniza y su imposición sobre la frente de los fieles. La ceniza nos quiere recordar que no debemos poner las esperanzas de nuestra vida en las cosas que se van, porque “somos polvo y al polvo volveremos”. Todo lo contrario. Debemos, ¡necesitamos!, esperar en lo trascendente, lo que no pasa nunca, lo que de verdad llena el corazón, lo eterno: “conviértete y cree en el Evangelio”. Efectivamente es el Evangelio, la Palabra de Dios, Cristo vivo el único que puede
cambiar nuestra vida y darle plenitud. No sólo en la vida eterna, sino ya aquí, en la tierra, podemos empezar a vivir las maravillas que Dios nos ha prometido para el cielo.

Las cenizas, lejos de ser un gesto pesimista y desalentador, guardan en su interior la esperanza de la salvación. Un tesoro que sólo nos da Dios a través de la puesta en práctica de su Palabra, que es Palabra de Vida. Precisamente en este día, la liturgia nos ofrece referencias a un fragmento precioso de la Palabra de Dios, escrita por el profeta Ezequiel (los profetas son un verdadero torrente de sabiduría de Dios que habla directamente a nuestra vida, interpela a nuestra realidad de cada día y la confronta con su Voluntad; acudamos a estos libros para que iluminen nuestro compromiso de cristianos): Ez 33,11-20. Ofrecemos aquí un extracto de esta cita:

Diles: por mi vida, oráculo del Señor, que yo no me complazco en la muerte del malvado, sino en que se convierta y viva. Convertíos, convertíos de vuestra perversa conducta. ¿Por qué vais a morir, pueblo de Israel? Hijo de hombre, di a la gente de tu pueblo: si el justo peca, no lo salvará su buen comportamiento anterior; tampoco sufrirá el malvado por su maldad cuando se convierta. [...] Si yo digo al malvado: “¡Morirás!”, y él se convierte de sus pecados y actúa con rectitud y justicia, [...] vivirá ciertamente, no morirá. No se le recordará ninguno de los pecados que cometió. [...] La gente de tu pueblo dice: “No es justo el proceder del Señor”. ¡Su proceder es el que no es justo! Si el justo se aparta de su buen comportamiento y peca, morirá. Y si el malvado se convierte de su maldad y actúa con rectitud y justicia, vivirá. Insistís: “No es justo el proceder del Señor”. Pero yo os juzgaré a cada uno según vuestra conducta, pueblo de Israel.
 
Aquí el Señor nos habla muy claramente: de lo que depende nuestra vida y nuestra salvación es del ahora. ¡Ahora!, leyendo este texto en este momento (después, en lo que venga), cada uno tiene que ser el mejor cristiano que pueda ser, lo más bueno que pueda, lo más santo que pueda. Cada uno, en cada instante, que ponga todo el amor que pueda con sus cinco sentidos. Dios nos salva en el presente, y ni a Él ni a nadie le vale lo que pasó antes. De qué sirve que yo ayer fuera a Misa si hoy no trato con paciencia a mi compañero en el trabajo. De qué sirve que ayer aliviara una discusión con mi esposa si hoy que puedo no saco un rato para rezar. El Señor nos quiere santos a cada instante, porque a cada instante Él se nos está dando por completo en todo lo que nos rodea y, especialmente, en la Eucaristía. Hay que estar atento al Dios que se nos revela en el dolor y en el gozo. Él es el tesoro del que hablábamos al principio y que podemos disfrutar aquí y ahora en la tierra porque se nos está dando en el hermano y en el sacrificio de la alegría. En Él está la gloria que nos aguarda escondida en el presente, que es lo único vivo y real (el pasado ya no existe y el futuro no lo conocemos).

Ésta es la advertencia que nos hace la ceniza: todo pasa, el tiempo se va volando; tú escoge en cada momento la mejor opción que te lleva a vivir la eternidad ahora, el cielo en la tierra. No desaproveches la ocasión de hacer el bien y conviértete, que eso es lo que mira el Señor. Él te está queriendo ahora y te quiere siempre. Él perdona tus pecados, acude a su perdón sin miedo porque tu Dios no quiere que se pierda ninguno, y tú no vas a ser una excepción para Él. No tengas miedo del que quiere que vivas para siempre. Sé fiel porque Él te dice: “si el justo se aparta de su buen comportamiento y peca, morirá”. Pero no te desanimes y lucha con alegría y confiado en su misericordia porque también te recuerda: “si el malvado se convierte de su maldad y actúa con rectitud y justicia, vivirá”. Aprovecha la Cuaresma y conviértete. Vive para tu Dios, y vivirás eternamente.

(Fuente: Curro Cerezo Bueno-parroquiasandámaso.es)

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