Estamos a las puertas del comienzo de uno de los tiempos
litúrgicos más intensos del año, la Cuaresma, la preparación para el misterio
pascual del Señor, su Pasión, Muerte y Resurrección. Nuestro corazón tiene que
ir ya preparándose para que este tiempo le sea del mayor provecho posible. Para
eso, vamos a ir pensando ya en el día con el que inauguraremos la Cuaresma: el
Miércoles de Ceniza. Ese día, toda la liturgia dará un giro muy notable, y, si
nos dejamos, nos trasladará a una esfera completamente distinta a la que hemos
vivido en las últimas semanas. Veremos el templo vestido de morado, el color de
la penitencia; desnudo de flores, en señal de austeridad; los cantos no irán
acompañados de tantos instrumentos, queriendo señalar que la fiesta aún está
por llegar, que ahora la estamos preparando.
La liturgia de ese día en concreto llama la atención porque
introduce un signo que es único y exclusivo: la ceniza y su imposición sobre la
frente de los fieles. La ceniza nos quiere recordar que no debemos poner las
esperanzas de nuestra vida en las cosas que se van, porque “somos polvo y al
polvo volveremos”. Todo lo contrario. Debemos, ¡necesitamos!, esperar en lo
trascendente, lo que no pasa nunca, lo que de verdad llena el corazón, lo
eterno: “conviértete y cree en el Evangelio”. Efectivamente es el Evangelio, la
Palabra de Dios, Cristo vivo el único que puede
cambiar nuestra vida y darle
plenitud. No sólo en la vida eterna, sino ya aquí, en la tierra, podemos
empezar a vivir las maravillas que Dios nos ha prometido para el cielo.
Las cenizas, lejos de ser un gesto pesimista y desalentador,
guardan en su interior la esperanza de la salvación. Un tesoro que sólo nos da
Dios a través de la puesta en práctica de su Palabra, que es Palabra de Vida.
Precisamente en este día, la liturgia nos ofrece referencias a un fragmento
precioso de la Palabra de Dios, escrita por el profeta Ezequiel (los profetas
son un verdadero torrente de sabiduría de Dios que habla directamente a nuestra
vida, interpela a nuestra realidad de cada día y la confronta con su Voluntad;
acudamos a estos libros para que iluminen nuestro compromiso de cristianos): Ez
33,11-20. Ofrecemos aquí un extracto de esta cita:
Diles: por mi vida, oráculo del Señor, que yo no me
complazco en la muerte del malvado, sino en que se convierta y viva.
Convertíos, convertíos de vuestra perversa conducta. ¿Por qué vais a morir,
pueblo de Israel? Hijo de hombre, di a la gente de tu pueblo: si el justo peca,
no lo salvará su buen comportamiento anterior; tampoco sufrirá el malvado por
su maldad cuando se convierta. [...] Si yo digo al malvado: “¡Morirás!”, y él
se convierte de sus pecados y actúa con rectitud y justicia, [...] vivirá
ciertamente, no morirá. No se le recordará ninguno de los pecados que cometió.
[...] La gente de tu pueblo dice: “No es justo el proceder del Señor”. ¡Su
proceder es el que no es justo! Si el justo se aparta de su buen comportamiento
y peca, morirá. Y si el malvado se convierte de su maldad y actúa con rectitud
y justicia, vivirá. Insistís: “No es justo el proceder del Señor”. Pero yo os
juzgaré a cada uno según vuestra conducta, pueblo de Israel.
Aquí el Señor nos habla muy claramente: de lo que depende
nuestra vida y nuestra salvación es del ahora. ¡Ahora!, leyendo este texto en
este momento (después, en lo que venga), cada uno tiene que ser el mejor
cristiano que pueda ser, lo más bueno que pueda, lo más santo que pueda. Cada
uno, en cada instante, que ponga todo el amor que pueda con sus cinco sentidos.
Dios nos salva en el presente, y ni a Él ni a nadie le vale lo que pasó antes.
De qué sirve que yo ayer fuera a Misa si hoy no trato con paciencia a mi
compañero en el trabajo. De qué sirve que ayer aliviara una discusión con mi
esposa si hoy que puedo no saco un rato para rezar. El Señor nos quiere santos
a cada instante, porque a cada instante Él se nos está dando por completo en
todo lo que nos rodea y, especialmente, en la Eucaristía. Hay que estar atento
al Dios que se nos revela en el dolor y en el gozo. Él es el tesoro del que
hablábamos al principio y que podemos disfrutar aquí y ahora en la tierra porque
se nos está dando en el hermano y en el sacrificio de la alegría. En Él está la
gloria que nos aguarda escondida en el presente, que es lo único vivo y real
(el pasado ya no existe y el futuro no lo conocemos).
Ésta es la advertencia que nos hace la ceniza: todo pasa, el
tiempo se va volando; tú escoge en cada momento la mejor opción que te lleva a
vivir la eternidad ahora, el cielo en la tierra. No desaproveches la ocasión de
hacer el bien y conviértete, que eso es lo que mira el Señor. Él te está queriendo
ahora y te quiere siempre. Él perdona tus pecados, acude a su perdón sin miedo
porque tu Dios no quiere que se pierda ninguno, y tú no vas a ser una excepción
para Él. No tengas miedo del que quiere que vivas para siempre. Sé fiel porque
Él te dice: “si el justo se aparta de su buen comportamiento y peca, morirá”.
Pero no te desanimes y lucha con alegría y confiado en su misericordia porque
también te recuerda: “si el malvado se convierte de su maldad y actúa con
rectitud y justicia, vivirá”. Aprovecha la Cuaresma y conviértete. Vive para tu
Dios, y vivirás eternamente.
(Fuente: Curro Cerezo
Bueno-parroquiasandámaso.es)
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