¿Qué sería de nuestra vida si le quitamos el amor? ¿Qué
sería si no hubiera gente a la que querer, y sin la esperanza de ser amados?
¿Qué sería de nosotros si no pudiéramos llamarnos amigos, si no hubiera alguien
a quien echar de menos a veces? ¿Cómo mantenerse en pie, si no fuera por la
esperanza de un abrazo, de una palabra cálida, de un encuentro, una risa
compartida? Me quedaré sin la vida si renuncio al amor. Mejor amar, o buscarlo,
de mil maneras, con mil nombres… aunque no siempre sea fácil y aunque a veces
me rompa el corazón.
El amor está trenzado de nombres, de rostros, de historias.
No es solo la pasión romántica del «gran amor», esa historia única e
irrepetible que parece tan propia de novelas y canciones. Es un amor
aterrizado, concreto, que tiene tantas formas. Es amor de padre, de madre, de
hijo. Es amistad. Es compasión. Es la dedicación a aquellos que tenemos
encomendados. Es la invisible ligazón con cada ser humano, de la que a
veces ni
soy consciente. Esa capacidad de amar es tan vital como el agua cuando estoy
sediento. Como la sangre que fluye por mis venas. Si no tengo amor, no soy
nada. Pero si tengo amor, lo tengo todo.
¿Dónde hay, hoy, amor en mi vida?
A veces es bueno darme cuenta de que en el futuro, mañana,
el mes que viene, o algún día, seguiré conociendo personas que serán
importantes. Nombres que ahora ignoro, se volverán promesa, se volverán
susurro, se volverán roca sobre la que podré alzarme, sin miedo. Gentes que me
querrán, y con quienes podré sentirme en casa. Gentes a quienes querré, y con
ellos podré reir, o tal vez llorar. Compartiremos zozobras y entusiasmos,
confianza y compromiso. A la manera de Dios, que, si algo es, es amor.
(Fuente: pastoralsj.org)
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