viernes, 5 de julio de 2013

MARÍA MUJER INTRÉPIDA II PARTE

Virgen del miedo, por tanto. Pero no de la resignación. Porque nunca dejó ella caer sus brazos como señal que cedía, ni los alzó con gesto de rendición. Sólo una vez se rindió: cuando pronunció el  “SÍ” y se consideró prisionera del Señor.

Desde entonces reaccionó siempre con determinación increíble, yendo contracorriente y superando dificultades inauditas que hubieran paralizado las piernas del más audaz. De la incomodidad del parto en la clínica de un establo, hasta la expatriación forzosa para huir de la persecución de Herodes. Desde los días amargos de asilo político en Egipto, hasta el momento de conocer la profecía de Simeón cargada de presagios cruentos. Desde los sacrificios de una vida pobre en los treinta años de silencio, hasta la amargura del día en que cerró para siempre el taller del “carpintero” perfumado de pintura y de recuerdos. Desde las apreturas del corazón que le ocasionaban algunas noticias que circulaban en torno a su hijo, hasta el momento del Calvario, cuando desafiando la violencia de los soldados y las carcajadas de la plebe, se plantó intrépidamente al pie de la cruz.

Difícil prueba la suya. Señalada, igual que la del hijo moribundo, por el silencio de Dios. Una prueba sin escenografías y sin merma de sufrimiento, que explica aquella antífona que canta la liturgia del viernes santo: “¡Vosotros que pasáis por el camino, deteneos y ved si hay dolor como mi dolor!”.
Santa María, mujer intrépida, tú que en las tres horas de agonía al pie de la cruz absorviste como una
esponja las madres de la tierra, concédenos una  porción de tu fortaleza…

Santa María, mujer intrépida, tú que en el Calvario, aunque sin morir, conquistaste la palma del martirio, anímanos con ejemplo a no dejarnos derribar por la adversidad. Ayúdanos a llevar las alforjas de las tribulaciones cotidianas no con almas de desesperados, sino con la serenidad de quien sabe que le guarda  Dios en el cuenco de la mano. Y si se nos insinúa la tentación de terminar con todo porque no podemos más, acércate a nosotros. Siéntate sobre nuestras aceras desconsoladas. Repítenos palabras de esperanza.
Y entonces, confortados con tu aliento, te invocaremos con la oración más antigua escrita en tu honor: “Bajo tu protección buscamos refugio , santa Madre de Dios; no desprecies las súplicas de quienes pasan por esta prueba y líbranos de todos los peligros, Virgen gloriosa y bendita”.

Así sea.

(Fuente: “María, Señora de nuestros días” Antonio Bello)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

DEJANOS TU COMENTARIO

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...