Queridos hermanos y hermanas:
El 21 de noviembre, con ocasión de la memoria litúrgica de la Presentación
de María Santísima en el templo, celebraremos la Jornada pro orantibus,
dedicada al recuerdo de las comunidades religiosas de clausura. Es una ocasión
muy oportuna para dar gracias al Señor por el don de tantas personas que, en
los monasterios y en los eremitorios, se dedican totalmente a Dios en la
oración, en el silencio y en el ocultamiento.
Algunos se preguntan qué sentido y qué valor puede tener su presencia en
nuestro tiempo, en el que hay numerosas y urgentes situaciones de pobreza y de
necesidad que se deben afrontar. ¿Por qué "encerrarse" para siempre
entre las paredes de un monasterio y privar así a los demás de la contribución
de las propias capacidades y experiencias? ¿Qué eficacia puede tener su oración
para la solución de los numerosos problemas concretos que siguen afligiendo a
la humanidad?
Sin embargo, de hecho también hoy, suscitando con frecuencia la sorpresa de
amigos y conocidos, muchas personas abandonan carreras profesionales a menudo
prometedoras para abrazar la austera regla de un monasterio de clausura. Sólo
las impulsa a un paso tan comprometedor el haber comprendido, como enseña
el
Evangelio, que el reino de los cielos es "un tesoro" por el cual vale
de verdad la pena abandonarlo todo (cf. Mt 13, 44). En efecto, estos hermanos y
hermanas nuestros testimonian silenciosamente que en medio de los
acontecimientos diarios, a veces bastante turbulentos, el único apoyo que no
vacila jamás es Dios, roca inquebrantable de fidelidad y de amor.
"Todo se pasa, Dios no se muda", escribió la gran maestra
espiritual santa Teresa de Ávila en uno de sus célebres textos. Y ante la
necesidad generalizada que muchos sienten de salir de la rutina diaria de las
grandes aglomeraciones urbanas en busca de lugares propicios para el silencio y
la meditación, los monasterios de vida contemplativa se presentan como
"oasis" en los que el hombre, peregrino en la tierra, puede beber
mejor en las fuentes del Espíritu y saciarse a lo largo del camino.
Por tanto, estos lugares, aparentemente inútiles, son en realidad
indispensables, como los "pulmones" verdes de una ciudad: hacen bien
a todos, incluso a quienes no los frecuentan y tal vez ignoran su existencia.
Queridos hermanos y hermanas, demos gracias al Señor, que en su providencia
ha querido las comunidades de clausura, masculinas y femeninas. No les privemos
de nuestro apoyo espiritual y también material, para que puedan cumplir su
misión: mantener viva en la Iglesia la ardiente espera de la vuelta de Cristo.
Para ello, invoquemos la intercesión de María, a quien, en la memoria de su
Presentación en el templo, contemplaremos como Madre y Modelo de la Iglesia,
que reúne en sí ambas vocaciones: a la virginidad y al matrimonio, a la vida
contemplativa y a la activa.
Ángelus. 19 de noviembre de
2006.
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