La oración es como la vida misma. Es un camino que se hace
largo y ventoso; a veces se experimenta cercanía y otras mayor distancia. Y es
que la relación con Dios no consiste en un mero contacto con algo, sino ante todo
en el encuentro con Alguien.
Dos libertades que se comunican; dos ojos que miran y se
dejan mirar en la cotidianidad de nuestra simpleza. Esto incomoda al mismo
tiempo que nos salva. Y es que reconocemos en el corazón una profunda necesidad
de esta apertura. Pues no son las certezas inmutables las que nos movilizan,
sino los amores esperanzados, las búsquedas sinceras, los deseos abiertos.
Siempre se pierde y se gana; damos vueltas y volvemos a
buscar. Reímos, lloramos, sondeamos y, sobre todo, acogemos. Nuestro Dios es un
Dios de vivos. Su invitación, su voz, su redención va penetrando de a
poco las
capas de nuestras corazas egocéntricas. Eso a veces toma tiempo. Pero triunfa:
su luz es música que suena y rescata... Lo sabemos, lo creemos.
Como nos dice este canto: ayuda escuchar el corazón, pues
Dios habita en él. Habita en mi historia, en el corazón de los otros, en la
creación entera. Ayuda vivir en la verdad, sin atajos ni falsos heroísmos.
Buscar y hallar a Dios en todas las cosas, nos dice el Maestro Ignacio de
Loyola.
(Fuente: cantandonuestraesperanza.blogspot.com.ar)
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