Julio César Rioja, cmf
Queridos hermanos:
La parábola de los talentos nos habla de un hombre que dejó
a sus empleados encargados de sus bienes y a cada cual le dio según su
capacidad. Cada hombre tiene por tanto unas capacidades con las debe
desenvolverse en la vida, poniéndolas siempre a trabajar. Poco importa la
cantidad que recibió cada uno, sino el esfuerzo para aumentar esa cantidad. Es
verdad que todos los hombres no tienen las mismas capacidades y sobre todo
oportunidades, pero aquí no se nos quiere hablar de la desigualdad. Se habla de
que todo hombre por el hecho de ser hombre, nace con un caudal de vida y
cualidades que se deben desarrollar. Lo que nos dan los genes, la educación y
el medio ambiente, es sólo un punto de partida para crecer. La vida y la fe son
pues algo dinámico.
El tercer empleado recibió su talento y lo escondió bajo
tierra, esperando pasivamente a su señor. Además trata de justificar su
proceder: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y
recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra.
Aquí tienes lo tuyo”. Tiene miedo al
propietario, en realidad tiene miedo a
vivir, por eso fue tratado de: “negligente y holgazán”. El miedo a asumir las
propias responsabilidades, nos lleva a una forzosa resignación, a ocultar
nuestras capacidades y no poner en común nuestros talentos. Nos lleva como
diría Erich Fromm a tener: “miedo a la libertad” y este es un gran tema de hoy.
El Reino y la vida es riesgo, no dejarse llevar por la rutina, la comodidad, la
pereza o una actitud conservadora que no
quiere ningún tipo de problemas.
Los dos primeros no buscan su bienestar, no guardan para sí,
no se encierran en sí mismos, no calculan, sin buscar meritos trabajan para que
las capacidades que Dios les ha dado rindan para el Reino. Hasta tal punto es
cierto todo esto, que el propietario, al recibir las ganancias de los dos
empleados les dice que han: “sido fieles en lo poco”. Esto significa que han
hecho lo normal, lo que podían y debían hacer, que aquello no fue un acto de
heroísmo, arriesgaron para crecer como hombres que es simplemente lo que se
debe hacer: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”.
El evangelio de hoy nos obliga a revisar nuestra vida, la
privada, la social y la cristiana. Es mucho lo que hemos recibido, pero nuestro
cometido no es solamente recibir, es hacer crecer y fructificar lo recibido. Si
el Reino es lo único esencial, eliminemos el miedo y la fijación en conductas
anteriores para lanzarnos por los nuevos caminos que hoy corresponden al grado
de madurez del hombre, la Iglesia y la sociedad moderna. No es cierto que todo
lo antiguo sea malo, ni que hay que empezar de cero, Dios nos dio nuestras
capacidades desde el momento en que nacimos, pero tampoco es cierto que todo lo
antiguo o lo que ya tenemos es suficiente y hay que guardarlo. Es exigencia del
Reino duplicar su valor, con coraje, con dedicación y con responsabilidad
histórica, social y eclesial.
Dice el Papa Francisco en “La Alegría del Evangelio”: “Se
desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco convierte en momias de
museo. Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven
la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que
se apodera del corazón como el más preciado de los elixires del demonio.
Llamado a iluminar y a comunicar vida, finalmente se dejan cautivar por cosas
que sólo generan oscuridad y cansancio interior” (nº 83). Y muchos dicen: ¿para
qué esforzarse tanto si no sirve para nada?, no se pueden cambiar las cosas,
mejor quedarse como estamos, escondamos nuestras capacidades. Qué distinto, en
este día que en algunos lugares celebramos el Día de la Iglesia Diocesana, del
esfuerzo de muchos hermanos nuestros: laicos, religiosos, sacerdotes, obispos…
que han tomado con seriedad evangélica su responsabilidad de dar frutos para la
construcción del Reino. Ya sabemos que en él, toda semilla pequeña debe llegar
a ser un árbol gigantesco.
(Fuente: ciudadredonda.org)
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