Por José María Martín OSA
1.- Dios es comunidad de Amor. Como culminación de los
misterios de nuestra fe celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad. Sirve de
muy poco que intentemos explicar en términos filosóficos o matemáticos lo que
es un misterio que nunca vamos a comprender del todo. Reconociendo que vemos
estas cosas en espejo y en enigma, como dice San Agustín, "se nos presenta
en el Padre el origen, en el Hijo la natividad, en el Espíritu Santo del Padre
y el Hijo la comunidad, y en los tres la igualdad". Nuestra experiencia de
fe nos dice que Dios es Padre amoroso, que cuida de sus hijos y les protege,
porque es "auxilio y escudo" (Salmo); Dios está a nuestro lado,
dialoga con nosotros y nos ayuda, respeta nuestras diferencias, pero nos quiere
a todos por igual. Dios es Hijo, que nos ama hasta
el extremo de dar su vida
por nosotros, que quiere darnos a conocer que sólo es feliz aquél que es capaz
de darse al otro y de perdonar. Dios es Espíritu, que nos fortalece y nos da su
aliento para que sigamos caminando hacia su encuentro. Pero lo que más nos
importa es saber que Dios es Amor, amor entre personas. Dios es comunidad.
2- Buscar, comprender y amar. Es muy conocida la leyenda del
episodio de San Agustín en la playa: un niño trata de meter todo el agua del
mar en un pequeño pozo que está construyendo en la arena. El santo obispo de
Hipona contempla lo que está haciendo el niño y le dice que es imposible que
consiga su objetivo. Pero el niño le responde diciéndole que es más difícil
todavía desentrañar lo que estaba pensando. Al parecer, San Agustín estaba
meditando en el misterio de la Santísima Trinidad. Leyenda o realidad, lo
cierto es que, tras escribir un extenso tratado con el título "De Trinitate”
llegó a la conclusión de que lo importante no es sólo conocer, lo más
importante es amar ¿De qué sirve conocer algún bien si no lo amásemos?
Busquemos con todas nuestras fuerzas a Dios con la seguridad de que El sale
antes a nuestro encuentro. Quien busca, encuentra, quien desea un bien acaba
teniéndolo. Nuestra súplica debe ser ésta: "Dame fuerzas para la búsqueda,
tú que hiciste que te encontrara y me has dado la esperanza de un conocimiento
más perfecto. Ante Ti está mi ciencia y mi ignorancia; si me abres, recibe al
que entra; si me cierras, abre al que llama. Haz que me acuerde de Ti, te
comprenda y te ame" (San Agustín). He aquí la clave: buscar, comprender y
amar.
3.- No es cuestión de doctrina, sino de vivencia. El amor de
Dios se ha difundido en nosotros por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Dios
se da a conocer al hombre mediante el amor. Sólo será capaz de conocer a Dios
aquél que experimente el amor de Dios en su vida, que se sienta amado por El.
Ya lo decía San Juan: "sólo el que ama conoce a Dios". Es
significativa esta parábola:
"Un hombre le decía a su amigo que había conocido a
Dios. Este le preguntó: ¿quién es Dios, dónde vive, qué hace? Pero nuestro
hombre no supo contestarle, sólo le dijo que antes era un alcohólico, que pegaba
a su mujer, que había arruinado a su familia y se había quedado sin trabajo.
Ahora, sin embargo, desde que sintió que Dios estaba a su lado su vida cambió
totalmente: dejó la bebida, encontró trabajo y se sentía muy feliz junto a su
mujer y a sus hijos. Había descubierto la única verdad importante: Dios es
Amor. Este descubrimiento transformó su vida. Esto es lo que sabía de
Dios.....".
4.- “Solo Dios basta” En la Fiesta de la Santísima Trinidad
la Iglesia celebra la Jornada “Pro orantibus”. En este día se nos invita a orar
por aquellos que oran continuamente por nosotros; invitación más significativa
en este año de la Vida Consagrada; orar para que los llamados a esta vocación
singular vivan su vocación de contemplación en total fidelidad al Espíritu. El
lema de este año, “Sólo Dios basta””, es un conocido verso de un poema de Santa
Teresa de Jesús y nos recuerda que seguimos celebrando el Año Jubilar
Teresiano. En una fase tan corta se resume lo esencial de la vida
contemplativa: entender la vida únicamente desde Dios, relativizando todo
aquello que tanto nos ocupa y así recordarnos a todos que estamos llamados a
vivir deseando el mundo futuro. Debemos seguir orando con más intensidad que
nunca al dueño de la mies que siga enviando vocaciones contemplativas a los
monasterios para que no falte entre nosotros esta dimensión eclesial que nos
ayude a todos a vivir nuestra vocación de seguidores de Jesús.
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