Con el paso del tiempo aumenta la violencia y la amenaza
llega también a Holanda, en especial a los judíos, entre ellos a la Hna. Teresa
Benedicta de la Cruz y a su hermana de sangre Rosa, que la había seguido hasta
el Carmelo de Echt, consagrándose como terciaria carmelita. Iba creciendo
procesualmente en todo este proceso de configuración con Cristo y con el
misterio de su cruz. Expresaba respecto a esto su confesor, P. Rafael Walzer
que su amor a la cruz y su deseo de martirio, estaban enraizadas en lo más
hondo de su ser.
En su escrito espiritual cumbre “Ciencia de la cruz”, en el
que de alguna manera se puede percibir todo el movimiento interior que se va
produciendo en ella en el camino hacia el calvario, manifiesta que Jesús asocia
a algunas personas hasta experiencia de noche y de cruz en la que él mismo se
adentró, y en la que Teresa Benedicta de la Cruz ha ido penetrando como fiel
seguidora:
“Ningún corazón humano se ha adentrado jamás en la noche tan
oscura como el Hombre-Dios en Getsemaní y en el Gólgota. Ningún espíritu humano
buscador podrá penetrar en el insondable secreto del abandono divino de
Hombre-Dios moribundo. Pero Jesús mismo puede dar a gustar a algunas personas
escogidas algo de esta extrema amargura. Son sus más fieles amigos, a quienes
exige la suprema prueba de su amor.” (“Edith Stein, modelo y maestra de
espitirualidad”, p. 214)
Así lo hizo Jesús con la fiel Teresa Benedicta de la Cruz.
El 2 de agosto de 1942 la Gestapo la saca del convento junto a su hermana Rosa,
llevándolas al campo de concentración de Westerbork, en
Holanda. El día 7 de
agosto las deportan a Auchwitz-Birkenau, llegan allí el 9 de ese mes. Al mismo
momento de llegar son conducidas directamente a la cámara de gas, siendo
testigos directas de la mayor inhumanidad, el hombre que mata a sus hermanos.
Casi en el final de su escrito “Ciencia de la Cruz”,
reproducirá casi íntegramente un texto de J. Brouwer, que exterioriza su
vivencia interior:
“Había llegado el momento en que incluso externamente, tenía
que morir con la muerte de amor en la cruz. Ahora estaban por cumplirse sus
últimos deseos: «Yo sólo deseo que la muerte me encuentre en un lugar apartado,
lejos de todo el trato con los hombres, sin hermanos del convento a quienes
dirigir; sin alegrías que me puedan consolar, probado por todas las penas y
dolores. Quisiera que Dios me probase como a siervo, después de que Él ha
probado en mi trabajo la resistencia de mi carácter; quisiera que me visitase
con la enfermedad, como me ha tentado en la salud y en la fuerza; quisiera que
me dejase tentar en el oprobio, como lo ha hecho con el buen nombre que he
tenido ante mis enemigos. Señor, dígnate coronar la cabeza de tu indigno siervo
con el martirio…” (“Obras completas de Edith Stein V”, “Amor con amor”, p. 495).
En este despojo total alcanzará la palma del martirio, como
corolario de su vida entregada en holocausto, despojada de su hábito, sin el
consuelo de sus hermanas y en profundo anonimato. Así como durante todo su
peregrinar buscó el sentido de la vida para el hombre, la verdad, la dignidad
de las personas, así también en la cúspide de su existencia se ofrece como
víctima propiciatoria, como holocausto de amor por Dios y sus hermanos.
(Hna María José, cm)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
DEJANOS TU COMENTARIO