Hoy celebramos a Francisco Palau un hombre que vivió una vida de pruebas, navegando por sendas difíciles y sin certezas claras, fue una combinación de dificultad y posibilidad, de fracaso e ilusión. Una vida agitada y profunda; desarropada y enraizada; cuestionada y lúcida; encarcelada y libre. Su vida fue un tejido de dolor y renacimiento, de noches oscuras y amaneceres llenos de fe.
Desde su carta de 1855, donde confiesa: “he atravesado una montaña, en donde de noche, sin camino, entre borrasca y tempestad, he tenido que sufrir y aguantar ataques de todas partes, pruebas las más rudas… … (esperando que) de un momento a otro de esa sombra saldrá una luz que me descubriera el camino.” podemos ver en él un modelo de fortaleza y confianza. Alimenta la fecundidad de la Misión en la CUEVA de la contemplación.
En su corazón ardía el fuego de Elías, el fervor de Teresa de Jesús, y una misteriosa creatividad que lo hacía transformar el sufrimiento en un espacio de encuentro con Dios.
Francisco nos enseña que las dificultades no son barreras, sino semillas que, al crecer, florecen en frutos de amor y servicio.
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